Crítica de cine: Toy Story 4
30 de Junio 2019 | Publicado por: Esteban Andaur
Disney∙Pixar logran lo imposible y nos entregan una nueva y maravillosa entrega de la franquicia de los juguetes. Posee animación bella, personajes entrañables y una historia más introspectiva que la anterior, al menos. Es un espléndido colofón para una saga generacional.
Disney∙Pixar han coronado esta década de secuelas con aquélla que nadie quería por temor a que arruinara la bien amada franquicia de la que forma parte. Toy Story 4 (2019) reitera la tendencia de reciclar, exprimir y restregar las glorias del pasado del ratón y la lámpara más famosos del mundo. ¿No hay más ideas? En lo personal, después de Toy Story 3 (2010) y el excelente final que supuso para los juguetes de Andy, creía inconcebible otra más. ¿Para qué?, ¿qué quedaría por contar? Temí por el legado de una trilogía vital para mi generación. Es más, una eventual cuarta entrega solía ser un chiste en estos años de incesantes secuelas. Sólo podía esperar que hicieran de ésta una película brillante, de las mejores de su canon.
¿Y sabes qué?, eso es exactamente lo que hicieron.
Toy Story 4 es buena, y no lo es apenas rozando la plenitud de las anteriores. Aun cuando no supera a las dos primeras (todavía las mejores), sí creo que es mejor que la tercera, que considero la más débil sólo por la anécdota trivial de que no lloré a mares como admite haber hecho casi cada millennial que la vio. Es un hecho innegable que este cuarteto comporta una de las sagas más perfectas en la historia del cine. Encima, las escenas en medio de los créditos son en sí de las mejores que he visto. ¿Hay algo que estos tipos no puedan hacer bien?
Esta vez, la historia arranca cuando un cuchador de plástico con brazos de hilo y pies de palitos de helado llamado Forky, un juguete hecho por Bonnie, huye debido a una crisis de identidad: él está seguro de que le pertenece a la basura, ya que fue hecho de materiales desechables. En su rescate acude, por supuesto, Woody; pero Forky escapa durante un viaje familiar en que la niña trae a cuestas a todos sus juguetes, quienes son arrastrados a una nueva aventura.
Es interesante lo que logra el director Josh Cooley, en un impresionante debut en la dirección. Por ejemplo, Jessie (Joan Cusack), el personaje femenino principal, es relegada a mínimas intervenciones. Aquí el personaje femenino que se sitúa al frente, ejerciendo influencia sobre los demás y dictando el pulso de la narración, es Bo Peep (Annie Potts), la ovejera de porcelana quien vuelve junto a sus ovejas tras su notoria ausencia en Toy Story 3. Recordemos que en las primeras películas estaba enamorada de Woody, mas nunca contó con un desarrollo importante.
Su diseño visual siempre fue llamativo, y junto a la tensión romántica con el sheriff, siempre me frustró el potencial desperdiciado de Bo (entonces llamada Betty en el doblaje latino), aunque esto no jugó en contra de la calidad de los filmes (o sea, son naturalmente buenos). Cooley aprovechó de corregir ese <>, rediseñó su look y le dio un arco importante y vigoroso, y Potts nos recuerda de su talento tan sólo con su voz, parte integral de sus inolvidables papeles en clásicos como Los Cazafantasmas (1984) y Pretty in Pink (1986).
Oír a Potts y al resto del elenco es uno de los grandes placeres de ser adulto y disfrutar de la versión original; los niños verán la versión doblada, mas no creo que noten la diferencia, gracias a un guion sólido, ingenioso, y la animación más deslumbrante y fluida que el estudio nos ha ofrecido en años, al nivel de Intensa-mente (2015) y Coco (2017). Y los personajes nuevos son bienvenidos.
Gabby Gabby es una muñeca defectuosa que vive en una tienda de antigüedades junto a un séquito de aterradores muñecos de ventrílocuo. ¿Será una posible villana? Gabby Gabby encuentra una personalidad ambivalente en la voz diáfana de Christina Hendricks, quien la infunde de impredictibilidad tanto en escenas de peligro como de decepción, y, por lo mismo, la comedia que emerge de ella es aún más sarcástica.
Forky es como un niño dentro del grupo, y la voz madura y quebradiza de Tony Hale produce un divertido contraste; es muy dulce ver su evolución de juguete de primeras sin propósito a uno muy especial. Forky es un aporte relevante a la franquicia, puesto que supone una proyección personal, antropomórfica, surrealista, de la imaginación de Bonnie; así, el cuchador es uno de los elementos más humanos del filme, al mismo tiempo que un acto de generosidad creativa de parte de los realizadores.
Ya había olvidado que también estaba Trixie, la triceratops que vendría a completar el dúo de dinosaurios con Rex; sin embargo, es otro el dúo que sobresale: Ducky (KeeganMichael Key) y Bunny (Jordan Peele, director de Nosotros [2019]), una pareja de peluches cosidos entre sí, que deliran con superpoderes y vengarse de los humanos. El humor entre estos dos es quizá lo más desternillante. Key y Peele reviven la química que los hizo famosos en su programa de sketches, humor que se ha filtrado hasta en Nosotros y en la gran ¡Huye! (2017). Es el año de Peele, sin duda.
Y, asimismo, lo es de Keanu Reeves. Después de encarnar al personaje del título en John Wick 3: Parabellum (2019), da vida a Duke Caboom, un temerario motorista canadiense. Reeves interpreta a esta figura de acción como si Wick hubiera sido transferido a una caricatura y fuera bastante más amable, y es suficiente para que lo pasemos bien con él y sus acrobacias sobre ruedas.
Pero Toy Story 4 le pertenece a Woody, haciendo de ésta una experiencia introspectiva. Él mismo tiene sus problemas existenciales propios, reflejados en el novísimo Forky, en la revolucionaria Bo o incluso en Gabby Gabby. Tom Hanks nos conmueve con su interpretación final del vaquero. Aún doliente por la partida de Andy, el reencuentro con Bo lo conmina a confrontar su pasado y determinar su lugar en esta nueva vida con Bonnie, a la que no se ha adaptado tan bien como creía. ¿Acaso ya es tiempo de que satisfaga sus anhelos? ¿Tiene anhelos? Al sheriff le toca un arco complejo, en el que recibe la ayuda indispensable de Buzz Lightyear (Tim Allen), y este aire meditabundo eleva al filme por sobre la mera extensión de un negocio.
Más que una cuarta parte, funciona como un espléndido colofón a la saga. Debo admitir que esta vez sí me emocioné, y es que es imposible no revisitar la vida propia en la memoria con estas películas, que no han perdido un ápice de su magia ni trascendencia.