Crítica de cine: El primer hombre en la luna
02 de Diciembre 2018 | Publicado por: Esteban Andaur
El filme de Damien Chazelle es una visión pragmática y complicada de la vida de Neil Armstrong, el primer astronauta en caminar en la Luna. Es un biopic inusual, que apuesta por lo íntimo en vez del espectáculo. Las actuaciones son excelentes y también la fotografía.
El primer hombre en la Luna (2018) narra cómo Neil Armstrong y un grupo de astronautas llevaron a cabo la primera misión humana donde, por primera vez, el hombre pisó y caminó por la Luna. Armstrong fue ese hombre.
La cinta de Damien Chazelle es un retrato íntimo del astronauta y, al mismo tiempo, es uno a gran escala de la carrera espacial en los 60. Las imágenes son certeras en esta dicotomía. Por una parte, vemos el costado de una nave flotando en la estratosfera, ocupando la mitad del cuadro, y en la otra mitad está la Tierra, creando la ilusión de cercanía, con la nave casi acariciando nuestro planeta. Es una imagen bella a lo Cuarón/Lubezki, y distante, no sentimental, a lo Kubrick. Y, por otro lado, vemos también protestas sociales a raíz de las grandes sumas del presupuesto estatal que son destinadas a las misiones de la NASA, en vez de la educación, salud, etc. Un cantante afroamericano interpreta una persuasiva canción ante la masa disconforme, cuya letra valida el malestar general.
Es una dicotomía ambiciosa, la cual funciona, dramáticamente, la mayor parte del tiempo; pero que es más efectiva contextualizando el primer alunizaje exitoso de la humanidad, alrededor de las crisis políticas y sociales de EE.UU. en esa época. Este filme no toma orgullo en eso; sino que celebra la individualidad de un hombre extraño que se convirtió en un héroe. Es razonable que no exista una escena en que Neil plante la bandera de su país en suelo lunar.
La historia arranca luego de que Neil Armstrong pierde a su hija por cáncer. Durante la recepción en su funeral, Neil se aparta de los invitados hacia su escritorio; llora sentado, cubriéndose la cabeza. La expresión en su rostro es desoladora, mas es un llanto silencioso y resignado. Ryan Gosling interpreta al legendario astronauta, uno de sus mejores papeles. La calidad de la actuación puede no ser evidente para muchos espectadores, puesto que Armstrong siempre fue un hombre impertérrito, reservado, hosco. Chazelle asume que su protagonista expresaba sus emociones estando aislado, y tales expresiones son, a propósito, escasas en el filme. Por ende, la actuación de Gosling es, sumamente, interna, un trabajo admirable en su minimalismo.
Una de las secuencias mejor logradas es la del accidente durante la misión Gemini 8. La atmósfera es tensa y opresiva, puesto que la cabina de la nave es estrecha y los planos son, por supuesto, claustrofóbicos. Chazelle es enfático en un plano donde la mano de Armstrong se posa sobre la ventana próxima a él, la cual nos muestra la Tierra a la distancia. Armstrong sabe que podría morir, y accedemos a su humanidad a través de gestos básicos, encuadrados como poesías visuales. Gosling está soberbio en la secuencia, excelente en cuanto mezcla la personalidad fría del astronauta con el instinto elemental de supervivencia. Antes que cualquier cosa, estos hombres enfrentaban la muerte; la hazaña espacial era posterior.
El anhelo de Neil Armstrong por hacer una conexión humana sólo se manifiesta en las misiones lunares; en casa es como un ente aparte, de emociones mudas y eficiente como el jefe del hogar. Debe haber una motivación demasiado superior a él para viajar a la Luna.
