Cultura y Espectáculos

Críticas de cine: Especial de Navidad

Lo ideal para que la familia disfrute en esta fecha son películas animadas. Una es producto de los creadores de Mi villano favorito y los Minions, y la otra es una extravagancia de casi todos los personajes de Walt Disney.

Por: Esteban Andaur 25 de Diciembre 2018
Fotografía: Universal Pictures | Illumination Entertainment

El Grinch

Es impresionante que el libro infantil ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! de Dr. Seuss, haya tardado sesenta y un años, desde su publicación en 1957, en ser adaptado a un largometraje de animación. El texto es tan popular, que debió ser por años una obsesión de varios ejecutivos de Hollywood.

La mejor iteración audiovisual sigue siendo el especial de televisión del mismo nombre de 1966, animado por el gran Chuck Jones. Habiendo visto la sombría versión en imagen real de 2000, puedo decir que el cortometraje es el formato ideal para narrar esta historia, y bien lo sabe Ron Howard.

Sin embargo, si va a haber un largometraje, tiene que ser animado, algo que entendieron muy bien allá en Illumination, responsables de la franquicia de Mi villano favorito y esos desternillantes Minions. El Grinch (2018) es un festín para los ojos, y respeta el legado navideño de Seuss y Jones. Apropiadamente para un relato para niños pequeños, la animación está llena de colores saturados, es luminosa, y criaturas y sets extravagantes. Noté una densidad en el CG, más sofisticada, con una paleta de color más armoniosa, y una textura que no había visto antes en los trabajos de Illumination; pero el placer estético es alto, hasta recordé las bellas vistas de Nueva York en La vida secreta de tus mascotas (2016).

Es obvio que los animadores sabían que había que deleitar al público en lo visual si contaban la historia del energúmeno verde que se roba la Navidad de Villa Quién; el peso de la cultura pop yacía sobre sus hombros.

Ya todos conocemos el cuento: el Grinch es un tipo verde y peludo, que se pasa todo el día malhumorado, que vive en la cima de una montaña junto a Villa Quién, donde habitan los Quiénes. Su festividad más aborrecida es la Navidad, por lo que se propone robar todos los objetos de la fecha, desde los regalos hasta la decoración, de las casas de los Quiénes en Nochebuena.

Eugenio Dérbez (quien hizo la voz de Mushu en Mulán [1998]) hace un gran trabajo como el amargo protagonista en el doblaje hispanoamericano, transmitiendo en su voz mezquindad y vulnerabilidad; su interpretación vocal es entrañable. En cuanto a su actitud y a las situaciones por las que atraviesa, esta versión del Grinch es más cercana al Coyote de Chuck Jones, que a Jim Carrey.

Su infancia también difiere del filme de Howard. En vez de crecer como un villano misántropo porque le hicieron bullying (claro, porque eso es lo que pasa cuando te hacen bullying), en un flashback el Grinch es un niño huérfano que resintió de adulto no haber sido elegido y celebrado una Navidad en familia como el resto. Esta secuencia no depende del maltrato para hacernos empatizar con el personaje, y, además, posee un melancólico espíritu dickensiano, adecuadamente literario.

De todas maneras, la justificación de su amargura es relleno; que esté bien trabajado, es otra cosa. Los públicos de hoy necesitan que todo se racionalice, no sé para qué; pero, al mismo tiempo, comprendo que para hacer un largometraje, hay que crear una historia más grande. Durante la mayor parte, vemos cómo el Grinch y su leal perrito Max intentan espiar a los Quiénes y crear artefactos que les permitan robar en Nochebuena.

Estas escenas están diseñadas como pequeños cortos de situaciones cómicas, siempre de humor físico, dentro de la película, y son bien graciosas. Entre estas escenas, hay otras que involucran a una pequeña niña llamada Cindy Lou Quién, mientras reúne a sus amigos para crear una trampa en su casa para Santa Claus, y así poder verlo y saber si es real. Mas su propósito es otro: pedirle que le aliviane la carga cotidiana a su mamá. Son tres hijos y su madre es soltera. Me gustó esta inclusión de realidad en el filme, ya que no resulta sensiblero, y reafirma la crítica al consumo navideño de Seuss.

Cindy Lou cuenta con un desarrollo mayor que en el libro, para que los niños más pequeños se identifiquen con un personaje de su edad, y porque le da a su interacción con el Grinch mayor valor emocional en las escenas finales.

