En tiempos de tribulación, con un fuerte componente de amnesia, se concluye que antes era mejor, sin embargo, hay cosas en el pasado que fueron casi infinitamente peores, se podría encomendar esta tarea para la casa, antes que salga la ley que prohiba tan macabro ejercicio: qué hay ahora en la sociedad y tiempos que vivimos, mejor que lo de antes, se ruega limitarse a una página tamaño carta.
Como parte de esa tarea, se podría plantea la actitud de la sociedad en lo referente a los niños discapacitados o con capacidades diferentes, como resulta más justo decir, ya que la falta de una capacidad permite el desarrollo, a veces a niveles sorprendentes, de otras competencias, inalcanzables para aquellos que han tenido la bendición de contar con el repertorio completo.
Antes, estas personas estaban, por lo general, ocultas, guardadas, circulando en lugares y tiempos distintos, para no tropezarse con una sociedad intolerante, incluso en las llamadas buenas familias, donde transcurrían sus vidas como el secreto mejor guardado, sin la menor posibilidad de educarse, de hacer crecer habilidades indemnes y potencialmente valiosas, así no fuera aquella de dar cariño en cantidades inconmensurables. Ahora están, menos mal, cada vez más visibles, ocupando su lugar como profesionales en diversos campos y no pocas veces como líderes sociales.
Sin embargo, hay una conciencia social creciente de sus necesidades y su valor para un cuerpo social sano y solidario, aunque sea con campañas tan teñidas de explotación de pecados disfrazados de virtudes. Se ha abierto así un escenario encomiable, una oportunidad para tanto niño, que sin aquello estarían, como antes, ocultos en el patio interior de la casa.
PROCOPIO