Cultura y Espectáculos

Esta película es bien extraña: Aquaman

El nuevo filme del DCEU, dirigido por James Wan (El conjuro), es un entretenimiento excéntrico y caótico, sin un conflicto o mensaje claros. A ratos funciona, pero sigue siendo un paso adelante de Liga de la Justicia.

Por: Esteban Andaur 16 de Diciembre 2018
Fotografía: Película

Esta película es un desorden gigante. No sé si eso es bueno o malo. Depende tal vez de las escenas, algunas resultan, otras no. O tal vez dependa de si eres fan de DC o no. O, en mi caso, un fan de las historias del mar también. Es una debilidad mía. Y eso me hace más condescendiente a Aquaman (2018), lo nuevo del DCEU.

Partamos por lo bueno. Jason Momoa es un actor que, en lugar de explorar nuevo territorio y desafiarse a sí mismo en cada papel, le presta su actitud y su presencia a los personajes que interpreta, y el superhéroe marino no es la excepción. A menudo lo vemos sin polera, luciendo un cuerpo portentoso en músculos, puesto que los realizadores explotan el sex appeal de Momoa, porque el tipo va al gimnasio. Pero el actor pareciera no estar consciente de ello, y su Aquaman se comporta más como un adolescente al que le gusta romper cosas y que, cuando no está salvando el mundo, se pavonea como una estrella de rock. De hecho, cuando aparece en escena, justo antes de una elaborada coreografía de acción, suenan unas guitarras grunge de fondo como su música de presentación. él es lo mejor del filme.

No obstante, hay una actitud machista que no me agradó. En un bar, unos hombres barbudos y corpulentos le piden a Arthur Curry (el verdadero nombre del superhéroe), una selfie en un celular de carcasa rosada. Eso no es un accidente, pero ¿es un chiste? ¿En 2018? Incluso si no fuera ofensivo, no sería gracioso.

James Wan es el encargado de dirigir el filme; como el director y productor de las entregas de El conjuro, la franquicia más exitosa de Warner Bros. esta década, es evidente que él contaba con la confianza suficiente del estudio en cuanto a manejar un presupuesto abultado. Y a veces resulta. El diseño de producción es exagerado y ridículo, quizá apropiado. Por ejemplo, la corte del rey Orm de Atlantis, es por entero blanca y cuenta con un diseño minimalista, pese a que los espacios son amplios y regios. La guarida del Karathen, la ingente criatura milenaria que cuida el tridente del rey Atlan, y cuya voz majestuosa la provee una irreconocible Julie Andrews, es un espacio opuesto: se ubica detrás de una cascada y se ve oscura y decaída como debería verse en un relato de fantasía, y poblada por grandes esculturas rotas.

Hay varias esculturas descomunales en Aquaman, todas bajo el mar y cuyos significados nunca quedan claros. La película es un asunto atolondrado por incorporar demasiada información en una historia que no sabe qué quiere decir sobre el personaje principal. El alivio es que no hay conexiones con los otros superhéroes del DCEU, por lo que éste emerge como un relato propio. Mas no es suficiente.

Cada escena de acción, si no la mayoría, empiezan con explosiones que suceden de la nada: algo así como jump scares descontextualizados. Wan es fan del jump scare, de lo que hizo un uso efectivo en El conjuro 2 (2016); pero aquí le quita lógica a la aventura, puesto que la violencia estalla de manera gratuita, y es tan constante que el efecto emocionante se desgasta hasta volverse irritante.

Visualmente, es notoria la escena en que el protagonista y su aliada Mera descienden a la Fosa, donde son atacados por numerosas criaturas horrendas, como demonios, y son ahuyentados por la luz roja de una bengala. La imagen infernal es clara en demostrarnos que esto es lo que Wan sabe hacer bien.

