La decencia es el valor que recuerda la importancia de vivir y comportarse dignamente en todo lugar y circunstancia, cuando se respeta al otro auténticamente, no por obligación o apariencia. Cuando no se buscan, ni se solicitan, derechos especiales, o prebendas, se es una persona decente.
Esta por probarse si en algún momento histórico dinero, cultura y educación estuvieron juntos, que fuera lógico esperar que en esa concurrencia, la decencia fuera un resultado esperable y omnipresente, hasta tener en la sociedad un grupo apreciable de gente decente, ya que no se requiere en realidad mucho dinero, ni mucha cultura y educación para comportarse como es debido, como una persona íntegra, congruente; que dice lo que piensa, que actúa conforme a lo que dice.
Lo que sí está claro es que en estos tiempos, lamentablemente, los factores recién aludidos no van aparejados. Es común ver personas educadas y acomodadas, pero que son capaces de maltratar a los otros, personas que no eviten insultar a los demás, o que no les importe injuriar, o actuar dolosamente, al cabo, para los maestros del cinismo contemporáneo, pecado no es robar, sino que se den cuenta.
Portarse como la gente decente parece ser un comportamiento cuyas demandas superan las capacidades de adaptación de muchas personas. En el mundo de los ciudadanos corrientes, la actuación de los que carecen de este valor es perjudicial y dañina, en la escala que corresponde, cuando los indecentes están en puestos relevantes los daños pueden ser inimaginables. Es una pena que se hayan desconsiderado las pruebas de decencia elemental.
PROCOPIO