Cultura y Espectáculos

El duelo final de Laurie y Michael: Halloween

El slasher de John Carpenter tiene una eficiente secuela este año, donde el mal emerge puro y espeluznante.

Por: Esteban Andaur 03 de Noviembre 2018
Fotografía: PaperPull

En la novela El silencio de los inocentes (1988) de Thomas Harris, el Dr. Aníbal Lecter, hablando con Clarice Starling sobre la psicopatía, arguye que la psiquiatría sólo ha patologizado la maldad. El hecho de que él mismo sea un psiquiatra y un asesino en serie caníbal, podría ejemplificar de manera fácil la postura del célebre villano. Esa escena en el libro de Harris fue lo primero en lo que pensé la primera vez que vi Halloween (1978), la obra maestra slasher de John Carpenter.

Al principio del clásico filme, vemos en un brillante plano secuencia subjetivo cómo una joven mujer es asesinada en su cuarto y después descubrimos que se trata de su hermano menor Michael Myers, de seis años. Quince años después, Michael está recluido en un hospital psiquiátrico y el médico que lo ha estudiado más a profundidad, Samuel Loomis, piensa que adentro de él no hay nada, excepto la más pura maldad. ¿Existirá un símil de Michael Myers en la vida real? Si lo hay, ¿podría caber en una clasificación patológica? Creo que Carpenter estaba al tanto de esta dicotomía, de los prejuicios en contra de la psiquiatría, y de cómo los miedos más literarios, aquellos que nunca dejan de ser efectivos en los lectores, suelen hallar su expresión más honesta fuera de los marcos de la ciencia. Carpenter creó en Michael Myers al Coco del cine: él es sobrenatural, una maldad tan pura, ubicua, que no puede ser vencida ni ser satisfecha y que siembra la muerte en su camino.

Sin embargo, sólo una persona sobrevivió a los asesinatos del 31 de octubre de 1978: Laurie Strode, quien ha vivido durante los siguientes cuarenta años con el trauma de la supervivencia y con la certeza de que ella es la única capaz de hacerle frente a Michael, de destruir al Coco. Esta Halloween (2018), comparte el título de la original y, asimismo, su línea narrativa: ambas películas están conectadas en estilo y en el paso del tiempo. El director David Gordon Green descarta las nueve secuelas entre estos dos extremos de la saga Myers/Strode y las deposita al terreno de las leyendas urbanas, cuentos de fantasmas, lo que sea, dentro del nuevo filme. Algunas de estas secuelas pueden ser efectivas y hay homenajes menores en esta Halloween, pero no ejercen su influencia narrativa. No obstante, empieza con una visita de dos periodistas a un manicomio de alta seguridad, buscando entrevistar al monstruo. Sí, otra vez pensé en El silencio.

Green se empapa de la estética de Carpenter, lo que es una sabia decisión; excepto por esos créditos iniciales con la calabaza podrida en CG y que se infla y recobra su vigor; innecesario. Hace un extenso uso del plano secuencia durante los primeros asesinatos de Michael, los cuales contienen violencia gráfica y sangre, algo que casi no se ve en la cinta del ‘78, pero aún así consigue perturbarnos, ya que la inhumanidad de Michael es la misma y la cámara es implacable en seguirlo pese a nuestro deseo de no mirar. No obstante, no atisbo mucha identidad de parte Green, puesto que se inclina en apelar a la sensibilidad adolescente de hoy en cuanto al terror; esto es, añadir un poco de humor negro y, bueno, más sangre. Lo que vemos en la pantalla no es tan inventivo en la visualidad, mas sí es efectivo. Halloween funciona como entretenimiento, la meta básica para la undécima entrega de una franquicia de prestigio mermador.

¿Funciona como película de terror? Pues los sustos consisten más en jump scares que en atmósfera, a pesar de que la fotografía tienda a composiciones angulosas y claustrofóbicas. El monstruo por fin se libera en la noche y debería asustarnos, y aunque los asesinatos son perturbadores y feos, algo falta. Quizá el vínculo entre lo acontecido en el ‘78 y ahora está tan explicado, tan desarrollado, que la tensión se pierde en el esfuerzo por elaborar un poco de originalidad y el miedo elemental de Carpenter no emerge con la misma fuerza. En otras palabras, hay muchas ideas irrelevantes, en desmedro de la emoción visceral.

