Rosemarie Prim, activista social y cultural: el inagotable pedalear de un alma inquieta y hacedora
26 de Mayo 2019 | Publicado por: Francisco Bañados
Parece un ejercicio complejo, tal vez imposible, intentar plasmar en tan pocas líneas quién es Rosemarie Prim. Artista, ceramista, bordadora, activista social, incansable gestora cultural, compañera de Eduardo Meissner por más de 60 años, madre de hijos propios y ajenos, en la experiencia pionera del primer jardín infantil rural de Chile. Tal vez, sea más fácil identificarla con una imagen cotidiana: la de aquella señora alemana -pero penquista como pocos- que suele divisarse en las calles del centro, pedaleando rauda desde o hacia su casa de calle Ongolmo, conduciendo una bicicleta de paseo que ya parece una proyección de su propio cuerpo. Una postal que alegra y da color a las grises y frías mañanas otoñales de Concepción.
Nació en Neuwied, Alemania, y fue la hija del medio del matrimonio compuesto por ErnaBecker y Fritz Prim.Como nos recuerda en el libro “Rosemarie Prim: Hacer es vivir”, su padre era gerente de una cervecería, vivían cómodos, felices y tranquilos, hasta que sobrevino la Segunda Guerra Mundial. “El primer bombardeo sucedió cuando yo estaba en cama, enferma con peste cristal. ¡Fue horrible! Casas destruidas, vidrios rotos. Mi madre me sacó de la cama y recuerdo que no podía respirar. Veía todo amarillo. Aún lo puedo ver. Recuerdo que nos llevaron a mi hermana y a mí a un subterráneo. Estuvimos ahí por horas”.
La guerra les costó demasiado caro. Su padre, Fritz, murió poco más tarde, impactado por una bomba. En 1958, de vacaciones en Manderscheid, tuvo un encuentro que marcaría su vida: conoció a Eduardo Meissner, un joven chileno, estudiante de doctorado en Bonn. El amor surgió de inmediato, pero esa es otra historia. Seis años más tarde, se casaban al otro lado del mundo, en una casona de Copiulemu, una localidad que se transformaría en su segundo amor.
En 1973 decidió levantar allí un jardín infantil, pero no sería una tarea fácil: necesitaba un terreno, profesionales para enseñar y permisos. Habló con el alcalde de Florida, pidió apoyos a la Facultad de Educación de la UdeC y al Arzobispado de Concepción, y le fue bien. Incluso en una visita a Alemania ese año, consiguió fondos entre sus compatriotas. Finalmente, en abril de 1974, pudo inaugurar “Manderscheid, el primer jardín infantil rural de Chile, bautizado así en honor a su pueblo, y que 45 años después, sigue entre los mejores 10 centros de educación inicial del Bío Bío, sirviendo de modelo para muchos otros. Pero Rosemarie no se quedó ahí: a poco andar, fundó tres más.
Por esos años, existía en Copiulemu un centro de madres, con 20 mujeres que se dedicaban a tejer croché. Inspirada en un reportaje de Revista Paula sobre las bordadoras de Isla Negra, Rosemarie las convenció de reconvertirse, de aprender a bordar e intentar comercializar su trabajo. En mayo de 1975, las Bordadoras de Copiulemu hicieron su primera exposición en la Galería Universitaria de Concepción. El público quedó impresionado y se vendió todo. Desde entonces, no han parado de bordar, y su trabajo ha llevado el nombre de Copiulemu a Chile y el mundo.
Teníamos razón. En tan pocas líneas no se puede. Haría falta un libro.