Es alegre, luchador, bueno para el estudio y, de entrada, confiesa una particularidad: “hay algo que llaman biotipo y yo tengo el biotopo del nadador, que no es muy común. Mido 1,84 y mi envergadura de brazos es 2,05 metros. Michael Phelps tiene los brazos de ese mismo porte”. Con ese detallito, la natación parece casi una consecuencia lógica en la vida de Aníbal Barrera, pero su historia es un poco más compleja.
“Soy nadador desde los 15 años y empecé en esto para romper una fobia porque le tenía miedo al agua. Mi hermana y mi papá me metieron en el nado. Le tomé el gusto, entré a una rama, me metí a competir y, después de dos años, mi papá me dijo: ya pu, quiero ver resultados. Tenía 16 años y me dijo que si no llegaba con medallas, mejor no siguiera. Bueno, llegué con tres y así partí en serio. A los 18 probé en el triatlón y fui campeón nacional, pero cuando entré a la categoría elite, vi el mundo real y supe que no era tan fácil. Igual fui quinto a nivel nacional”, repasa.
El penquista, de 28 años, narró que “he estudiado Preparación Física, Prevención de Riesgos y ahora Mecánica Automotriz en Inacap. En mi primera carrera, hablaban mucho del trabajo en equipo y yo había practicado puros deportes donde corría solo. En natación no puedes conversar con nadie. Siempre tuve ese problema, un profe habló de deportes que ayudaban a la cohesión de grupo y empecé a probar en vóleibol. El 2011 jugué unas olimpiadas con la Santo Tomás. También estuve en el equipo de Virginio Gómez, jugando Adesup”.
Se acerca a las tres décadas, pero sigue siendo temible. Aníbal expresó que “acá al fin me ayudan con piscina, se ponen con las lucas para viajar. El año pasado clasificamos al Nacional y competí en 400 metros libres. Ese evento es en piscina olímpica y acá todas las preclasificaciones se hacen en semiolímpica, así que te penalizan en tiempo. Yo no había quedado y el último día me di cuenta que alcancé a entrar, pesqué mi auto y rajé el mismo día a Valparaíso. La U se puso con los peajes, arreglamos con la bencina y partí. Fui cuarto en mi serie”.
Salir del agua
Sobre sus especialidades en la piscina, detalla que “como fui triatleta, ahí lo más corto que nadas son 750 metros. De ahí puedes llegar a 3.800. Lo mío era más distancias largas que competir contra los expertos de 50 libres, pero no se las hago fácil. Los 200 y 400 son lo que más me acomodan. Este año Inacap no pudo consolidar un convenio con la Andrés Bello y la Udla así que no hemos tenido piscina. Temuco tiene piscina municipal, Santiago cuenta con varias, Valdivia tiene una que es hermosa y gigante… Santa Juana tiene la suya hace poco. No sé cómo Concepción, segunda ciudad más grande de Chile, no tiene una. Solo te queda inscribirte en la Ymca, pero ahí convives con gente que va a recrearse, paga y tiene el mismo derecho que tú a moverse en ese espacio como quiera. No puedo hacer vueltas olímpicas, por ejemplo”.
Y pese a ser un tipo de sonrisa fácil, es pesimista respecto a la realidad de la natación local. “En la zona se han perdido muchos talentos de la natación. Yo mismo, creo que me perdí. Llevo más de 10 años nadando y he visto muchos chicos perderse. No se apoya la natación. Mi familia, por ejemplo, siempre ha estado bien de plata, entonces si postulaba a algo me veían como ‘ah, este muchacho no lo necesita’… Y tampoco era así. Sí lo necesitaba. Además, uno representa a una ciudad o una universidad”, apuntó.
¿Y a qué aspira actualmente? Aníbal advirtió que “a los 28 años me quedan pocos sueños deportivos. Estoy más enfocado en mi carrera. En la casa me dijeron que los tenía a todos mareados hablando de autos y por eso me puse a estudiar Mecánica, que me tiene súper feliz. En un momento dije ‘ya, es hora de madurar’ y colgué la bicicleta. De hecho, la vendí. Porque si la veía siempre me iba a tentar. Ahí me corté las alas solo y a veces me arrepiento un poco, pero hay que volver a la realidad. Igual hice hartas cosas y viví momentos lindos gracias al deporte”.
Su amiga, María Elena Seguel, trabaja con los niños de Fullruners Kids. Aníbal los ve y vuelve a su infancia. Se ve en ellos. “Son mocosos impresionantes. Veo la energía que tienen y se me vienen tantos recuerdos a la mente. No saben lo que es espera. Va a ser difícil, pero hay que ser mono porfiado y hacerse fuerte cuando te digan que no puedes hacer algo. Como sea, el deporte te enseña disciplina y a aprender de tus errores, sacando lecciones de cada caída. Aprendes a tolerar la frustración. Si algo no te sale bien, no importa. Los campeones perdieron muchas veces para ganar algún día. Mi primera medalla fue después de como treinta competencias”, sentenció.