Es una verdadera pena que ciertas profesiones o actividades de alta utilidad hayan desaparecido con el paso del tiempo, actividades que tuvieron espectaculares niveles de desarrollo que por motivos coyunturales, como podría ser la caída de un imperio completo y con él la red de usuarios, perdieron vigencia, ocupaciones que debieron ser remplazadas por otras más pedestres, como evitar ser masacrados por la llegada de los bárbaros de turno, o la agotadora labor de conseguir algo para no morirse de hambre.
Entre este grupo de profesiones, en su tiempo indispensables, estaban aquellas de los coniectores, personal romano altamente calificado para interpretar el contenido y significado de los sueños. Por un modesto óbolo, la o el ciudadano, atribulados por un sueño particularmente inquietante o absurdo, podía, con la ayuda de esos personajes entrenados en la lectura de estos crípticos mensajes, adelantar el futuro o visualizar interesantes posibilidades para el presente.
Con esas competencias disponibles, resultaría del todo irresponsable que un candidato a algo, en cualquiera de la posiciones de la jerarquía política imperial, no consultar asiduamente a estos expertos, para estar preparado a enfrentar la de otro modo inescrutable voluntad de los dioses.
Es lamentable que esa profesión se haya perdido, que los actuales adivinos de dudosa calificación se inmiscuyan en esas prácticas con resultados discutibles, ya que hay épocas donde los sueños aparecen con más fuerza que en otras, impulsados por el deseo o las ambiciones.
Sin los coniectores altamente competentes, cada cual interpreta a su gusto, con patéticos resultados, dando por posibles promesas oníricas que no tienen la menor posibilidad de transformarse en realidad.
PROCOPIO