Abrió hace 39 años, vio pasar a gran cantidad de peloteros y la semana pasada cobijó su último partido. El gimnasio seguirá abierto, pero ahora como lugar de entrenamiento para acondicionamiento físico.
“Desde que partimos, allá en 1985, siempre nos fue bien. Debe ser porque la gente se corre la voz. Tratamos de ser amables con todos y que vinieran a pasarla bien”. Las palabras son de Lilian Figueroa Yáñez, quien junto a su hermano Alejandro son dueños del gimnasio Alfy. Sí, la mítica cancha de babyfútbol con dos camarines, en Caupolicán 1160, por donde han pasado todos los peloteros del Concepción. Eso hasta la semana pasada. Llegó la hora de bajar la cortina.
Lilian cuenta que “este lugar era una casa quinta, donde había limones, cerezos, nísperos y hortalizas, entre otras cosas. Había que regar y cuidar, lo que era ya mucho trabajo para mis papis, que ya no estaban en edad. Les costaba. Con mi hermano ayudábamos y nos picaban los zancudos. A él se le ocurrió la idea del gimnasio, pidió permiso a mis papás y se hizo. Pensó que podía ser una buena idea”.
De esos inicios, recuerda que “fuimos de los primeros gimnasios y con el tiempo fueron abriendo varios más, pero siempre teníamos gente. Ahora nos estaba yendo mucho mejor en invierno, donde teníamos hasta 8 partidos en un día, pero en verano la cosa bajaba. Han abierto hartas canchas sintéticas, canchas de padel. Si se fija, ahora hay muy pocos gimnasios para jugar fútbol bajo techo. Éramos de lo poco que quedaba”.
Ella siempre fue de atender en la puerta, hubo un tiempo donde vendían bebidas individuales. “Yo ganaba plata sentada, conversando con la gente, pero igual había que estar acá. Era tiempo. Este lugar resistió hasta el terremoto, no nos pasó nada. Es que estas construcciones son súper antiguas y aguantan todo. Alguna vez se gastó plata en el techo cuando se goteaba, aunque ahí mi hermano fue medio dejado y no quiso arreglar más. Como sea, a la gente le gustaba venir. El último día se sacaban fotos, me hablaban con pena. No querían creer que cerrábamos”.
¿Y cuál es el motivo del cierre? Lilian cuenta que “mi hermano ya estaba viviendo en Quillón, mi marido se fue a Estados Unidos y yo también me voy para allá. Ya tengo 69 años y creo que todo se dio justo a su tiempo, Dios hace las cosas por algo. Ahora este lugar quedará arrendado a un grupo que hace entrenamientos con pesas, toda esa onda fitness. No sé si voy a echarlo de menos, creo que ahora tendré otro estilo de vida no más”.
Y en Instagram siguen apareciendo historias de recuerdos, de nostalgia por un lugar donde la gente compartió más que dos o tres goles y fue mucho más que un cinco contra cinco. Aquí se establecieron lazos, de esos que solo consigue el deporte. Los viudos del Alfy ya andan buscando nueva casa y en esta ciudad cada vez hay menos.