En sistemas así, las personas son reducidas a una situación indefensa de reificación, reducidas a la condición de cosa, privadas de la dignidad de ser humanos.
En sistemas así, las personas son reducidas a una situación indefensa de reificación, reducidas a la condición de cosa, privadas de la dignidad de ser humanos.
Cuando los números importan más que las personas, o cuando las cifras estadísticas alejan de la conciencia la existencia de seres humanos, escondidos tras columnas de cifras, es posible que se instale en las organizaciones administrativas un proceso de deshumanización, un concepto utilizado con cierta frecuencia en cuestiones relacionadas con las ciencias sociales y políticas. El término deshumanización define un proceso mediante el cual una persona, o un grupo de personas, pierden, o son despojados de sus características humanas.
Históricamente, los procesos de deshumanización han sido instaurados, o son el resultado, de sistemas de dominación y poder y de la manipulación de la cultura de masas, citando como ejemplos clásicos, más o menos contemporáneos, los modelos dictatoriales de diferentes colores en varias partes del mundo, que además agregaron distintos procesos de adormecimiento de la conciencia colectiva, descritos por Hannah Arendt como banalidad del mal: mirar hacia otro lado, indiferentes al destino del otro. En sistemas así, las personas son reducidas a una situación indefensa de reificación, reducidas a la condición de cosa, privadas de la dignidad de ser humanos.
Por eso es particularmente inaceptable que se descubran las condiciones al interior de muchos de los centros del Sename y sus centros asociados con problemas tanto de personal, como de higiene, hacinamiento, de infraestructura y maltratos, con más de cien casos de muertes de menores de edad, por causas que no han terminado de aclararse.
Cuando la ministra Javiera Blanco explicaba estos hechos a la Comisión Investigadora del Sename en la Cámara de Diputados, informó sobre el número de menores que están actualmente en la institución, para aclarar "hay una diferencia entre el concepto de vigentes y atendidos. Uno es flujo y el otro es stock". Es verdad que stock pudo haber sido una palabra poco afortunada, pero más parece un freudiano acto fallido, que revela un concepto inconsciente, en este caso, el concepto de cifras, que parecen ser más importantes que la condición de seres humanos niños y adolescentes.
En otra faceta de la misma circunstancia, un amplio reportaje en este medio, reveló las extensas esperas, que a veces se traducen en varias horas, como parte de la larga lista de problemas detectados en los servicios de urgencia de todo el país, con quejas por malos tratos de parte del personal médico y técnico, además de deficiencias en la calidad de la atención, que incluso pueden redundar en diagnósticos erróneos con el consiguiente riesgo para la salud de los pacientes.
Si bien es cierto hay un frecuente mal empleo de las urgencias hospitalarias por los pacientes clasificados en las categorías más bajas de gravedad, ocasionado por el desconocimiento, o por comodidad, también opera la desconfianza que se tiene de la calidad del servicio de los Sapu (Servicio de Atención Primaria de Urgencia). No es posible aceptar como normal las salas repletas, sucias, pacientes abandonados en camillas, la falta de espacio, la falta de compasión.
Hay que regresar a los cauces del humanismo como alternativa éticamente indispensable, es la pérdida de este valor esencial, el respeto a la dignidad de las personas, el factor claramente faltante en ambas situaciones expuestas. En definitiva, las autoridades tienen tareas pendientes, apuntando con acciones efectivas a las causas.