Las regiones tienen ante sí una amenaza: la de ser desplazadas, pero también una oportunidad, la de introducir cambios sustantivos en su propia realidad, requisito para satisfacer las necesidades emergentes del mercado en expansión.
Las regiones tienen ante sí una amenaza: la de ser desplazadas, pero también una oportunidad, la de introducir cambios sustantivos en su propia realidad, requisito para satisfacer las necesidades emergentes del mercado en expansión.
Es posible especular, a partir de opiniones de expertos, referidas a las competencias de los trabajadores para cumplir adecuadamente con las demandas de su sector laboral, que esas personas, las que conforman la entelequia conocida como capital humano, exhiben estándares insatisfactorios, o insuficientes, sin una real definición de lo que es preciso hacer para corregir ese factor, que para el desarrollo es un elemento sine qua non.
Lo que no es posible dejar sin definición exacta es el que se espera, qué se necesita de ese capital humano, para que éste se integre en igualdad de términos, o ventajosamente, en el mundo laboral y en el harto más competitivo terreno del mercado internacional, ambos requisitos insustituibles al momento de planificar el desarrollo de un país.
Es además importante señalar que, en lo relativo a esta materia, las regiones tienen mucho que decir y bastante que esperar, particularmente la Región del Bío Bío, en lo que se refiere a capital humano de altas competencias. No sin razón se ha enfatizado en la necesidad de elaborar un mapa que indique el potencial de investigación y desarrollo científico instalado en las diversas regiones del país, para poner los acentos adecuados y generar una sinergia que rompa con las lógicas centralistas.
En ese sentido, el senador Alfonso de Urresti, al referirse a la creación del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología, insiste en el potencial aporte descentralizado para lograr los objetivos de esa repartición; fortalecer y ampliar las capacidades de investigación; apoyar la formación de investigadores y procurar su adecuada inserción de los investigadores, tanto en la academia y en el Estado, como en el sector productivo, una dinámica que perdería sentido si vuelve a radicarse en Santiago.
La otra cara del capital humano, estrechamente vinculado a la producción, al menos el capital humano formal, es que en Chile es relativamente homogéneo en cuanto a escolaridad, según la encuesta Casen, es de 10.1 años, con un robusto contingente de la población que cursa enseñanza media, entre 25 y 27% del total, más el crecimiento espectacular, aunque asimétrico, de la educación superior. El panorama es distinto en el caso del llamado Capital Humano Calificado, es decir, una fuerza de trabajo con altos grados de competencias técnicas y con apoyo directo en el desarrollo científico y tecnológico que el país sea capaz de generar en las diversas regiones.
Radica en este último colectivo uno de los desafíos más complejos y de urgente resolución, solo el 19% de los trabajadores potencialmente capacitables en nuestro país participa en actividades de educación continua y capacitación, en comparación con Finlandia y Nueva Zelandia, que muestran cifras entre 50 y 60% en este indicador.
Las regiones, como la sociedad chilena en general, tienen ante sí una amenaza: la de ser desplazadas. Sin embargo, también tienen una oportunidad: la de introducir cambios sustantivos en esta realidad, requisito para satisfacer las necesidades emergentes del mercado en expansión y las competencias para el crecimiento y la competitividad a la cual están sometidos todos los sistemas económicos y productivos. Sin ese andamiaje, las bases de un desarrollo sustantivo y sostenible resultan inestables, en circunstancias donde la estabilidad puede ser toda la diferencia entre el fracaso y el éxito.