Gosling recibe un sólido apoyo en los papeles secundarios a cargo de Kyle Chandler, Patrick Fugit y Jason Clarke, pero es Claire Foy, como su primera esposa Janet, quien sobresale. En una de las pocas escenas románticas entre la pareja, los vemos bailando en el estar, mientras, del exterior, una suave luz azul atraviesa las amplias cortinas del fondo; al igual que en una de las escenas de La La Land (2016), también dirigida por Chazelle y protagonizada por Gosling (aunque la luz en ésta es verde). Sin embargo, el enfoque del director es todo menos romántico, y la escena está puesta en el primer acto para que sepamos que hubo amor en este vínculo, ya que no hay signos categóricos de amor en el resto del metraje.
Uno piensa que Janet, al no tener empleo y quedarse en casa todo el día cuidando a los niños, sería el centro emocional de la película. Y lo es, más o menos. Tal vez ella debió adoptar los insondables códigos amorosos de Armstrong, para mantener la estabilidad familiar (su esposo no lo iba a hacer), deviniendo en la mujer que apoya a su marido, postergando su propia individualidad. Hay pocas escenas donde ambos se muestran felices en su matrimonio, mas su objetivo es matizar la frialdad de la historia, y no se sienten como parte de un flujo natural.
El guion de Josh Singer (Spotlight [2015], The Post [2017]), adaptado del libro biográfico de James R. Hansen, adopta una narración procesal: los pasajes del relato están organizados según los años y meses en que tomaron lugar las misiones, por lo tanto, las escenas caseras pasan a un segundo plano. Y esto lastima la interpretación de Foy. Debido a la eventual muerte de Neil, Janet cuenta sólo con escenas de crisis, y su personaje se vuelve monótono, pese a sus agallas.
Sin embargo, hay dos escenas en que Janet explota en una furia contenida. La primera vez, ante los encargados de Gemini 8, cuando les refuta su incompetencia luego de oír la frase más común en el cine estadounidense: <<Todo está bajo control>>. Y la segunda vez es ante Neil, una de las escenas en que la impavidez de éste es más chocante. Sí, Janet puede ser el corazón de la historia, pero, asimismo, emerge como el personaje más racional, y que Foy nos haga preocuparnos tanto por esta mujer, da cuenta del enorme talento de la actriz.
La dirección de fotografía de Linus Sandgren, quien ya había colaborado con Chazelle en La La Land, es inventiva en recrear fotografías históricas, tanto espaciales como de conferencias de prensa, por ejemplo, y ponerlas en movimiento. Sandgren hace que el filme luzca más personal mediante planos subjetivos, primeros planos y una cámara inestable, despertando una empatía inmediata. No obstante, el enfoque es tan individual, que en las escenas donde aparece Foy o los demás astronautas, sentí que algo faltaba: Ryan Gosling. Me di cuenta de que, a pesar de la visualidad novedosa y visceral, no era, exactamente, lo que pedía el guion. No quiero decir que el trabajo de Chazelle, Sandgren y compañía no sea loable ni artístico, mas la ambición a veces les juega en contra.
Además, nunca nos muestran escenas donde Armstrong aterrice luego de correr peligro en el espacio, sino que lo vemos ya sano y salvo en la Tierra, como si la película nos dijera <<y luego, ¡esto pasó!>>. Para un personaje que arriesga su vida tantas veces, necesitamos una resolución visual, y breve, que nos permita cerrar esa tensión. Lo que El primer hombre en la Luna hace a menudo es saltarse estos desarrollos, transmitiendo el mensaje equívoco de que nuestro compromiso vale menos que las elipsis.
A diferencia del protagonista impasible, la secuencia del alunizaje es intensa, catártica, tanto por la forma en que está fotografiada y montada, como por Gosling. La secuencia induce a las lágrimas, y me conmovió. Chazelle supo conducir mis emociones a ese gran final, sorteando varios escollos innecesarios. El concepto de la muerte y la conexión humana se unifican aquí, en uno de los momentos más poéticos que he visto en el cine reciente. En general, El primer hombre en la Luna es una efectiva cinta biográfica, en cuanto el director elabora una visión personal de aquel primer hombre, viajando a la Luna de su mente.