Sumergidos en la ciudad, se puede olvidar que la sabiduría popular, cargada de tradiciones y mitos está todavía plenamente vigente en el mundo rural, o en los sectores urbanos que ahora les acogen.
Sumergidos en la ciudad, se puede olvidar que la sabiduría popular, cargada de tradiciones y mitos está todavía plenamente vigente en el mundo rural, o en los sectores urbanos que ahora les acogen.
De allí emergen sabias advertencias, como "el chuncho canta, la gente muere, no será cierto, pero sucede", hay gente que no ha visto un chuncho en su vida, pero esta frase se utiliza más bien como una metáfora para recordar que hay acontecimientos que ocurren sin explicación razonable, oscuramente enlazados unos con otros, presumiblemente, debido a las fuerzas incomprensibles de los dioses, espíritus con o sin vocación de servicio, poderes extraños y antiquísimos que desencadenaban dinámicas de la más diversa catadura. En común tienen todas esas manifestaciones el origen desconocido y lo poco o nada que puede hacer el hombre al respecto.
Para lidiar con ese mundo desconocido y no pocas veces hostil, se recurre, con admirable ingenio, a todo tipo de ritos y procedimientos, algunos, más dotados, se encargan de mediar entre la gente común y esos seres o fuerzas que con un sólo gesto pueden eternizar el invierno, o dejar a una región sin agua, sin mencionar enfermedades y desgracias corporales de todo orden, instancias maléficas que licúan la sangre, quitan el aire de los pulmones, reblandecen los huesos, llenan la piel de úlceras y tormentos, en resumen, más vale estar de buena. No escatimar rituales ni sacrificios.
Se puede hacer comentarios sarcásticos sobre esas creencias, sin embargo, hay alegría al encontrar un trébol de cuatro hojas y cierta tranquilidad, en momentos extremos, al tener en la mano una pata de conejo u otro objeto cargado de fuerzas protectoras, remanentes de un hombre antiguo, solo y aterrado frente a su fogata.