Crítica de Cine: La Sirenita, clásico de clásicos
06 de Octubre 2019 | Publicado por: Esteban Andaur
El clásico de Cinemark de septiembre es uno de los títulos esenciales del canon de Disney. ¿Por qué sigue encantando a tantas generaciones? He aquí las razones.
Según mi madre, la primera película infantil que vio estando embarazada de mí, en 1990, fue La Sirenita (1989). En medio de un embarazo, comprendo que se haya sentido inclinada a participar de la aún emergente cultura pop de los millennials. Me gusta creer que es la razón por la cual me apasionan las historias que tienen que ver con los océanos. Asimismo, entiendo que la curiosidad de mamá haya sido influenciada por lo trascendente que el filme fue apenas se estrenó.
En los 80, los estudios Disney no habían producido cintas muy populares ni le habían ofrecido al público una deslumbrante muestra de la calidad de antaño. Entonces llegó La Sirenita. Se convirtió en un fenómeno, un clásico instantáneo, iniciando una profunda renovación en la casa de Mickey Mouse, período conocido como el Renacimiento de Disney, comprendido entre 1989-99, y durante el cual alcanzaron un éxito apabullante tanto a nivel comercial como crítico; su repercusión se sentiría en todos los largometrajes animados producidos en Hollywood en los 90 e incluso hoy. En suma, esta adorable ninfa del mar cambió la industria y sus prioridades para siempre.
La música ecléctica y las canciones estilo Broadway se mantienen como algunos de los elementos más deleitosos. El singular número de reggae “Bajo el mar” les valió al letrista Howard Ashman y al compositor Alan Menken el Óscar a la Mejor Canción Original (también fue nominada mi favorita, “Bésala“. El segundo recibió una estatuilla adicional a la Mejor Partitura Original.
En los años posteriores, el personaje del título, la Princesa Ariel, ha sido ridiculizada por su desbordante feminidad (¿recuerdas Wifi Ralph?). Disney ha reaccionado a esta “debilidad” en múltiples ocasiones, con heroínas “fuertes” sacadas de la vida real, como Pocahontas y Mulán, y hasta llegando a adoptar a Mérida, del filme de Pixar Valiente (2011), como una de las Princesas. Pero nosotros millennials recordamos La Sirenita como algo más que las circunstancias que permitieron su existencia o los clichés en los que ha caído gratuitamente.
La clave está en el puro poder de su narración, y me sorprende lo moderna que sigue siendo. Es una de las mejores de Walt Disney, así de simple. El mérito es de los directores Ron Clements y John Musker, quienes, además, escribieron un guion innovador (era inusual que se contara con guiones en el estudio, puesto que siempre habían dependido de tratamientos y, sobre todo, storyboards). Realizaron notorios cambios al cuento de hadas homónimo de Hans Christian Andersen, en especial el final melancólico. Ahora bien, los cambios funcionaron; crearon una historia inteligente que no es tan tradicional como suele pensarse.
Toma lugar bajo el mar, en un mundo desconocido para los humanos, habitado por sirenas, tritones y una variopinta fauna de peces. La protagonista es la menor de las hijas del Rey Tritón, posee una bella voz para cantar, y su imaginación es tan poderosa como su deseo de emanciparse, aun cuando sólo tiene 16 años. La primera vez que la vemos, está recolectando objetos remanentes de naufragios junto a su mejor amigo, el pez amarillo Flounder. Lo primordial para ella es la diversión; por ejemplo, se ríe tras sobrevivir al ataque de un tiburón. Guarda los objetos cual tesoros en su cueva personal en el piélago, alejada de su padre, quien prohíbe el contacto entre sirenas y humanos.
Es una rebelde, y el rey se esfuerza en mantenerla sana y salva. Por esto envía al conductor de la orquesta real, un cangrejo rojo llamado Sebastián, a que la vigile. No obstante, éste se escandaliza al descubrir la cueva y el sueño de Ariel, durante el conmovedor número musical “Parte de él”. Sebastián ejerce casi la misma autoridad que su padre, mas desprovisto de sus aprensiones, y no tarda en volverse su mejor aliado.
Aunque nos remonte a los inicios de Disney, cuando el largometraje de animación fue, prácticamente, fundado por Walt y él basaba su material en los tomos esenciales de la literatura infantil (Blancanieves y los siete enanos [1937], Pinocho [1940]), la gran diferencia en el ‘89 era la naturaleza de la protagonista. Ariel no espera a que la vayan a rescatar. Es ella quien, al ver al Príncipe Eric tocar su flauta y jugar con su perro Max en su barco, se enamora de él y decide transformarse en humana para conquistarlo. Ella genera la acción.
Es curioso notar que la historia recién comienza aquí, un poco tarde en el progreso de los eventos. O sea, Ariel casi es devorada por un tiburón y ya peleó con su papá; mientras tanto, la película nos ha divertido con dibujos hermosos y coloridos, personajes y canciones inolvidables, y eficientes escenas cómicas. Es necesario pasar suficiente tiempo con ella para considerar la importancia de su sueño de libertad, que puede sonar bastante hedonista, mas el filme es enfático en emociones benévolas, y entendemos rápido que su anhelo no es baladí.
El conflicto queda establecido, pues, entre la hija y el padre. Las discusiones entre ambos son del todo verosímiles, ya que apelan a la universalidad de la adolescencia, y he ahí la sensibilidad contemporánea. Así, Tritón es el antagonista. Hasta ahora. Luego de una feroz pelea con Ariel tras descubrir que quiere quedarse a vivir en la superficie por amor, llega otro personaje a manipular la situación con sus tentáculos: Úrsula, la bruja del mar. Mitad mujer, mitad pulpo, codicia el poder del rey y se aprovecha de la inocencia de su hija para conseguirlo. Es una deliciosa y aterradora villana camp. Aparece ya en las primeras escenas, mas no interfiere en esos desarrollos; sólo nos hace saber quién es, sugiere lo que quiere, y comenta las acciones de la princesa como un coro griego ominoso.
El antagonismo es transferido, parcialmente, de un padre amoroso y precipitado, a una verdadera malvada. Pero Úrsula es un personaje más complejo, dado que, al mismo tiempo, es la mentora de Ariel. Sí, es la villana y la mentora, lo cual todavía se siente arriesgado para un cuento de hadas de Disney. La bruja le enseña que es mejor no hablar para ganarse el corazón de Eric; una mentira, por supuesto, mas nuestra joven soñadora cede a la propuesta del siniestro pulpo: a cambio de piernas, le da su voz, la que podrá recuperar en un plazo de tres días si le da un beso de amor al príncipe. Es decir, en cualquier caso no tendría que abandonar el título nobiliario, pero, bueno, películas…
Úrsula nos provoca contradicciones; al tiempo que pretende destruir a Tritón y a su hija, es accesible gracias a su sentido del humor cínico y a que, a diferencia del rey, y debido a sus propias motivaciones maléficas, ella sí ayuda a la protagonista.
Sin embargo, hacia el final, el conflicto sigue presente entre Ariel y Tritón, porque éste es el antagonista, lo que en absoluto lo hace un villano. Y el conflicto es resuelto; la princesa tiene que terminar su viaje y dotarlo de significado para nosotros. La asignación de valores inesperados a arquetipos, preserva fresco el oleaje de cada visionado, y el ingenio y la música completan su encanto perdurable. La Sirenita entrega mensajes relevantes sobre la familia y el sacrificio, y, en el fondo, es un espléndido entretenimiento.