Artista y docente de dilatada trayectoria dejó una huella imborrable en la cultura local. Voces del ámbito artístico se refieren a su legado.
Resumir el aporte académico y cultural de Eduardo Meissner tomaría muchísimo más que esta página. Una carrera que dividió entre ambos campos, destacando como docente en las principales casas de estudios locales y, en lo artístico, se movió entre la pintura, la música y la escritura. Profesor Emérito de la UdeC y galardonado con premios como el Regional de Artes (2002) y el Bicentenario de Arte y Cultura (2010), falleció ayer a los 87 años.
Pese a que su salud se deterioraba cada vez más, sus cercanos dicen que nunca dejó de crear. De la mano de su inseparable esposa, Rosemarie Prim, también se dejaba ver en muchos eventos relacionados a la cultura y fue una de las voces que lideró el movimiento de creadores locales para la aprobación de los fondos para el Teatro Biobío. Una figura imborrable no sólo para la cultura local y nacional, sino para la comunidad en general, con un legado que nunca se apagará.
Como era de esperar, su partida produjo un enorme dolor en el ámbito artístico y varias voces quisieron hablar de la trascendencia de su trabajo. Rodrigo Piracés, director de Extensión y Pinacoteca de la Universidad de Concepción, comentó que “para nuestra Dirección de Extensión y Pinacoteca, así como para la Escuela de Arte, su fallecimiento es una gran pérdida. Se trata de uno de los fundadores de la Escuela, un intelectual que sembró ideas en el campo de las artes y de la cultura, que prevalecen hasta el día de hoy”.
Además, Piracés agregó que “su punto de vista le dio una impronta particular al arte en Concepción, sobre todo en sus procesos y modos de composición. Así también su innegable aporte a la arquitectura, con hitos como la fundación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Bío Bío, que hoy es una de las más prestigiosas del país”.
Sandra Santander, curadora de la Pinacoteca UdeC, fue su alumna e indicó que “lo recuerdo con gran cariño, fue un gran maestro. Siempre se dice que personas como él no mueren, sólo se va su cuerpo, pero su legado seguirá siempre, traspasando generaciones. Era una persona tremendamente generosa con sus saberes y siempre nos estimulaba a crecer más, a ser mejores, también a estudiar e investigar, a ser consecuentes con nuestro pensamiento y con nuestra obra”.
Edgardo Neira, destacado artista visual penquista, fue su alumno en 1973. Más tarde, ejerció como su ayudante e instructor -grado académico que ya no existe- de su asignatura Estética y Semiótica. Comentó que “con él, la comprensión del arte comenzó su ingreso a la contemporaneidad y se inició en Concepción la conceptualización de las artes visuales en el ámbito riguroso de las estructuras de lenguaje. Antes, sólo se hablaba del arte como ‘expresión’. Su incursión en la estética formal y en la semiótica fueron pioneras en la formación intelectual universitaria”.
Rodrigo Burgos, director de la Galería de los Ocho, señaló que “tuve la suerte de conocer a don Eduardo, como profesor, como artista y como persona. Siento que gran parte de su legado social lo realizó en sus cátedras, cientos de alumnos pasaron por ellas, y creo que todos quienes tuvimos la suerte de tenerlo como profesor consideramos que sus clases se convertían en verdaderas experiencias, no sólo visuales, sino que auditivas, gestuales, icónicas, con ese grado de profundidad propio de quien ama lo que se enseña. Cómo olvidar la verdurez del verde, la rojez del rojo. No sólo dejó un legado a través de su obras, sino que también a través de su labor formativa, y vive en cada uno de los que tuvimos la suerte de recibir su enseñanza”.
Tulio Mendoza, poeta local, lo conoció de cerca y se refirió a su labor. “Eduardo Meissner fue un hombre pleno, un ser humano luminoso que hizo del arte una forma de vida, de aprehender el mundo para comprenderlo, habitarlo y compartirlo con los demás. Cultivó la conversación que en la tercera acepción, en desuso, que señala el diccionario es ‘vivir, habitar en compañía de otros’”.
En ese sentido, Mendoza agregó: “Qué significativo y transformador era el acto de dialogar con él: nunca terminaba uno de asombrarse, ya fuera con la pintura, la música, la escritura y todo lo que en su voz y entonación tan particular, nos cautivaba. Un humanista de tomo y lomo, nada del ser humano le era ajeno. Nos dejó muchas huellas que deberemos recorrer y recordar con atención. Duele el alma y el tiempo. A él le debo una mítica y honda dedicatoria en su libro ‘La domesticación de los pájaros’: ‘A Tulio Mendoza Belio, poeta docto, poeta sutil’. Fue un verdadero poeta por su capacidad creativa y a él le calzan a la perfección las palabras de Guimarães Rossa: no mueren los poetas, sólo quedan encantados”.