El Grinch no mejora el libro original ni es ambiciosa en su narración. No obstante, funciona como una eficiente colección de gags físicos y una tierna fábula sobre el verdadero significado de la Navidad, que después de sesenta años no ha perdido ni una ni dos pulgadas de vigencia y encanto.

Wifi Ralph

Ralph el Demoledor y su mejor amiga, la pequeña y audaz Vanellope del videojuego de carreras Sugar Rush, enfrentan un gran dilema: el volante del juego se rompió, y en su reemplazo llega wifi al arcade, dejando a Vanellope sin hogar. Por lo que ambos se embarcan a Internet, donde piensan comprar un nuevo volante. De esto se trata Wifi Ralph (2018), la secuela del exitazo de Disney Ralph el Demoledor (2012).

Caray, las aventuras son tan asombrosas en Internet. Pero me pregunto cuán necesario era que existiera un conflicto en esta película. Al igual que en la primera, los protagonistas vuelven a aprender otra lección sobre la amistad durante su viaje; mas creo que el conflicto está ahí para satisfacer a los ñoños del público que sólo ven << drama >> en << problemas >>. De esta forma, muchos ñoños, casi siempre adultos, ven profundidad en las historias; si no, suelen percibirlo como una falta de respeto a sus personajes o (en este caso) videojuegos favoritos. Y Disney condesciende.

No puedo dejar de pensar que una historia en que los dos amigos viajaran a Internet, motivados únicamente por la curiosidad, habría sido mucho más vigorizadora y original. Otra vez debo recordar que atrás quedaron esos tiempos en que Disney se atrevía a producir entretenimientos chiflados, como Diversión y fantasía (1947) y Alicia en el País de las Maravillas (1951); así que tengo que conformarme con un mensaje relevante para los niños.

El problema que tengo es que el mensaje es genérico e, incluso, redundante de lo que se elaboró en la primera Ralph. En todo el tiempo que Wifi introduce elementos con el propósito de hacer que el viaje tenga << sentido >>, los personajes principales, simplemente, podrían aventurarse a descubrir nuevos amigos y mundos. Lo hacen, pero, de nuevo, con << sentido >>.

Al respecto, aprecio que el filme ofrezca un comentario apropiado sobre la web, pasando por los virus, la viralización de videos estúpidos de gatos y las atroces secciones de comentarios. Se burla de todo esto y deja claro que, a veces, estas cosas sacan lo peor de las personas, haciéndose responsable de comunicar algo valioso a su público objetivo.

Por otro lado, no oí muchas risas por parte de los niños pequeños, mientras que sí oí (y hasta participé) de las carcajadas de los adultos, ya que las referencias pop son más accesibles para nosotros.

Hay bastante product placement que me rememoró a Emoji: La película (2017), pero no es bajo como en aquélla; aquí la animación es mucho más bella y de una creatividad visual desenfrenada. Notable es la secuencia de múltiples Ralphs que se aglutinan formando un Ralph gigante a lo King Kong.

Las escenas con las Princesas Disney, y algunas vistas de Stormtroopers y C-3PO, son lo mejor, y, a través de éstas, los realizadores son ingeniosos en satirizar a Walt Disney Studios. Es por esto que las risas son más efectivas para los adultos; si hasta hay una canción de Alan Menken incluida. Ahora bien, creo que se excedieron en trivializar tanto a Ariel; fue ella quien decidió vender su voz a la bruja; ella decidió ir a conquistar al príncipe; ella desafió a su papá. Es una princesa empoderada, pero supongo que, como es tan adorable y femenina, tenían que ensañarse con ella.

El filme cae en los vicios de las escenas poscréditos (muy graciosas) y referencias pop excesivas; de hecho, cuando Vanellope y Ralph viajan por el cable del router del arcade hacia Internet, la música de Henry Jackman es evocativa de los sintetizadores de Stranger Things 2 (2017). Sin embargo, hay momentos individuales de dulce nostalgia, los cuales bastan para eximir a Wifi Ralph de culpa, por su ritmo antojadizo y previsibilidad. Esta secuela extravagante tiene un par de cosas importantes que decir y así se granjea su identidad (y, a pesar de mí mismo, me conmoví un poco con el final). Es empalagosa como las vías de Sugar Rush.

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