El año de Netflix: 3 películas

23 de Diciembre 2018 | Publicado por: Esteban Andaur
Fotografía: Netflix

Una de las mejores cosas de la señal de streaming es que adquieren películas premiadas en los más grandes festivales de cine del mundo. Éstas películas han competido en Sundance y Cannes.

Vida privada

Vida privada (2018) es la historia de cómo una pareja de intelectuales de Nueva York enfrenta la infertilidad. Son interpretados por Kathryn Hahn y Paul Giamatti, como los cuarentones Rachel y Richard, respectivamente, un dramaturgo y una novelista. Solían ser exitosos.

Es el tercer largometraje de Tamara Jenkins, e insufló algunas de sus experiencias a este guion.

Sin embargo, es difícil dilucidar cuánto del filme es autobiográfico; los personajes están realizados con tanto afecto y autenticidad, que emergen como individuos únicos, llenos de su propia vitalidad, y cualquier trazo biográfico es irrelevante a la hora de interpretar lo que les sucede.

Rachel y Richard se aman profundamente. La mera opción de recurrir a una tercera mujer para fecundar a Rachel los escandaliza, sobre todo a ella; Richard tiende a ser más sensato a veces. Los abate no poder concebir dentro de su vínculo. Ya desde el plano con el que empieza el filme, los vemos en la cama, pero no teniendo sexo para procrear; Richard le está inyectando hormonas a Rachel que estimulen su producción de óvulos, con el fin de intentar la fecundación in vitro.

Jenkins nos muestra escenas de conversaciones severas, desnudos casuales, y diálogos en su mayoría eruditos e hilarantes. Sus observaciones a la privacidad de las personas son inevitables en este tipo de historia, al mismo tiempo que son intimidantes, casi insoportables en su verdad. Vida privada es una comedia, pero una intelectual, y dado que el guion permite actuaciones instintivas de parte de todo el elenco, el humor emerge con naturalidad, casi sin que nos demos cuenta de que una situación es graciosa hasta que la meditamos después. Esto les juega a favor de los talentos de Giamatti y Hahn, cuya valiente interpretación es la mejor de su carrera.

Vida privada ofrece una mirada lúcida y conmovedora sobre los pequeños grandes delirios de la vida en pareja , y es, tal vez por accidente, una de las películas más románticas que he visto en mucho tiempo.

Shirkers

En 1992, tres amigas adolescentes reunieron fuerzas para crear la primera road movie singapurense, titulada Shirkers. Eran aficionadas al cine, tenían una actitud rebelde, y habían crecido obsesionadas con los filmes estadounidenses de los 80. Canalizaron esa estética a su trabajo. Jasmine NG era la montajista, Sophia Siddique Harvey era la productora, y Sandi Tan era la guionista y protagonista. El mentor de esta última, Georges Cardona, un hombre misterioso y veinte años mayor, era el director. Una vez que el rodaje terminó, Cardona se quedó con el registro. Y nunca se los entregó a las muchachas. Veinte años después, Tan pudo recobrarlo, y este documental, dirigido y narrado por ella misma, y que lleva el título de la película que nunca fue, elabora su percepción de lo que pudo haber sido una pieza fundamental en la historia del cine de Singapur, y en la suya propia.

Shirkers (2018) es un doloroso recorrido al revés, como nos asegura Tan en la voz en off, hacia su frustrado sueño de convertirse en una realizadora innovadora en su país. Como en toda dinámica de adolescentes jugando a ser artistas, los egos chocan, el ímpetu creativo desafía las amistades, y la inocencia se pierde. El documental me recordó lo mucho que un guionista se siente con la autoridad máxima sobre una película en especial, si ésta se hace de manera independiente y con un equipo limitado.

Creo que era natural que Tan interpretara el protagónico: Shirkers era su guion, y el personaje principal era, más o menos, una versión de sí misma, atrapada en los mismos ideales y obsesiones. Y actuar se siente como escribir: es un acto de compasión a los extraños, sean éstos ficticios o reales. La conexión de Tan entre su personalidad y sus habilidades fue absoluta por primera vez en este rodaje, y el hecho de que su sueño fue truncado por un hombre que era su <>, es insoportable de sólo pensarlo.

La presentación visual, al igual que la estructura narrativa, es como la de un collage, una zine audiovisual, además de un relato de misterio, una memoria colectiva, y una celebración de la feminidad y del poder del cine. Lo esencial son los testimonios de aquellos que trabajaron en el filme. A través de ellos, comprendemos el peso de las películas, cómo afecta a las personas que las ven y las que participan de éstas; y, al mismo tiempo, el pesar que la inmaterialidad de éstas acarrea.

La inexistencia de Shirkers, y ahora su existencia parcial a través de este documental, es una panacea, y debe ser una fuente de orgullo e inspiración para Tan y sus gallardas amigas.

Feliz como Lazzaro

A mediados de los 90, en un alejado pueblo rural italiano llamado Inviolata (nombre que después entendemos que es más irónico), vive una comunidad de campesinos, quienes se encargan de mantener una plantación de tabaco. Temen irse a la ciudad a buscar mejores oportunidades, arguyendo que quienes se van allá, mueren. Son propiedad de una marquesa, que va periódicamente a Inviolata a supervisar los trabajos y a abastecer a sus empleados. De éstos, quien sobresale es Lazzaro (Adriano Tardiolo), un muchacho de veinte años de espíritu noble y servil. En su rostro impasible, voz dulce y movimientos mecánicos, no podemos advertir un atisbo de personalidad. Es de carne y hueso, mas pareciera flotar sobre su gente y cuidarlos tras su apariencia humilde.

Estamos ante la presencia de un santo, de esos que nacen entre los esclavos para liberarlos y redimir a sus opresores. Podría ser un mártir. Feliz como Lazzaro (2018) es un filme donde la directora y guionista Alice Rohrwacher nos presenta a un hombre inusual para nuestros tiempos. Mostrarlo de inmediato en un contexto tecnológico y globalizado habría sido inverosímil, por lo que Rohrwacher es sabia al introducirnos en su mundo de origen, Inviolata, un micromundo arcaico, donde sus habitantes se mueven por creencias irracionales.

La película está dividida en dos partes. Primero, está el relato bucólico en Inviolata, donde Lazzaro forja una amistad súbita y profunda con el hijo de la marquesa. En general, los comportamientos de los personajes son impredecibles y algunos diálogos suenan extraídos de una parábola. Vemos fotografías de santos, lecturas de pasajes de la Biblia, y luego escuchamos una leyenda sobre un lobo y un hombre que nunca muere. Tanto en las imágenes como en lo literario, Rohrwacher nos está adoctrinando de qué va su historia. Esto podría resultar irritante, puesto que es fácil caer en la cuenta de la naturaleza espiritual de su protagonista; sin embargo, la belleza visual es arrobadora, y los actores entregan sus diálogos de forma espontánea.

Ya en la ciudad, todo cobra el cariz del realismo mágico. Las observaciones de Rohrwacher sobre la pobreza, el analfabetismo y negligencia social son desgarradoras, sin jamás forzar una sola situación para sacarle lágrimas al espectador. El montaje aquí se torna místico, y el diseño del sonido es sobrenatural. La poesía nos conmueve. Pero el filme, como Lazzaro, nunca es ostentoso.

El personaje del título suele reaccionar con perplejidad en vez de tristeza ante lo que le pasa. Pone en ejercicio la caridad, quizá su fuente de felicidad. Pensé en la cita de Roger Ebert de que las películas son como máquinas que generan empatía. Esto no puede ser más cierto para Feliz como Lazzaro.