La madurez de la narración, su tratamiento de la memoria, el rigor y las relaciones entre las materialidades de los archivos fueron los elementos que convirtieron la novela El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, en la ganadora del Premio Atenea 2019 a la Mejor Obra Literaria Narrativa.
Por: Ximena Cortés Oñate
Comunicaciones Vinculación con el Medio UdeC
Este premio es entregado desde 1929 por la revista Atenea, de la Universidad de Concepción. Su primer ganador fue Manuel Rojas y a la fecha se han entregado 53 galardones a obras literarias y 22 a obras científicas. Alejandra Costamagna es una de las 6 mujeres que ha recibido este reconocimiento.
La Vicerrectora de Vinculación con el Medio de la Universidad de Concepción, Claudia Muñoz Tobar, destaca la importancia de este premio y el que se haya podido mantener en medio de esta crisis sanitaria. “El Premio Atenea, uno de los más importantes del ámbito de las letras en el nivel nacional, tiene una extensa tradición, casi ininterrumpida, pues solo en dos ocasiones no ha sido entregado. En manos de la dirección de la revista Atenea, distingue alternadamente una obra científica y una obra literaria, y es reconocida la trayectoria de las autoras y autores cuyas obras se han presentado. Alejandra Costamagna se suma ahora a esta distinguida lista”, señala.
La directora de la revista Atenea, Cecilia Rubio, señala que la deliberación del jurado del Premio Atenea (compuesto por expertos UdeC y externos) se realizó a distancia y que la entrega del galardón también deberá hacerse de este modo. “Sin embargo, hemos dejado invitada a Alejandra Costamagna para una ceremonia simbólica que esperamos hacer en la Escuela de verano de 2021. Desde el año pasado, nos hemos propuesto darle a la ceremonia de entrega del Premio Atenea no sólo un carácter protocolar, sino también académico, por lo que haremos un acto que contemple una conferencia o un discurso ensayístico de la escritora, donde ella pueda compartir sus ideas sobre la creación narrativa”, dice.
Por correo electrónico, en tanto, Alejandra Costamagna señala que el Premio Atenea la encuentra viviendo el confinamiento “con la cabeza en mil partes y en ninguna. Hay un ruido en querer seguir escribiendo y produciendo como si nada. Seguir escribiendo en mi rinconcito mientras afuera el mundo se desploma. Hoy tenemos una sobredosis de actualidad que apabulla y que a mí, al menos, se me hace incompatible con una escritura más reposada, que haga un diálogo con el pasado y permita entrar en zonas grises”.
Conocía de la existencia de este galardón por lo que, dice, le produjo alegría recibirlo en estos “días brumosos”.
“Me alegra por su tradición y por quien lo otorga. Concepción, además, es un polo cultural que aprecio especialmente. Me siento feliz de compartir este espacio con escritores y escritoras que admiro tanto, como Manuel Rojas, Marta Brunet, Guadalupe Santa Cruz o Germán Marín, por mencionar apenas a un puñadito. Y me alegra muchísimo, especialmente, contribuir a emparejar un poco la cancha en términos de género. Pensar que, desde sus inicios, en 1929, el Premio ha sido otorgado a 73 varones y sólo a cinco mujeres (seis ahora) habla de la inequidad de género con la que cargamos históricamente. Las estructuras de discriminación se reproducen en distintos ámbitos, que desgraciadamente no excluyen la cultura. Por eso alienta comprobar que, poco a poco, las voces de las mujeres van siendo escuchadas y reconocidas”, señala.
La memoria es un elemento fundamental en esta novela, también la intimidad, la soledad… emociones y situaciones que nos vienen rondando desde octubre pasado, primero con el llamado “estallido social” y ahora con la crisis sanitaria. En ese sentido, El sistema del tacto aparece como una novela muy actual, inserta en la realidad que vivimos hoy.
“En El sistema del tacto hay una especie de cuestionamiento a la normalidad, en varios planos. Partiendo por lo que solemos concebir como “novela”, ya que el libro incorpora archivos, documentos, manuales, residuos, restos y vestigios de una historia que es intervenida hacia la ficción. Y luego por el carácter de los personajes, que son sujetos que no responden a un deber ser ni a los mandatos sociales, filiales, productivos o patriarcales que pesan sobre ellos. Son seres desarraigados, son los “otros”, los raros, los distintos, los que no pertenecen, los que se salen de la fila de la rectitud uniformada y son asediados en distintos planos”, explica la autora.
En ese sentido, reconoce que alguna resonancia tiene eso con lo que vivimos durante la revuelta y con lo que estamos viviendo hoy, “en el sentido de cuestionar una cierta normalidad que se quiere imponer. Una normalidad que excluye, que precariza y que no da espacio a las disidencias. La revuelta nos hizo recordar que el pasado va a estar siempre ahí, lanzando chispas hacia nuestros días como un sacudón. De toque de queda a toque de queda. Y la pandemia, que parece hacer un paréntesis para dejarnos en un presente congelado en el “puertas adentro”, nos viene a confirmar, sin embargo, que la intimidad siempre tiene un correlato con el espacio público. Pienso en la situación de muchos migrantes que viven en condiciones de hacinamiento, que deben salir a la calle porque dependen del día a día para sobrevivir y que están a cargo de muchas de las labores que permiten el confinamiento de los otros. Entonces incluso la “normalidad” del cuidado es una ilusión. O, más bien, un privilegio”.
Y, en ese escenario de confinamiento y perplejidades, Alejandra Costamagna enfrenta la literatura también sin certezas. “El universo desde el que podríamos mirar cualquier cosa que escribamos hoy se ha dado vuelta. Y, bueno, está también la casi nula capacidad de concentración. Apenas -si es que- algunos balbuceos en forma de apuntes, que sigo tomando por aquí y por allí en papeles sueltos. Siempre he escrito desperdigadamente, en papelitos, en servilletas, en libretas, hasta que el asunto empieza a tomar vuelo. Pero ahora parece que el vuelo no fuera a llegar. O que no tuviera la más remota idea de cuál es el vuelo que pudiera tomar. Tal como no tengo idea del vuelo que puede tomar esto que estamos viviendo”.
Por ello, a su juicio, la palabra que mejor resume la mirada hacia el futuro es “incertidumbre”. “No seremos los mismos cuando esto acabe, sin duda, pero no sé quiénes seremos. Quiero pensar que esto nos hará ser más conscientes de la enorme grieta que sostiene este modelo, lo que daría sentido a continuar la revuelta con más fuerza aún. Si entonces no iba a ser posible volver a esa normalidad fallida que nos había impulsado a salir a la calle, ahora con mayor razón será puesta en juicio. Porque lo que está en juego, justamente, es la precarización de los que trabajamos y no tenemos seguridad social. De los trabajadores informales, de los presos que son tratados como desechos, de las personas que viven en la calle, de los ancianos que reciben pensiones de miseria, de los migrantes. De un sistema que todo lo mercantiliza, hasta la misma enfermedad”, dice.
Por momentos, agrega, ve el futuro con la esperanza del sacudón. “Otras veces el pesimismo me gana y anula todo lo anterior y ni a las nubes les hallo sentido. Como sea, da vértigo pensar que esto que vivimos ahora mismo ya es memoria y tiene infinitas ramas de microhistorias, más allá de lo que vemos en la prensa o en las redes sociales. Esas memorias son valiosísimas”, concluye.