En la Región del Biobío hay al menos 400 personas que todavía se dedican a esta actividad. Su historia en Chile comenzó con los “Canillitas” en plena Guerra del Pacífico.
El paseo Barros Arana de Concepción está repleto. Los días de confinamiento total ya quedaron atrás hace mucho tiempo, y con ello la postal de normalidad se consolida en este céntrico punto de la ciudad.
Acá se concentra el comercio. El del gran retail como el tradicional, el minorista. También oficinas públicas y sucursales telefónicas. En medio de estas instalaciones es que cada ciertos metros irrumpen quioscos de diarios y revistas.
Este rótulo, hoy, casi un nombre formal ya que los productos informativos en papel son la parte más mínima de todo lo dispuesto para la venta.
Hace 8 o 10 años esta es la realidad de estas instalaciones comerciales. Los diarios básicamente no están, y las estanterías se tiñen y repletan de libros de historia, para colorear, o de modas. Aunque son máquinas cafeteras, juguetes y otros productos los que irrumpen con mayor presencia a la vista de los transeúntes y clientes.
Según cálculos del Sindicato de Suplementeros de Concepción actualmente hay cerca de 400 personas que todavía ejercen el oficio en la Región del Biobío.
Una actividad de larga data en la línea de tiempo del país y que de forma natural es una ocupación que ha sido testigo y caja de resonancia de los acontecimientos más importantes, y que han marcado la historia local y nacional.
Las investigaciones y archivos de historia en Chile, sobre esta ocupación, coinciden en situar sus orígenes en la Guerra del Pacífico.
Hasta entonces ya existía la prensa escrita, pero esta entregaba contenidos más políticos y tenía menos capacidad de tiraje y distribución. El acontecimiento bélico en el que se encontraba el país amplió la producción informativa y con ello muchas familias de escasos recursos vieron un espacio de sustento a través de la entrega de periódicos. En su mayoría eran niños los que ejercían este trabajo. “Canillitas”, fue el nombre con el que se conoció a estos menores de edad que repletaban casas editoriales y estaciones de trenes a la espera de material periodístico, para su posterior comercialización.
La Dra. Laura Benedetti, jefa de carrera de Licenciatura en Historia de la Universidad de Concepción, explica que “ los niños de origen popular habrían ejercido el oficio de suplementero, desde los 6 a 8 años de edad, motivados principalmente por las paupérrimas condiciones económicas de sus familias. Considerando la realidad de la familia popular chilena, no es extraño la incorporación de los hijos a diversos oficios, o bien que la familia completa se desempeñe como suplementeros”.
“Considerando el mayor interés de los legisladores y la preocupación de la opinión pública y de los políticos por la infancia, en el contexto de la Cuestión Social, comenzaron a emerger las miradas que oscilaron entre preocupación y simpatía hacia quiénes desarrollaban el oficio del suplementero (…) Por ello, se identifican sobre todo durante la década del ‘10 una fuerte acción de la policía tanto en la capital como en Concepción. Se llegó incluso a la detención y en el caso de Concepción se les obligó a matricularse en las escuelas públicas, a fin de regular su presencia en las calles”, agrega la académica.
En medio de la era digital y de la información instantánea es que hoy el rubro suplementero se levanta como un verdadero ejemplo de la capacidad de reinversión de acuerdo a los cambios del mercado, y condiciones en general.
Muchos aceptan y asumen la mutabilidad constante y cada vez más rápida en los últimos 15 años, advierten.
Si hace más de una década el gran giro fue la implementación de tarjetas de pago para celular, y los juegos de azar dentro de la cartera de productos al público, ahora eso ya es parte del anecdotario.
Hoy algunos hasta venden helados, golosinas y autos o barcos de colección a escala. Los ejemplares de diarios no son más de 30 o 40 al día.
Raúl Díaz es el actual presidente del Sindicato de Suplementeros de Concepción. Ha sido la actividad de toda su vida. La heredó de su abuelo materno, Luis Arias. No solamente él sino que casi toda su familia. De hecho, tres de sus cuatro hermanos se dedicaron a la venta de diarios.
“Nos estamos reinventando siempre. Cuando el negocio del diario comenzó a ser menos rentable vinieron las revistas. Luego los cigarrillos, tarjetas telefónicas, juegos de azar”, explica Díaz.
Sin embargo, los primeros esfuerzos comenzaron en los ‘90 cuenta el dirigente. “Tratamos de incorporar pantallas con publicidad en nuestros quioscos. Faltó que desconocidos destrozaran la primera y no resultó”. En la actualidad efectivamente se observan televisores, pero con programación televisiva a tiempo real o música de aplicaciones de video.
Si bien hoy pareciera que las adaptaciones son más evidentes la historia demuestra que esto ha sido durante décadas. “Mutamos sin perder la esencia”, como dice Raúl Díaz, desde las dependencias del sindicato en calle Freire.
De acuerdo a lo relatado por la Dra. Laura Benedetti, un fuerte cambio de esta actividad fue a inicios del 1900, cuando por acción estatal comienza la retirada de los niños suplementeros. Un cambio en el rango etario que, además, trajo consigo la creación de sindicatos y sociedades mutualistas.
“Desde 1912 el Estado busca proteger a la infancia desvalida, surgiendo entonces la primera ley en esa materia que lleva el mismo nombre y hay intentos de regular el ejercicio del oficio limitando edad, promoviendo el lenguaje, el aseo y la vestimenta. Con la ley de instrucción primaria obligatoria de 1920, los énfasis sobre infancia en el año ‘28 y las medidas de protección materno infantil de los años ‘30, progresivamente se observa una disminución del número de niños en las calles”, explica la experta.
Quienes hoy llevan adelante este trabajo suelen hacerlo desde su juventud. Algunos han podido buscar alternativas. Otros han debido complementar con labores ajenas a la venta de periódicos.
José Troncoso comenzó a ser suplementero en 1967. Lo hacía a pie. “A las 3.00 de la madrugada llegábamos a la agencia a retirar diarios. Vendíamos hasta 150 ejemplares al día. Hoy no son más de 30 o 40”, cuenta Troncoso desde la verdulería de uno de sus hermanos. Trabajo al que se incorporó en el último tiempo y que alterna con su labor de distribuidor de prensa sobre una bicicleta, la que como todos los días afirma en el quiosco de Ramón López.
En un tramo de 2 minutos al menos seis personas han pasado por este local. Todos compran cigarros o bebidas energéticas. Nadie consulta por revistas u otro producto de lectura en papel.
Para López, pese a todo, su oficio no desaparecerá. “Estoy en esto desde los 17 años de edad. Hoy la gente más adulta es la que lee. La venta de diarios en la mañana es rápida, ya que el tiraje es muy reducido. Vendo entre 30 a 35”.
La entrega de la Propuesta Constitucional fue una ventana donde la comercialización de productos de contenido tuvo un alza. El sindicato penquista habla de hasta 2 mil ejemplares en algunos casos particulares de sus socios y afiliados.
Los suplementeros y suplementeras están conscientes de la importancia de su labor. También saben que son un claro testimonio de adaptación y cambios en un mercado que no detiene el fenómeno de migración a internet.
“Estamos siempre atentos a lo que viene para cautivar al público”, concluye Raúl Díaz.