Guy Ritchie asume su proyecto más importante esta década con el remake en imagen real de Aladdín, el clásico animado de Disney. El resultado es irregular y predecible, pero los ratos mágicos compensan bastante los baches en el camino.
Mis recuerdos más tempranos en una sala de cine se remontan a Aladdín (1992), el clásico animado de Disney. Fue la primera película que visioné en la gran pantalla. Entonces no había cines de mall en Concepción, por lo que la experiencia era más romántica y sólo podía ir acompañado de mis padres. Aún recuerdo cuando la descomunal cabeza del tigre de arena emergió en el desierto y abrió sus fauces, anunciando con una voz gutural los peligros que les esperaban a quienes entraran a la Cueva de las Maravillas, y cómo eso se transformó en un hecho trascendental en mi vida. Y para qué hablar de las canciones de Alan Menken, Howard Ashman y Tim Rice.
Así que no puedo ensañarme con el remake en imagen real. Aladdín (2019) contiene por aquí, por allá y por acullá algo de la magia de antaño, en cuanto revive nuestra memoria infantil. Aunque me hubiera gustado que esta interpretación fuese relevante y fresca, no es así, y qué más da, ¡alegría!
La historia es… Bueno, es exactamente la misma que el ‘92. Esto es lo que me pasa con los remakes recientes de Disney: sé que son meras excusas para hacer dinero. Los ejecutivos rara vez van a permitir que los directores creen algo distinto y emocionante a partir de material que ya ha sido exitoso en el pasado, y por el que el estudio ha rentado millones y millones en todas las monedas del planeta por décadas. De consiguiente, las nuevas versiones adolecen de rigidez artística, carecen de alma y emocionalidad. Supongo que Guy Ritchie fue contratado para dirigir el filme porque era capaz de manejar un abultado presupuesto; podían darle órdenes. Además, su filmografía, devota a criminales y gánsters, lo indicaba como la opción perfecta para contar la historia de un ladrón. Ritchie cumplió, para bien o para mal, resultando en su trabajo más importante esta década, debido al enorme valor de cultura pop que implica.
Lo que me frustra es que la diversión aquí depende tanto de la estructura de la original, que suele caer en la reiteración banal. Ahora bien, hay secuencias de persecución elaboradas y cinéticas, con momentos en cámara lenta y rápida, muy al estilo del director; son los únicos momentos en que le dejaron imprimir su personalidad y es una lástima que sean tan escasos. Con todo, estas secuencias son vertiginosas, como deben ser, y el efecto es mayor en 3D.
Los números musicales son espectaculares, fastuosos en su puesta en escena. De acuerdo, le doy parte del crédito a Ritchie, pero sobre todo a la música escrita por Menken, Ashman y Rice, y a los actores, que cantan y bailan de manera festiva y fluida. Los mejores son << Un amigo fiel en mí >> y << Príncipe Alí >> en esta ocasión. No, no es << Un mundo ideal >>, lo lamento.
Las canciones son el tejido conectivo entre escenas predecibles y al elenco le cuesta superar una narración en piloto automático. El actor Marwan Kenzari interpreta a Jafar, y se nota que intenta hacer algo diferente con el icónico villano para descubrir una faceta desconocida en él; sin embargo, no pareciera haber encontrado mucho, y el brujo nunca me amedrentaría ni le obedecería. El obstáculo de Kenzari es un guion flojo que no posee ligeras subversiones; aun cuando los personajes sean carismáticos, no significa que sean individuos sustanciales, algo que también le sucede al Aladdín del ‘92.
Al igual que en ésa, el protagonista es un ladrón rutinario que después se vuelve un príncipe rutinario. Ahora bien, fui más receptivo de Aladdín que de Jafar sólo porque se trataba del héroe, claro, pero porque Mena Massoud, el actor que lo encarna, asume un enfoque directo, sin mucha ambición histriónica, y me convenció más.
Sus mejores escenas son, desde luego, con los personajes más interesantes. El Genio, cuya voz original la proveyó un inolvidable Robin Williams, ahora es personificado por Will Smith. Qué importa que su azul no se viera realista en el tráiler, Smith entrega la mejor actuación aquí. Aplica la sensibilidad urbana que lo convirtió en un príncipe del rap a principios de los 90 y su energía, evocativa de Whoopi Goldberg, le da dinamismo a la película y saca lo mejor de Massoud.
Y hay una dulce química entre este último y Naomi Scott como la Princesa Jasmín, ahora una feminista. Pese a estar rodeada del bling bling palaciego y amar a Aladdín, lucha por su deseo de reemplazar a su papá como sultán. Es un arco osado. La guinda de la torta es que Jasmín tiene canción propia, << Speechless >>, compuesta por Menken y con letra del dúo Pasek y Paul de La La Land (2016).
Aladdín no hace nada muy innovador y su desarrollo es pesado, pero sus ratos mágicos equilibran el espíritu conservador y mercantilista. Me quedo, no obstante, con la cinta de mi infancia y mis atesorados recuerdos, proporcionalmente maravillosos como la lámpara.