Natalia Castellano fue número uno nacional, compitió en Japón, Toronto y se codeó con la elite del deporte, pero de pronto, quiso escapar.
Natalia se fue a vivir sola y hace dos años eligió Concepción. Arrancó de Santiago, donde con apenas 12 años ya era considerada “La gran promesa del tenis de mesa nacional”. Cumplió cargando esa mochila varios años, logró títulos, jugó en Mundiales y fue número uno a nivel nacional. Lo hizo todo, pero se sintió ahogada. Hoy disfruta llevar al fin una “vida normal”, estudia en la Universidad Santo Tomás y por las noches sale a repartir pizzas del Papa John’s. Pero el talento no quedó en un baúl: a nivel universitario (Adesup) arrasa, pese a una lesión, y ahora se prepara para representar al país en China. Un viaje más, pero con un sabor muy distinto.
La oriunda de Melipilla cuenta que “estoy estudiando Preparación Física. Antes, estudiaba Ciencias del Deporte en la Universidad del CEO, en Santiago, pero acá esa carrera no existe. Me vine porque quería un cambio en mi vida. Ya estaba aburrida del Alto Rendimiento, del estrés que significa. Se dio la posibilidad de una beca en la Santo Tomás, la tomé y el cambio ha resultado. Me alejé del tenis de mesa nivel selección y al fin llevo una vida más normal. No se me hacía muy compatible estudiar y realizar deporte a ese nivel”.
La otrora “Niña Maravilla” de las paletas repasa que “a los 11 años empecé a jugar y a los 12 ya estaba viajando por la selección. Era súper chica. Estaba como en Tercero Medio cuando ya decían que yo era la gran promesa del tenis de mesa. Mi colegio era permisivo con la asistencia, pero me exigía las notas. Igual era raro porque en el colegio todos te miraban y lo mismo en Melipilla, donde yo vivía, que es un pueblo chico. Me sentía como una seudo famosa. Era extraño”.
Se prepara para viajar a China y cuenta que “el 2015 me lesioné en los Panamericanos y sigo arrastrando esa dolencia en la muñeca que no me deja jugar tan bien, pero a nivel universitario igual clasifiqué. He viajado a todos lados, menos África. Por la universidad, anduve en Rusia, fui a Corea y ahora me toca China. Por edad, será la última vez para mí. Me había acostumbrado a viajar al menos dos veces al año y ahora es raro. Si paso mucho tiempo sin salir, ando como medio enojada”.
Y cuando dice que conoce casi todo el mundo, no exagera. “A los 15 años me gané una beca de la marca Butterfly, con otra compañera, y nos fuimos a perfeccionar a Japón. Fueron 40 días, yo era chica y veía cómo allá entrenaban cuatro horas en la mañana y cuatro en la tarde, todos los días. A esa edad es bueno ver cómo se forma un deportista desde las bases y aprender. También fue una gran experiencia cultural porque yo no sabía inglés y había que comunicarse de alguna forma. La gente es súper correcta, todos te miran, todos te saludan. Aprendí harto”.
Pero tiene una visión no muy alentadora del deporte que tanto ama. Natalia advierte que “hace rato creo que el tenis de mesa chileno va para atrás y el problema es la federación en sí. El entrenador que está lleva como 30 años y no avanza nada. Los que han logrado avanzar son los que se radican fuera de Chile, pero vuelven acá y se encuentran con lo mismo. Estamos estancados. Cuando yo era pre infantil, veía los gimnasios llenos y ahora no hay gente, no hay recambio, no hay nada. Antes íbamos a un torneo Latinoamericano y salíamos campeonas en la general y ahora con suerte se traen una de bronce”.
Y claro, cuando compite por la Santo Tomás, se nota que a los 27 el talento sigue ahí. Las rivales lo saben y la reconocen. Natalia estuvo hace pocos años en la cresta de la ola. “A nivel universitario me reconocen y casi que no quieren jugar conmigo. En Santiago, a este nivel igual te topas con gente de selección, pero acá no. La última vez no pude jugar y estaban todas felices de que no estuviera inscrita”, sonríe.
Hasta que tomó la decisión de cambiar la capital y aperrar más al sur. Con su bolso, paletas y las ganas. Natalia relata que “en Melipilla vivía con mi mamá y estaba todo bien, pero ya estaba estresada porque estudiaba en el CEO, donde uno bajaba y entrenaba en el mismo recinto. De repente, hasta el profe que te entrenaba iba a mirarte a la sala y tenías cero vida. Un día me lesioné y sentí que no les importaba cómo estuviera porque para ellos les sirves o no sirves. Eso me desilusionó”.
Fue número uno a nivel nacional y explicó que “a nivel de ránking internacional no avanzas porque esto es como el ATP. Tienes que viajar a todos lados y jugar para ganar puntos y yo tenía Santiago y sería. Ahora hago clases en un liceo de bajos recursos.
Trabajo ahí con el IND y ha sido una experiencia nueva y desafiante porque a veces son un poco complicados, te suben el tono… Pero veo que algunos chicos han avanzado harto. El sueño de todos es estudiar, trabajar, tener plata y viajar. Yo como que lo hice todo al revés. Viajaba, aprendí y ahora me pasa que trabajo y estudio. Me gusta Concepción, más allá del clima raro. Me gusta la gente, el ambiente tranquilo. La verdad es que no pienso volver”.