Ya que una porción importante del largometraje transcurre en el océano, era esperable que los efectos especiales no fueran del todo satisfactorios. La exigencia es mayor, puesto que hay que animar hasta el pelo de los actores para crear la ilusión de que pueden vivir ahí y respirar agua. De vez en cuando vemos que los actores interactúan con cosas o personas que no están ahí, debido a la dirección incongruente de algunas miradas o a que, simplemente, se nota que hay un fondo verde, y el recorte fue hecho a la rápida. Por otra parte, el mundo de Atlantis está sobrecargado de edificaciones, mitología, monstruos, personas, colores, que parece que el CGI explotó en creatividad, pero no en cohesión. La paleta de colores está descontrolada en fotogramas que suelen ser opacos, y las imágenes resultan más admirables de ver que placenteras.

En las armaduras del ejército de Atlantis son de un estilo asiático arcaico, lo cual no le sienta bien a la tecnología añadida a los diseños. Otros vestuarios evocan Mundo Acuático (1995). La gran batalla final (no es spoiler, las hay en todas estas películas) parece sacada de una entrega de Star Wars; o sea, es muy entretenida y hasta gloriosa. Un calamar percusionista está sacado de La Sirenita (1989), y el atuendo de Mera es un cruce entre Ariel y Poison Ivy. Aquaman es ambiciosa en intentar ser un matrimonio perfecto entre la saga de El Señor de los Anillos y las mejores entregas del MCU, y algunos diseños me recordaron a Thor: Ragnarok (2017); y entonces entendí que la actitud del filme es afín a aquél.

La diversión alocada está presente, por cierto, mas es abrumada por el diálogo. Momoa provee una narración en off que es innecesaria por cuán redundante que es, y cursi, y cada escena nos explica lo que sucedió la escena anterior, como si cada cinco minutos perdiéramos la atención. De hecho, el guion se esfuerza tanto en explicar <<hechos>>, que se distrae de su propósito de desarrollar una historia, y, pese al benigno discurso ecologista, el conflicto no queda claro, y el relato se reduce a la trivialidad de un rey que sabe que lo es, está en negación, hasta que se resigna a su destino. Como Sim ba en El rey león (1994).

Así, tenemos no sé cuántas descendencias, ascendencias, dinastías, cargos monárquicos, familiares perdidos, monstruos míticos, venganzas, etc., aludidos en exposiciones largas. Si no entendemos, no empatizamos, y si no empatizamos, no nos entretenemos.

Por ejemplo, la primera vez que vemos a Mera, emerge del agua ante Arthur y su padre, y debemos asumir que ella es importante para Arthur y que se conocen desde antes (primer encuentro del que no somos testigos), lo que da pie a un tsunami donde ella es la heroína y nos enseña sus superpoderes. Mera es interpretada por Amber Heard, y la química con Momoa es inexistente, sumado a que los enfoques interpretativos de ambos son diferentes, y no en una forma complementaria.

Willem Dafoe, como el consejero Vulko, emite diálogos clichés, y su vínculo gratuito con Aquaman es explicado en flashbacks antojadizos; su carisma ayuda y el actor asume el papel con convicción, la cual se extiende a Patrick Wilson como el despechado Orm, y su apariencia es como la de un elfo de la Tierra Media. Una etérea Nicole Kidman otorga dulzura y gravedad a sus escasas escenas como la madre de Arthur, también diciendo puros clichés. Por lo que es el carisma del elenco lo que eleva al filme, junto con los momentos de diestra ejecución visual del acto final.

Otra alternativa sería pensar que la película está loca. Que la intertextualidad es intencionada, al igual que ésta sea graciosa. Que los diálogos expositivos, el montaje arbitrario y la fotografía pobre, son parte de una narrativa innovadora. Que la falta de identidad es el propósito. Sin embargo, me queda la duda, porque tengo la certeza de que los realizadores creían con fervor que lo que estaban haciendo iba en serio. Al menos, la disfruté más que Liga de la Justicia (2017). Así que Aquaman, inerte y después apasionada y viceversa, es una aventura colosalmente loca.

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