Gustavo Ortiz, padre del deportista, contó cómo ha sido este viaje que tanto esperó su familia y la ciudad. Además, habló del ánimo de su hijo, a horas de llegar a Chile.
Va pasando por Talca y se detiene a contestar una nueva llamada telefónica. En el auto también van su hija y una nieta, conversando de todo, haciendo que las horas pasen más rápido. Gustavo Ortiz está ansioso porque le daba miedo que este viaje demorara mucho en ver la luz. Que su hijo extrañara muchas cosas allá solo, en la pieza de un hospital de Canadá. “Que se deprimiera y fueran dos enfermedades en vez de una”, cuenta ahora más tranquilo. Saca la cuenta a ver cuánto falta para llegar a Santiago y sabe que esta noche no va a dormir. Tampoco le interesa. Otra vez se sentará al lado de la cama de su “Guguita” y podrán abrazarse fuerte, como hace poco en Norteamérica. Eso fue tan breve, ahora será cada vez que quieran.
“Estamos en nuestro último día en Vancouver. Quiero darle las gracias al staff del hospital y a toda la gente que me ha mandado energías”, fueron las palabras de “Guga” en un video que recorrió redes sociales. Se le veía de buen ánimo y, a su lado, su mamá y polola que viajaron en un vuelo comercial para llegar a Santiago un par de horas antes que el esperado campeón nacional de descenso. Gustavo, de 21 años, tenía planificada su llegada para la madrugada de hoy, pero finalmente el arribo fue precisado para las 8.30 horas.
Su padre explicó que “el avión ambulancia llegará temprano a Santiago, a la clínica Las Condes, donde verán su estabilización y le realizarán algunos exámenes. El miércoles será trasladado a Los Coihues, ahí en Pajaritos, donde deberá seguir su etapa de rehabilitación”.
Al fin, juntos
El auto de Gustavo avanza rápido. Hay que detenerse a comer algo, aunque son esos momentos donde uno olvida que tiene hambre. Las necesidades biológicas se hacen secundarias, cuando el corazón tiene el mando en su mano. Imagina la nueva pieza, levantarse temprano para ir a ver su hijo, hacerlo reír un rato. Porque si algo no le quita nadie es la sonrisa.
“Tengo muy buena comunicación con él, gracias a las redes sociales y las herramientas que existen. Además, estuve en Canadá con él porque no aguanté más y viajé. Volví hace tres días y fue súper fuerte. Hubo un momento en que quedamos solos en la pieza, nos abrazamos un buen rato y lloramos… Sí, lloramos. Pero, ¿sabes qué? No nos cuestionamos nada. Me habló y hay algo que me deja tranquilo. Siente que esto fue un accidente y pasó haciendo lo que más le gusta, lo que ama. No fue en un viaje o alguna otra cosa fuera del deporte que eligió. Eso lo hubiera dejado muy amargado, pero lo veo muy firme y optimista, pese a todo”, contó.
Reconoce que el diagnóstico médico sigue siendo desalentador y eso no ha cambiado. “Sus piernitas no funcionan”, apenas atina a decir, con cierta timidez.
Pero hasta en las peores, hay gente que tiene la capacidad de ver lo bueno. Aunque esté todo oscuro y parezca que solo puede prenderse la luz del llavero. “Siento un orgullo muy grande por mi hijo. Es que esto ha sido una sorpresa muy grande para todos. Las muestras de cariño que han llegado de todos lados. Cómo se ha movido mucha gente para ayudarlo… Eso es lindo. Gustavo siempre ha sido un muchacho muy humilde. Cuando gana, trata de celebrar con mesura para no faltarle el respeto a nadie porque sabe lo triste que es perder. Él no se dio ni cuenta lo que sembró y ahora está viendo los resultados”.
Corta el teléfono y vuelve a acelerar. Respira. Un abrazo gigante lo está esperando ahí adelante.