El TAS no salvará a Chile en esta pasada, como lo hizo después del empate con Bolivia en el Monumental. La Roja no supo aprovechar los puntos que le regaló el escritorio y en una noche sin brillo perdió ante Paraguay por 0-3, dejando en tela de juicio el sueño de ir al Mundial de Rusia 2018.
Pizzi armó un once para matar. Con el trío de Vargas, Castillo y Sánchez rondando el área guaraní. Con los movimientos de pizarrón habituales, que incluyen las constantes pasadas de Isla y Beausejour por las bandas y las apariciones por sorpresa de Vidal y Aránguiz. En teoría, un equipo ganador.
El problema es que no siempre la teoría se valida en la práctica. Eso, justamente, es lo más difícil en este deporte. Chile lo sufrió en la primera mitad y, especialmente, durante los primeros 20 minutos, donde las conexiones naturales de la escuadra de Pizzi no funcionaron. Vidal, irrelevante; Alexis, muy lejos de Macul; Aránguiz, impreciso. Demasiados rendimientos por debajo de su media particular.
Paraguay, con un estilo rústico, pero competitivo, se las arregló para equipar el juego en el medio. Roce, pierna fuerte, entrega. Argumentos básicos, pero suficientes frente a un combinado de luces bajas. Hasta el minuto 24, de hecho, prácticamente no hubo remates directos al arco, escenario ideal para la visita.
La idea se reforzó todavía más gracias a la fatalidad del Rey Arturo. Después de una falta mal cobrada por Néstor Pitana, la pelota cayó bombeada en el área chilena y Vidal, en su intento por despejar, la clavó en el ángulo de Claudio Bravo: 0-1, caras largas en las tribunas y mucha incertidumbre en el terreno de juego. Había que cambiar el libreto con urgencia. Así lo entendió Chile. Alexis se cargó a la derecha, Vargas se ubicó en el centro, detrás de Castillo. Bose y el Huaso se convirtieron derechamente en punteros. Atrás, Medel y Jara quedaron mano a mano con Barrios y Almirón, los únicos paraguayos con cualidades ofensivas.
Chile, sin embargo, no daba con los claros para preocupar en serio al portero Silva. Un remate de Eduardo Vargas (el menor del ataque nacional) fue lo más peligroso antes del descanso. Y sería. Las esperanzas de dar vuelta el resultado se guardaron para el segundo tiempo.
Lo cierto salió a buscar el empate, aunque con una falencia grave: demasiadas dudas para pegarle al arco. Nuevamente fue Vargas el que casi decreta la paridad, pero la mala fortuna y una espalda paraguaya se cruzaron en su deseo. Pizzi, entonces, llamó a Valdivia y a Paredes, con el afán de darle otro tono a su escuadra. Y fue justo ahí cuando la visita le dio un golpe de nocáut a los bicampeones de América. A Víctor Riveros le quedó mansita en el área y pese al esfuerzo de Bravo, llegó el segundo tanto guaraní.
Tarea titánica para la Roja, con Valdivia y Paredes ya en cancha (salieron los opacos Castillo y Díaz). Chile se fue encima, desesperado. Sánchez volvió a la derecha, Valdivia se encargó de la creación, misión en lo que gravitó muy poco. La Selección de todas maneras ganó pesó en el campo contrario y acarició el descuento en los pies de Aránguiz. Ese premio, ese golpe de energía para el cierre del duelo, no llegó. Chile peleó y buscó hasta el final, sin suerte. Y fue Paraguay el que cerró la goleada, con el tanto de Ortiz en los descuentos.
Terminó cayendo y sembró enormes dudas de cara a lo que resta de las Eliminatorias. Los puntos en casa eran obligatorios y ya se perdieron tres de seis posibles. El margen de error ya no existe para la Roja de Pizzi. Ganar en Bolivia es una imposición.