Cultura y Espectáculos

Yo espío… una película estúpida: Operación Red Sparrow

Por: Esteban Andaur 24 de Marzo 2018
Fotografía: Operación Red Sparrow

El filme quiere ser cerebral y estético, y termina siendo derivativo, baladí y repulsivo. El ritmo del relato es soporífero y los diálogos son pobres y excesivos, en un torpe intento por comentar sobre los resabios de la Guerra Fría, las limitaciones sociales y el poder femenino.

Operación Red Sparrow (2018) es un desastre de gracia visual y énfasis en complejidad psicológica, devenidos en un tedio implacable y violencia sádica y elaborada. Al respecto, ¿qué le pasa a Jennifer Lawrence que insiste en elegir papeles raros? Ya con Pasajeros (2016) y madre! (2017) que nos ha salido con personajes a los cuales utiliza como declaración de principios, así como diciéndole al mundo que ella es una actriz intelectual y feminista porque ella misma elige la forma en que es tratada brutalmente en la pantalla grande. Chica, eso no es empoderamiento. Es masoquismo.

En la película, JLaw interpreta a Dominika Egorova, una bailarina del Ballet Bolshói, que cuida de su madre enferma en el departamento ocre que comparten. Todo empieza cuando Dominika está en medio de un espectáculo en el Teatro Bolshói. El ballet está montado de manera entrecruzada con escenas en que un espía estadounidense escapa de la inteligencia rusa, y la secuencia se mueve al son de Chaikovski. Pero el compañero de baile de Dominika, durante una pirueta elevada en el aire, aterriza con pleno pie en la pantorrilla de ella, rompiéndosela y poniendo un certero punto final a su carrera.

Se supone que la violencia de la escena sea chocante y una especie de advertencia de la brutalidad por venir. Sin embargo, el accidente interrumpe un contexto de estilo tan serio que, pese a ser desagradable, resulta, más o menos, oscuramente cómico. La música de Mozart y Bach también es usada como una especie de metáfora de que toda la violencia está estructurada como si fuera una danza, que es bonito, pero la película nunca se gana el derecho a tal belleza.

Dominika es reemplazada por una de sus compañeras, y cuando se entera de que el accidente fue (¡sorpresa!) premeditado, el filme se adentra en territorio de El cisne negro (2010); nótese que <<red sparrow>> es <<gorrión rojo>> en español, hablando de pájaros con colores. Parece que es una psicópata, pues Dominika asesina a sus excompañeros de ballet. No recuerdo si esto sucede antes o después de que la pobre sea contactada por su tío Vanya (sí, como el de Chéjov) y, la verdad, no importa, pues la verdadera historia empieza tras una media hora de rodeos ridículos. Asimismo, aquí hay un profuso empleo de nombres <<a lo ruso>>, como Vanya, Katya, Sonya, Tonya, Ponyo.

Vanya (Matthias Schoenaerts, expresivo como una tabla) pertenece a la, ¡adivinaste!, inteligencia rusa, y le propone a Dominika seducir e interceptar las comunicaciones de un político de apellido Ustinov (sí, como Peter Ustinov), y así obtener el dinero para cubrir los gastos médicos de su madre, que ya no puede costear porque no baila. Mientras viola a Dominika, Ustinov es degollado por otro espía, y la mujer debe elegir entre morir como testigo o sobrevivir como una espía del Gobierno para mantener a su madre. Vanya ha visto en ella desde pequeña las habilidades necesarias para el trabajo, pero, en realidad, sabe que es una psicópata, al igual que él, mas el filme insiste en tratar a los personajes como síntomas de sus tragedias en lugar de las patologías que padecen.

Pesado ballet

Entramos a territorio de Nikita (1990), cuando Dominika es enviada a la <<escuela de putas>> (leíste bien), para ser entrenada como una espía rusa, una Sparrow (nunca se explica el porqué del nombre, o ya se me olvidó puesto que, de nuevo, es irrelevante). Le enseñan a desnudarse en público y en privado, en frente de sus compañeros varones y damas. En el fondo, es una escuela donde les enseñan a las mujeres a dejarse violar y a los hombres cómo violar. Nuestra protagonista tiene un talento natural (imagínate) y, además, es la rebelde de la clase (esto es psicología de personaje).

Charlotte Rampling y Jeremy Irons están a cargo de la escuela, y es la segunda colaboración de ambos tras la espantosa Assasin’s Creed, lo peor de 2016. Ambos actores aportan una dureza metálica a la historia que es tan enigmática como terrorífica, como de costumbre; pero estoy cansado de verlos desperdiciar su inmenso talento en proyectos basura. Por lo tanto, aunque agradezca sus presencias aquí, desearía no verlos.

Al poco tiempo, Dominika es enviada fuera de la escuela a su primera misión: descubrir si hay un topo estadounidense en la inteligencia del país. El hombre que debe investigar es Nate Nash (Joel Edgerton), el personaje que escapó al principio, donde parecía que Nate y Dominika, aunque en lugares separados, bailaban ballet en espíritu. Ya sabemos que Nate es un espía, por lo que el suspense se esfuma ipso facto, sea él o no el topo. Y recién cuando se conocen, comienza la historia, donde Dominika va a seguir siendo violentada exageradamente. ¡Eso es entretenimiento! Y prepárate, porque esto dura dos horas y veinte minutos. Lo siento.

Oda a la monotonía

Lawrence y Edgerton no tienen química (tampoco la había entre ella y Javier Bardem en madre!), y los personajes están mal desarrollados. Su relación consiste en sólo meterse en líos, tener sexo y guardar secretos. Cuando conversan por primera vez, Nate le habla a Dominika en un ruso puro, y Dominika le contesta en su inglés ruso, haciéndole saber que ella sabe inglés (mira tú), y uno se pregunta por qué no habló en ruso antes. Lo cual me recuerda que la actriz tiene que hablar en inglés pero con acento ruso, para que crear la ilusión de que ella es local, y así vender la película a un público internacional. Lawrence no maneja bien el acento y, por instantes, éste se transparenta a un inglés bien americano, y la ilusión se rompe sin remedio.

En cuanto a las escenas de acción, si podemos llamarlas así, funcionan más como ejercicios en terror que en intensidad. Esto es porque estas escenas son de torturas prolongadas, apelando a nuestro sadismo. El filme quiere ser cerebral y estético, y termina siendo demasiado derivativo, baladí y repulsivo. Los cuadros son a menudo simétricos, capturados con lentes anchos, pero, al final, la fotografía es pardusca. El ritmo del relato es soporífero y los diálogos son pobres y excesivos, en un torpe intento por comentar sobre los resabios de la Guerra Fría (pertinente), las limitaciones sociales en Rusia (insólitas) y el poder femenino (¿dónde está?).

Por fortuna, Mary-Louise Parker provee los únicos momentos de ingenio y humor (¡uf!) en esta oda a la monotonía, como si de súbito un guionista hubiera entendido qué andaba mal aquí. Ella actúa, mas su breve y aliviadora participación termina en una nota hilarante que está claro que no era la intención.

Oh, y el clímax es como un híbrido patético entre Casablanca (1942) y Puente de Espías (2015). La intertextualidad es estúpida, y te das cuenta entonces que Operación Red Sparrow debió ser una comedia negra de acción. Tal vez así hubiese podido ser crítica de, bueno, algo.

Ésta fue una tortura tan insufrible para mí como las que tuvo que soportar Dominika. La Operación Red Sparrow, pues… fracasó.

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