Por muy útil y necesario que sea el dolor como sistema inevitable de alarma, es al mismo tiempo insoportable, por lo tanto, sacárselo de encima está entre las primeras prioridades, con los más curiosos expedientes.
Por muy útil y necesario que sea el dolor como sistema inevitable de alarma, es al mismo tiempo insoportable, por lo tanto, sacárselo de encima está entre las primeras prioridades, con los más curiosos expedientes. Suetonio, el conocido autor de "Vida de los Césares", cuenta de lo fastidioso que se ponía Nerón al andar por ahí con dolor de muelas, insufrible inconveniente para un persistente y acrítico músico aficionado, eso, por no haber prestado atención a un sabio y naturalista de la época, Cayo Plinio Segundo, quien aconsejaba salir al campo, buscar un sapo y escupirle en la boca para traspasarle ese dolor.
Lamentablemente, la credibilidad de Cayo es más bien relativa, en su best seller "Historia Natural", describía haber visto un personaje en Samotracia a quien le habían salido dientes nuevos a la tierna edad de 104 años y que había individuos con dientes tan venenosos que apagaban el brillo de los espejos y mataban a las crías de las palomas con sólo el aliento. Todo esto dos mil años antes que Gabriel García Márquez.
Los consejos de tan insigne autor no se detenían en ese punto. Ofrece otras tentadoras opciones para eliminar ese tipo de dolores; si no se encuentra sapos a quienes escupir, se puede utilizar cenizas de la cabeza de un perro rabioso, mezcladas con aceite de ciprés y puestas en el oído del lado adolorido. Aunque estos ingredientes son de relativo fácil acceso, también sugiere como infalible comerse un par de ratones al mes.
Con descripciones más en armonía con el lenguaje contemporáneo, se receta otras cosas para las más diversas miserias, que al final resultan parecidas a las de este estudioso romano, sólo que mucho más caras.