Es evidente que en el mundo que vivimos hay una dosis en aumento de mentiras. Se supone que siempre las ha habido, que es parte del quehacer cotidiano, desde siempre, con diversas clasificaciones, de mentira piadosas, de medias mentiras, de mentiras con fines de socialización, mentiras prudentes, convenientes, piadosas, el catálogo es interminable, en el fondo se insinúa que hay mentiras permisibles, muchas y otras imperdonables, unas pocas.
Los postulados de moral inflexible, como se deduce de proverbios como "Con la verdad se llega a todas a partes", no toman en consideración algunos factores, como el aludido por Platón: "hay que tener el valor de decir la verdad", pero, además de actos de valentía y franqueza, la que solía enseñarse desde la más tierna infancia, se ha llegado a plantear si decir la verdad pudiera tener otras ventajas.
Asociar verdad con salud, por ejemplo, una conexión que ha tenido una respuesta afirmativa en un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Notre Dame y cuyos resultados han sido presentados en la 120ª Convención de la Asociación Americana de Psicología.
El dato base es que los norteamericanos tienen una media de 11 mentiras semanales, separados los grupos de personas en más mentirosos y menos mentirosos, estos últimos presentaron mejoras significativas en su salud, desde menos sentimientos de tensión y melancolía, a un menor número de cefaleas y molestias de garganta.
Las personas mienten por tres motivos: para adaptarse a un ambiente hostil, para evitar castigos y para conseguir premios o ganancias sobre los demás, es dudoso que haya cambios significativos si llegan a saber que mentir puede ser malo para la salud.
PROCOPIO