Desde muy temprano, por lo menos desde antes de la invención del espejo, el ser humano ha tenido la tendencia a mejorar lo que le toca al ser creado, para verse más atractivo o más feroz, por un lado, y el otro para conseguir resultados mejores en la vida, en la caza o en la guerra, usando la piel como un lienzo.
El registro de tales procedimientos está en viejas esculturas y grabados y fotos color sepia de exploradores olvidados, la materia prima para la reconstrucción de tales artificios suele ser tribus, mientras más perdidas mejor, ya que los integrantes de las tribus, por pocos que fueran, sentían agudamente la necesidad de identificarse con sus pares y de marcar distancia con los otros.
Las técnicas para este propósito, eran y aún son, de indudable creatividad: tatuajes, dientes tallados, pinturas de guerra, orejas con aditamentos varios- lo que hablaba muy bien del departamento de ornato de la tribu en cuestión- y el prolijo respeto a la reglamentación vigente.
Es posible comprender que exista la tendencia a sacarse cosas que sobran, o, con propósitos parecidos, ponerse aquello que hace falta. Todo aquello válido para almas simples, el asunto es reflexionar sobre el motivo de tales maniobras en la sociedad contemporánea, qué les hace falta a aquellos que se agregan tatuajes o se cambian el color de ojos.
Puede ser que nos haga más falta otros adornos, como generosidad, lealtad, rectitud y sinceridad, cuya ausencia a lo mejor no se nota cuando nos miramos insatisfechos al espejo, pero que puede resultar visible por los otros, y por nosotros mismos en otro tiempo, cuando, a lo peor, ya sea tarde para corregir los daños y perjuicios.
PROCOPIO