Con un nombre como Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola, no queda otra opción que buscar la fama, así lo hizo este fraile extremista. Al principio todo estuvo bien, con llamadas razonables a mejorar la conducta de los florentinos que andaba de regular a más o menos.
Con un nombre como Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola, no queda otra opción que buscar la fama, así lo hizo este fraile extremista. Al principio todo estuvo bien, con llamadas razonables a mejorar la conducta de los florentinos que andaba de regular a más o menos.
Lamentablemente, cuando cayeron los Medici, tomó el gobierno y perdió el control; ordenó quema de libros, prohibió cantar y bailar, requisó cosméticos, espejos, peines, ropas pecadoras, en fin, a la pira todo lo que oliera a vanidad; la famosa hoguera de las vanidades. No es difícil pensar que exactamente hasta allí le duró su minuto de fama, para rematar acusó al Papa de mentiroso, pecador e incestuoso. Éste lo excomulgó.
Savonarola, sin pestañear, excomulgó al Papa, resumiendo, sus propios partidarios en Florencia consideraron insoportable tal dictadura y le derrocaron en 1498. Fue encarcelado, torturado, acusado de herejía y quemado públicamente en aquel mismo año, en medio del jolgorio de los desconocidos de siempre, a pesar que no andaba muy errado en el diagnóstico de la conducta de su santidad, Alejandro VI.
El asunto de base es que el fanatismo, el fundamentalismo, la rigidez para amarrarse a una idea o creencia no importa lo que suceda, logran hacer fracasar el necesario cambio, los extremos permiten hacer aceptable las reacciones de igual magnitud.
Los que perseveran en el fanatismo generan resistencias extremas y en vez de permitir el avance razonado con la cesión de las partes, bloquean toda oportunidad de entendimiento, por buena voluntad que haya en la contraparte. Abundan los Savonarolas por todas partes, solo que menos letrados y con harto menos razones, incansables repetidores de consignas añejas.