El gran wéstern de Netflix: La balada de Buster Scruggs
29 de Diciembre 2018 | Publicado por: Esteban Andaur
Buster Scruggs es el protagonista de la primera historia, en esta antología de seis de los hermanos Joel & Ethan Coen. Compitió en el pasado Festival de Venecia, donde ganó el Premio Osella al Mejor Guion.
El único ejercicio puro en género de los hermanos Joel & Ethan Coen es el maravilloso wéstern Temple de acero (2010). Uno podría decir que ellos han aprovechado de canalizar sus influencias del cine del lejano Oeste en todos sus trabajos, como en la ganadora del Óscar Sin lugar para los débiles (2007) o en ¡Salve, César! (2016), a través de Hobie Doyle, el personaje inadaptado de Alden Ehrenreich. Y, así, han perfeccionado su maestría del género.
Pero ahora, con La balada de Buster Scruggs (2018), han regresado a la pureza de Temple de acero. O algo así. Aunque es, predominantemente, un wéstern, presenta matices evidentes de musical, parodia y, encima, es una antología de seis cortometrajes, historias no relacionadas entre sí, contenidas en un compendio literario bajo el título de la primera de éstas.
El filme empieza con un antiguo libro de cuentos sobre una mesa, de tapa dura, sin sobrecubierta, deslucido y polvoriento. Las letras amarillas nos informan de su título: La balada de Buster Scruggs. Es bastante evidente que data de los 1800. Tenemos que imaginar que el libro existe en el mundo real y que ésta es una especie de adaptación. Apenas suenan las primeras notas de la partitura de Carter Burwell, me acordé de la primera pieza musical, compuesta por él, que se escucha en Tres anuncios por un crimen (2017), protagonizada por la esposa de Joel, Frances McDormand. Ambas películas cuentan con personajes inmorales y obtusos (y ganaron el Premio Osella al Mejor Guion en Venecia).
El libro es abierto por una mano de procedencia desconocida; me gusta pensar que es de uno de los directores, puesto que en ninguna parte se indica el autor del texto (es anónimo); y el filme, como todos los de estos hermanos, está escrito por ellos mismos. O tal vez la mano sea una proyección de nosotros, el público, por elegir <<leerlo>> y embarcarnos en este viaje por el Far-West.
Cada historia posee un estilo y enfoque distintivo, casi como retratos mixtos en un tapiz. En el primer cuento, o corto, el personaje del título es un bandolero despiadado que recibe su merecido. Buster Scruggs, a cargo de un fervoroso Tim Blake Nelson, a menudo rompe la cuarta pared y comenta, con sarcasmo, sobre sus actividades criminales; y pareciera que los directores, igualmente, la rompen con un final mordaz y caricaturesco a la vez: nos damos cuenta del chiste luego de reírnos.
Este desenlace, para algunos, podría ser una solución simplista a un relato en que se ha invertido una estética posmoderna y tanta energía. Sin embargo, lo que los Coen persiguen aquí es transportarnos a otra época, no a través de una lección de historia, sino una lección de literatura.
Nos ofrecen una idea de cómo se solía escribir en el Oeste. En los momentos en que no hay diálogos y las vistas son tan poderosas, resulta fácil imaginar qué palabras se consignan en las páginas del libro. La forma les pertenece a los cineastas, pero el alma de la película está en esas estanterías de volúmenes y volúmenes de textos del EE.UU. del siglo XIX. La vida era más sencilla entonces; hay un lenguaje específico que los Coen logran plasmar en su visualidad, y percibimos una profunda pertenencia entre los medios literario y cinematográfico.
Es por eso que hay un evidente racismo, en mostrar a los indios como villanos salvajes e iletrados; y la sociedad es patriarcal, manifestada en la costumbre de arreglarles matrimonios a mujeres solteras y desempleadas. No hay un juicio mayor sobre estos temas; los hermanos interpretan el legado de los escritores del Oeste. Asimismo, dado que ellos son expertos del wéstern, saben que en el género no hay héroes, algo que Clint Eastwood entendía muy bien.
Luego, en <<Cerca de Algodones>>, James Franco es un miserable juguete del destino, un ladrón de bancos que desata una cadena interminable de eventos irónicos. El director de fotografía Bruno Delbonnel (Big Eyes [2014]) tiene una manera astuta de evocar las colaboraciones de Roger Deakins con los Coen, con sus cuadros naturalistas y poéticos, donde ubica un árbol solitario, y un hombre debatiéndose entre la vida y la muerte bajo su sombra, en medio de un paisaje árido. Les insufla desamparo a los fotogramas, pero la belleza de éstos trasciende el desasosiego, y nos hace incluso anhelar la soledad.
En <<Vale de comida>>, un hombre sin brazos ni piernas, y el empresario que cuida de él, viajan de pueblo en pueblo montando un triste espectáculo de teatro y poesía. El artista manco (Harry Melling con CGI) habla, solamente, frente a su público, casi siempre gente curiosa que termina frustrada y aplaude por cortesía. En la cotidianeidad, es incapaz de articular palabras frente al empresario (Liam Neeson); las interacciones entre ambos nos rememoran el cine mudo. El personaje de Neeson está casi siempre borracho y abatido porque la rutina no cambiará y el negocio no mejorará; el artista de Melling nos sugiere lo que querría hacer en otras circunstancias, mediante gestos triviales y conmovedores, como cuando saca la lengua para comer nieve mientras ésta cae del cielo nocturno. También hay breves y efectivos momentos de humor físico entre estos dos.
En <<El cañón de todo el oro>>, Tom Waits es un hombre viejo que llega a un hermoso valle en busca de oro; los animales huyen despavoridos antes de su llegada, tal vez por la intensidad de su obsesión o su hedor (se ve bien desaseado). El buscador emprende un monólogo en el cual vierte sus sueños y sentido del humor, hasta que alguien lo interrumpe.
En <<La niña que se puso nerviosa>>, el cuento más largo y con el desarrollo más importante, Zoe Kazan interpreta a una chica ingenua, quien se traslada en una caravana a Oregón para contraer matrimonio con un desconocido, y en el camino se enamora del guía (Bill Heck). Este romance es enternecedor y transparente. No me convenció mucho el acento de la actriz, mas su caracterización sí, en especial por su cara angelical, perfecta para un personaje honesto e inocente.
Y en <<Los restos mortales>> un grupo de personas son llevadas en carro a un lóbrego hotel; quizá sean fantasmas que aún no saben de su fallecimiento. Los presuntos muertos caen más y más hondo en un intercambio de diálogos lúdicos, tramposos y siniestros, durante un trayecto gótico.
Tanto en <<Cerca de Algodones>> como en <<La niña que se puso nerviosa>>, el montajista Roderick Jaynes crea intensas secuencias de acción, con violencia gráfica y sangrienta. Y, en general, adapta su ritmo visual al estilo de vida de los personajes, de una cadencia sosa y sin rumbo claro, generando una narración expresiva. (Jaynes es el pseudónimo que usan los hermanos Coen en el crédito del montaje.)
El humor cáustico, el dialecto regional y la melancolía coexisten, junto a las obsesiones de los Coen, en La balada de Buster Scruggs. Han cartografiado un Oeste poblado de criaturas lánguidas. El visionado es como una meditación, y la belleza es vasta como el horizonte texano.