Hablando de la noche, el guión escrito por Green, Jeff Fradley y Danny McBride (Alien: Covenant [2017]) sigue la estructura del guión de Carpenter y de su entonces novia Debra Hill para la primera Halloween. Comienza con la fuga de Michael y la acción principal del filme se desarrolla, por supuesto, desde la mañana hasta la alta noche del 31 de octubre del presente año.

Cuarenta años más tarde, Laurie no ha podido evitar que el trauma ocasionado por la fatídica Noche de Brujas al final de su adolescencia transforme su identidad. Ha vivido atormentada por el recuerdo de Michael, o La Forma, con su máscara porosa como verdadera piel humana pero sin expresión. Ha tenido dos matrimonios fallidos, no tiene amigos. Su única hija le fue arrebatada por el Estado por no ser una madre apta para criarla. Y, claro, la educó en una casa que con el tiempo refaccionó casi como búnker y le enseñó a disparar con todo tipo de armas de fuego, y a guarecerse bien en los escondrijos improvisados y el sótano del inmueble. Karen, la hija, ha crecido distanciada y resentida, incrédula de su madre cuando esta le dice que Michael puede volver en cualquier momento y volverá con el solo propósito de matarla. Karen tiene su propia hija, Allyson, el único nexo emocional con el que cuenta Laurie y la única persona que le demuestra empatía y amor.

Halloween es pertinente a nuestro tiempo, ofreciéndonos un triunvirato de mujeres fuertes y determinadas a destruir a la fuerza maligna que se cierne sobre sus existencias. No los hombres, los hombres son todos inútiles en la historia, mueren, naturalmente. Ahora bien, el relato se tarda en arrancar. Durante el primer acto, Green nos ofrece demasiada exposición sobre lo que les ha pasado a estos personajes en estas cuatro décadas, se pone repetitiva y el guión gasta mucho tiempo en personajes secundarios que, luego de introducir los elementos nuevos de la trama, son desechados en violentas escenas de muerte. O sea, no vemos mucho a Laurie Strode, lo que habría sido genial, puesto que Jamie Lee Curtis, la actriz que la personifica, es la más grande Scream Queen del cine y porque, bueno, ésta es su película. Queremos verla a ella. Mas Green y compañía se demoran más de la cuenta en detalles nimios.

El estrés postraumático de Laurie no está tan bien trabajado en el guión ambicioso; sí está bien explicado y el efecto que tiene a través de las generaciones resulta superficial, en cuanto su hija Karen no sale del todo redimida de sus propias heridas psicológicas.

Empero, en el tercer acto llega la confrontación entre el bien y el mal, Laurie versus Michael por última vez. El diseño de producción en la casa de nuestra heroína es ingenioso en su mundanidad; y la espléndida iluminación del director de fotografía Michael Simmonds en estos pasajes del relato, hace lucir a este fuerte doméstico como un denso laberinto de sombras. Es la parte de mayor tensión del largometraje, y dado que me preocupé por los personajes y soy un fan de la cinta original, me dio un poco de miedo. Si no hubiera sido por el peso de las varias distracciones al inicio, y por un clímax poco catártico, Halloween me habría asustado.

El aspecto que más disfruté fue la partitura musical de John Carpenter, su hijo Cody Carpenter y Daniel Davies. La música combina las terroríficas melodías en piano y sintetizadores de la primera, y las fusiona con un sonido electrónico actualizado, incorporando también guitarras eléctricas y un estilo más heavy metal. Aparte de Curtis, la música posee la identidad del autor de esta historia, y el alma sombría y amenazadora del asesino enmascarado.

Me gusta, además, el discurso de género. Pero esta Halloween no da tanto miedo. Da un poco, y compensa el resto con buen uso de la música y una tensión sofisticada en las escenas más importantes. Es un retorno tan decente como extraño para Laurie Strode Y Michael Myers, y ojalá sea el definitivo.

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