Por Daniela Catalán Ramírez
Académica de Ingeniería Comercial
Universidad San Sebastián
Hoy en la mayoría de los países existe, en alguna dimensión, la desigualdad. Es posible definirla como la situación social o económica desigual entre sujetos de la misma nación, región o localidad, que se manifiesta en muchos casos desde el nacimiento, afectando directamente al bien común y calidad de vida de una determinada población.
Actualmente si observamos a nuestro país podemos ver que no estamos ajenos a este problema, es más, si nos preguntasen cuáles son los principales problemas que tenemos como país de seguro pensaríamos en la desigualdad, pero no solamente en el sentido de ingresos sino también de oportunidades, acceso, seguridad, salud, educación, aspectos que, sin duda, derivan de la desigualdad de ingresos entre hogares e individuos.
Esta condición de nuestro país no solamente es una percepción, pues existe evidencia de que es una realidad que hemos vivido durante mucho tiempo y que se ha tratado de regular con distintas políticas, pero aun así el esfuerzo ha sido insuficiente para lograr erradicar este problema de nuestras fronteras.
Evidencia de la desigualdad la podemos observar en los resultados arrojados por la Encuesta de Caracterización Socioeconómica, CASEN. En sus últimos resultados del año 2015, queda de manifiesto que, si bien la pobreza por ingresos ha disminuido entre los años 2013-2015 de un 14,4% a un 11,7%, nuestro país presenta persistentes y elevadas tasas de desigualdad en la distribución de ingreso.
Aunque estas tasas presentaron una significativa variación positiva en cuanto a ingresos autónomos, medido por el índice de Gini, aún permanece en valores altos.
Por otro lado, si nos comparamos con otras naciones, Chile es el país con mayor desigualdad en ingreso, medido según el coeficiente de Gini, de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos), que reúne a los 30 países más industrializados de economía de mercado con el objetivo de maximizar su crecimiento económico y ayudar a su desarrollo.
Si miramos en nuestro alrededor de seguro se podrán evidenciar aspectos de esta desigualdad, por ejemplo, en la brecha salarial entre hombres y mujeres que llega a un 31,7%, según los últimos resultados entregados por el INE referentes a ingreso promedio entre hombres y mujeres que desempeñan la misma labor.
Otro dato es que, en promedio, el 10% más rico de la población gana aproximadamente 26 veces más que el 10% más pobre. De igual modo, en el ámbito de la educación también resaltan desigualdades, así lo demuestra el estudio realizado por la Universidad Católica de Valparaíso que plantea que de los 50 colegios con mayores puntajes PSU, 48 fueron particulares en 2016.
Resulta relevante preguntarnos ¿cuáles serán las consecuencias? Podemos empezar, en primer lugar, señalando que existirá una redistribución no igualitaria de la renta y riqueza, lo que derivará en que solo unos pocos se beneficien y puedan tener acceso a mejor oportunidades en términos educacionales, empleo e ingreso. Lo anterior, a través del tiempo, podría reflejarse en un problema de desigualdad social, que sin duda para las personas más vulnerables significará no poder acceder a mejores condiciones de vida, lo que transmitirán a sus descendientes que seguirán inmersos en el círculo de la pobreza que heredaron.
Para combatir este problema el gobierno deberá dotarse de un paquete de políticas públicas cuyo objetivo debe estar principalmente en erradicar lo máximo posible la desigualdad. Según mi percepción, un factor clave para disminuir la desigualdad es promover un crecimiento sustentable y orientado a combatir la pobreza y mejorar el desarrollo económico.
Otra clave es preocuparse de la educación y perfeccionamiento continuo, enfocándose en los niños, logrando estándares de calidad en la educación pública, que les permita a los estudiantes de estos establecimientos abrirse oportunidades, perfeccionarse, capacitarse para poder obtener empleos que les signifiquen mayores ingresos y la salida del círculo de la pobreza.
Es así como el Banco Mundial (2006) argumenta que un buen nivel educativo en los pobres los conduce a beneficiarse de las oportunidades del crecimiento económico y permite, a largo plazo, reducir la desigualdad de ingresos. Por otro lado, es importante promover la incorporación de las mujeres en el mundo laboral y que éstas puedan optar a sueldos iguales que los hombres por las mismas responsabilidades, como también mejorar las prestaciones sociales.
Son muchas y diversas propuestas que se pueden poner en marcha para mejorar la desigualdad. Lo importante es observar la raíz del problema y atacar las distintas causas, solo así podremos crecer justa y equitativamente.