No solo como Premio Nobel de Literatura (1945), también como feminista, educadora y política, Gabriela Mistral empujó los márgenes que encasillaban a la mujer. Para Mistral, las mujeres siempre han estado relegadas de la humanidad al no haberse beneficiado en forma inmediata, o a lo menos, oportuna, por las leyes sociales y al estar restringidas en sus posibilidades de libertad o de acceso a la cultura. Se trata de una negación o invisibilización que muchas veces no es explícita y que incide en el cambio social.
Así lo expresa la propia Mistral en su nota “La instrucción de la mujer”, publicada en La Voz de Elqui, en Vicuña, un 8 de marzo de 1906: “Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura nos ha dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el invitado reacio que tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atraso y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su inconsciencia, la naturaleza pone una luz sobre los dos flancos del planeta. Y es ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en cuenta a las mujeres”.
Su proyecto educativo es principalmente humanista, lo que significa atender a que el ser humano posee una capacidad infinita de ser beneficiado con el conocimiento. Este, en un sentido universal, debe ser accesible a cualquier persona, no importando su condición de raza, género, nivel socioeconómico u otra característica.
En el caso de la mujer, anota que “Si en la vida social ocupa un puesto que le corresponde, no es lo mismo en la intelectual, aunque muchos se empeñen en asegurar que ya ha obtenido bastante; su figura en ella, si no es nula, es sí demasiado pálida. Se ha dicho que la mujer no necesita sino de una mediana instrucción; y es que aún hay quienes ven en ella al ser solo capaz de gobernar el hogar”
Y sobre las maestras asegura: “Les corresponde ir creando la literatura del hogar, no aquella de sensiblería y de belleza inferior que algunos tienen para tal, sino una literatura con sentido humano, profundo”. Estas palabras de Mistral, dice Tesche, revelan la necesidad que la mujer acceda a la vida intelectual en forma activa y constante, lo que necesariamente implica, que al igual que en el hombre, que en ocasiones deba estar ausente del hogar. Es interesante también que para Mistral el hogar no sea solo lo doméstico, sino que contemple la presencia de literatura que ayude a cultivar fines más trascendentes para la humanidad.
Otra característica del proyecto educativo de Mistral es, como se ha mencionado, la igualdad. De hecho, ella misma se nombra como “hija de la democracia chilena” cuando gana el premio nobel, el que dedica a campesinos, artesanos y obreros. Mistral tiene una visión muy política acerca de la enseñanza, que aboga por la educación entendida como un derecho para todos y no como una forma de revelar la desigualdad social.
Es en este marco, donde se inserta su crítica al feminismo, pues considera que este movimiento no está dirigido a la mujer trabajadora u obrera, de menos recursos: “El feminismo llega a parecerme a veces, en Chile una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho, perfectamente invertebrado, como una esponja que flota en un líquido inocuo. Tiene más emoción que ideas, más lirismo malo que conceptos sociales; lo atraviesan a veces relámpagos de sensatez, pero no está cuajado… Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: ‘Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve, las tres clases sociales de Chile’” (Gabriela Mistral, “Organización de las mujeres”, en El Mercurio, Santiago, 5 de julio de 1925).
En este sentido, su visión del feminismo hace eco de la explotación laboral, que para la mujer continúa en el hogar, y el sometimiento a una sociedad machista, que también tiene como objetivo reducir, burlar y empequeñecer a la mujer.
Como poeta Lucila Godoy fue tremendamente descalificada en su época. Omer Emeth señalaba en El Mercurio en 1923, refiriéndose a sus textos: “Gabriela Mistral, a menudo, escribe mal. Llamo yo escribir mal al escribir oscuramente… otro defecto es a la vez, de fondo y forma: el prosaísmo (accidental, es cierto) de algunas composiciones pedagógicas… y también cierta uniformidad, cierto monocordismo en la desolación.”
Pedro Nolasco Cruz, dice de ella que “ganaría si indicara con más claridad la causa de su dolor. Se parece a aquellas personas absortas y constantemente ocupadas en un asunto, que hablan de él a los demás sin explicarlo, como si fuese muy conocido… En cuanto al idioma… lo maneja con dificultad, como un instrumento que no conoce bien. La frase no corre, el giro es enrevesado, el vocabulario es muy reducido y no escogido, el término propio falta a menudo”.
La crítica literaria, enfatizó siempre de ella, su carácter maternal, en términos de mujer contenedora, sacrificada por sus alumnos, los que simbólicamente representaban a los hijos que no tuvo. Baste decir, que en la literatura escolar los textos incluidos fueron las rondas, canciones de cuna, entre otros, que la asemejan a la madre de Chile.
No obstante la persona de Mistral, para comprender en toda su complejidad la dimensión de lo femenino es muy relevante atender a su poesía. En ella se presentan identidades como la madre loca, la enamorada de los muertos, la representación de sí misma como mujer fragmentada, delirante, etc. En relación con su proyecto escritural, se puede afirmar que la poesía de Mistral es una poesía compleja. En ella se retrata las dificultades de una época entre lo público y lo privado, lo propio y lo extranjero, la inclusión y la exclusión de las mujeres en distintos ámbitos.
Mistral también tiene el antecedente de la complejidad de las identidades latinoamericanas, que representan un híbrido que no funciona como una síntesis de diversas identidades, entre las cuales se puede reconocer entre otras, el indio, el inmigrante, el mestizo. Mistral no solo se reconoce en los discursos de estas voces marginales, sino que se hace cargo de la compleja tarea de la literatura latinoamericana de definir el ser. En su poesía encontramos indicaciones, interrogantes que hacen presente aquello negado de nuestras realidades, es decir, aparecen identidades que nos conforman como sujetos pertenecientes a territorios marginados. El sujeto de la poesía de Mistral se presenta como mestizo, errante entre distintas identidades propias de distintos lugares del continente. Este aspecto es fundamental, pues respecto al asunto de los orígenes y las filiaciones no se puede desconocer que Latinoamérica presenta antepasados violentos y traumáticos que determinan identidades en conflicto.
En Mistral lo femenino también se presenta en la escritura. Mistral nombra a lo femenino en plural. Las mujeres, por así decir, habitan en cada Una, muchas veces de manera conflictiva. Por ejemplo, en el poema “La otra” que prologa Lagar señala: “Una en mi mate/ Yo no la amaba” (…)/ La dejé que muriese, robándole mi entraña./ Se acabó como el águila/ que no es alimentada”.
En su obra, además, lo femenino está en permanente reconstrucción mediante la referencia a otras mujeres que se ubican al origen de la subjetividad, como, por ejemplo, la madre. Esto no solo es una respuesta ante los discursos de poder, sino que, como afirma Guyomard, también representa una forma de configurar la subjetividad que exige un proceso de vínculo y relación como madre y con la madre, que está signada por pérdidas y lutos en la memoria inconsciente de toda mujer.
Para Mistral la madre representa la procreación de la mujer, el renacer simbólico de los antepasados y la regeneración que brota de la tierra, pero en estas mismas dimensiones también se revela una dimensión mortal. Ambas representaciones ambivalentes, siempre conviven en la relación con la madre, gatillando afectos antagónicos, amor y odio, a propósito de lo perdido.