Vivió el cambio de indumentaria de la selección chilena y debutó en la Roja adulta antes que en la juvenil. Sólo un par de capítulos de un libro que se sigue escribiendo.
Tomando leche “al pie de la vaca” Así dice Jorge Grosser que se crió en la pequeña localidad de Llay-Llay, cerca de San Felipe. Su casa quedaba a cuatro kilómetros del pueblo, distancia que cubría caminando, corriendo o jugando. Siempre al aire libre, hábitat que lo forjó sano como un roble, tanto así, que recién entrando a la adolescencia supo lo que era resfriarse.
De chico notó que era más veloz que sus amigos, por eso, no se sorprendió cuando, con 13 años, ganó su primera competencia en una tradicional carrera pedestre de 7 kilómetros que enfrentaba a los dos colegios de la zona: el Liceo de San Felipe y la Escuela Agrícola. “Yo era bien chico y fíjese que le gané a cabros grandes, de hasta 22 años. Cuando crucé la meta me preguntaban si me había venido en bicicleta o en micro”, recuerda.
Ese fue el inicio de una exitosa carrera pronta a cumplir 62 años, fértil en alegrías, primero como atleta, y posteriormente, como formador. Bajo su mano han pasado figuras de la talla de los fondistas Edmundo Warnke, Omar Aguilar, Víctor Aravena y Roberto Echeverría, que lo sitúan como uno de los técnicos más importantes del atletismo chileno.
Jorge Grosser cruza la historia del deporte criollo y, como tal, ha protagonizado varios hitos. Como el ocurrido en octubre de 1964, cuando en el marco de un sudamericano juvenil, le tocó vivir el cambio de camiseta de la selección chilena.
“Si usted ve fotos de Manuel Plaza o de Marlene Arhens en los Juegos Olímpicos, verá que ambos llevaban camiseta blanca con una pequeña bandera chilena en el pecho; era lo que usábamos los seleccionados chilenos de atletismo. Pero en ese torneo del ‘64, por orden de las autoridades, llegaron las camisetas rojas, color que se mantiene hasta hoy. De ahí todos los deportes se uniformaron igual”, relata.
El destino quiso que aquella temporada y con sólo 18 años, se estrenara primero en la selección adulta. “Fue raro, porque en abril del ‘64 se hizo un sudamericano adulto en Santiago, donde debuté en el equipo nacional. Yo era el más chico, imagínese que los más jóvenes me sacaban cinco años de diferencia. Seis meses después, y con 19 años, me estrené con la juvenil”, dice.
Entre tanta historia, Grosser recuerda de manera especial dos momentos de su carrera como atleta. Uno de ellos, cuando en 1969 integró la última selección chilena que se consagró campeona sudamericana por equipos. “Es uno de los triunfos que más atesoro, gané los 800 y 1.500 metros planos, además, de los 3.000 metros vallas, prueba que nunca había corrido. Fue un gran logro que conseguimos a 2.850 metros de altura, el 2019 se cumplieron 50 años ya”, señala.
El otro éxito que guarda con especial cariño, ocurrió en 1970 y él mismo se encarga de relatarlo. “Era el centenario de un club de Valparaíso y llegó un equipo completo de atletas alemanes, era de maravilla. Y ahí me planté yo para ganarles en los 800 metros planos, fue una carrera muy exigente, llegué a la meta desvanecido por el esfuerzo, tuvieron que sujetarme los mismos alemanes. Y quiere que le diga algo, yo parecía uno más de ellos, tenía mejor pinta. Claro que si habría la boca me pillaban, porque siendo de familia de allá, no sabía una palabra del idioma”, concluye.