31 años después de la cinta de John McTiernan, el monstruo del espacio regresa por cuarta vez a aterrorizar la pantalla grande. Pero con mayores dosis de sangre y el humor negro típico de su director.
En El depredador (2018), cuarta entrega de la franquicia que comenzó en 1987, el guionista/director Shane Black aplica los mismos ingredientes que le han hecho identificable a lo largo de los años, desde la clásica Arma mortal (1987), pasando por Iron Man 3 (2013) hasta la excelente Dos tipos peligrosos (2016): brutalidad emocionante, altas dosis de testosterona y un contagioso humor negro. Sin embargo, creo que él fue contratado para escribir y dirigir el filme, simplemente, porque podía trabajar más como ejecutivo que creador. Esto último prevalece, por fortuna; mas el producto final aún se siente bastante rutinario.
Empieza con una escena en el espacio exterior, donde la nave de este cazador (lo que es, en realidad, el icónico villano) tiene problemas técnicos y está a punto de estrellarse en la Tierra. Entonces el título de la película emerge sobre la vista de nuestro planeta, en un uso elegante de la tipografía Times New Roman (apropiada para la ciencia ficción y poco aprovechada en el género).
Ahora bien, la música incidental, compuesta por Henry Jackman, es incómoda. Es chillona y desatada, como si uno de los personajes estuviera viendo una parodia de la franquicia; o si estuviéramos presenciando el sueño premonitorio de uno de los personajes sobre el depredador. Ninguna de las anteriores (aunque hay divertidos elementos metanarrativos). Ésta es la partitura.
Funciona en el sentido de que, efectivamente, nos prepara para un entretenimiento absurdo y abundante en risas. Lo cual puede sonar chocante para aquellos que quieran algo tétrico como la cinta original de John McTiernan. Pero Black se encarga de hacer lo que quiere, al igual que en Iron Man 3, desechando la seriedad que algunos fans desearían.
Pues la nave choca con estrépito en un bosque del estado de Georgia, EE.UU. (¿porque a qué otro país llegaría?), interrumpiendo una operación de uno de los mejores francotiradores del ejército de la nación: Quinn McKenna (interpretado por Boyd Holbrook, canalizando en su voz y pavoneo al joven Mel Gibson de Arma mortal), quien se lleva de souvenir un par de piezas de la armadura del repulsivo extraterrestre.
No obstante, antes de que el gobierno intente recluir a McKenna en un psiquiátrico militar para acallar su singular descubrimiento, el francotirador se adelanta y envía los objetos a la casa de su exesposa, donde su hijo prodigio Rory (Jacob Tremblay, en otro papel de niño especial) activa una señal de rastreo intergaláctico en la armadura, atrayendo enemigos, y desencadenando la complicada trama y el derramamiento de sangre que culminarán en la noche de Halloween.
La violencia es cruenta y sucede tan rápido que se torna ingenua, y, por lo general, la reciben militares que no son desarrollados como personajes, sino como figuras de acción adolescentes que mueren con espectacularidad sangrienta, es decir, con gritos agudos, vísceras expuestas, etc. La violencia suele ser oscurecida en los fotogramas, al punto que vemos las siluetas de las muertes, pese a que la sangre siga bien roja.
Y hasta el depredador luce ensombrecido: tiene que haber una gran revelación visual en el último acto. Pero esto no sirve ningún propósito aquí, puesto que ya hemos visto a la criatura antes y la recordamos. Y, además, la especie ha evolucionado, por lo que Black nos entrega a un depredador 2.0 al que tenemos que ver sí o sí. En primer lugar, el misterio está de sobra. En segundo lugar, tanta sombra en la escenografía y una cámara inestable, son signos de que los efectos de CGI no están bien acabados, y, de hecho, los alienígenas sólo se ven realistas cuando se nota que hay un tipo dentro del disfraz.
Al director le cuesta plasmar su propio estilo en la pantalla y equilibrarlo con las <> perentorias para mantener una franquicia a flote, resultando en varias secuencias caóticas, con problemas de ritmo y que a veces incluso cuesta seguir.
Por otra parte, Black enfatiza ingeniosos intercambios de diálogo entre su carismático y extravagante grupo de héroes: McKenna, su hijo, un imposible equipo de soldados psicópatas o con TEPT, y una científica que busca analizar a la criatura. Los diálogos y las actitudes de los personajes son hilarantes y lo mejor del filme, y mezclados con las secuencias de acción, generan una diversión alocada e irresistible.
El depredador es en parte cine de su autor, el largometraje que 20th Century Fox comisionó que se realizara, y una evocación de esos entretenimientos de los 80 en que extraños monstruos causaban estragos en un apacible suburbio estadounidense, antes de que despuntara el día. Si te gusta alguna de estas cosas, o todas, y también un poco de humor escatológico y exceso de trama, la película podría funcionar para ti. Es cine B de alto presupuesto, pura locura. Pero quizá por lo mismo varios la recuerden con cariño por su desenfado en ser diferente y hasta la conviertan en un clásico de culto, por si la locura no es suficiente.