Odiar a Nerón es una reacción comprensible, aunque hay que reconocer que por sus actos no gozó del cariño de la cristiandad y tuvo la peor de las coberturas mediáticas.
Odiar a Nerón es una reacción comprensible, aunque hay que reconocer que por sus actos no gozó del cariño de la cristiandad y tuvo la peor de las coberturas mediáticas. En cualquier caso, odiarlo es inevitable, aun considerando que era el emperador de Roma y que es muy difícil ser cuerdo y ponderado en una posición como esa, omnímodo y adulado sin pausa.
Con el paso de los siglos, las cosas tienden a perder sus contextos y resultan suavizadas por el olvido, pero ni con eso se ha diluido su justa fama de cruel, lujurioso, vulgar, codicioso, ególatra y con mala voz. Un individuo de maldad químicamente pura, con algunos atenuantes menores; mató a su madre, pero no hizo nada contra su padre; mató a su primera esposa, pero no asesinó a ninguna de sus otras acompañantes. Si bien es cierto corrompió a una de las vírgenes vestales, no toco a las restantes ni con el pétalo de una rosa.
Que incendió Roma es falso, ni siquiera estuvo allí cuando pasó, sino en un pueblo a 80 kilómetros y se portó a la altura de las circunstancias cuando llegó a la urbe: organizó albergues para los damnificados, redujo el precio de los cereales, hizo traer víveres de las provincias cercanas.
Como había que culpar a alguien, los cristianos estaban a mano, con el único pecado para los tolerantes romanos, no aceptar otros dioses, lo cual les hacía muy sospechosos, de ahí al circo y a los leones, con un solo gesto; el pulgar hacia abajo, total, la vida no valía lo que vale ahora.
Antes de empezar a insultar a Nerón hay que pensar lo que pasa con algunos que logran una milésima de su poder, que olvidan la decencia y la vergüenza con alarmante velocidad.