Glenn Close brilla como La esposa
15 de Septiembre 2018 | Publicado por: Esteban Andaur
Estrenada el año pasado durante el Festival de Cine de Toronto, el filme del sueco Björn Runge es notable por sus actuaciones, y ya se habla de una posible nominación al Óscar para Close.
Joseph y Joan Castleman. Joe y Joanie. Son el matrimonio perfecto. Es 1992 y él se erige como uno de los escritores más influyentes de su generación. Una mañana, recibe una llamada de la Academia Sueca: es el ganador del Premio Nobel de Literatura. Marido y mujer celebran saltando en la cama. Pero antes ocurrió algo extraño. Joe le pidió a quien estaba del otro lado del auricular que esperara a que su esposa estuviera en la otra línea para escuchar el anuncio: la expresión en su rostro es de una alegría y asombro que se cristalizan en ojos llorosos y una quijada tensa. Y saltan en la cama.
Esto es extraño. Uno pensaría que el laureado querría recibir esta noticia por su cuenta, y después divulgarlo a sus más cercanos, incluida su señora. Mas Joe quería que Joanie la recibiera al igual que él. ¿Acaso hay una horizontalidad profesional entre los Castleman?
La respuesta es predecible desde esos poderosos primeros planos de Glenn Close al teléfono, en el papel de Joan, La esposa (2017). El filme establece la sospecha de que este matrimonio funciona, en realidad, como una sociedad conyugal. Ahora bien, si detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, pues ésta se queda bien atrás, relegada a las sombras, sonriendo cuando es necesario y organizando los medicamentos del marido, mientras que éste ingresa al panteón de la intelectualidad.
Esta grandeza codependiente es un concepto bien machista, por lo cual me figuro que ahora en que el feminismo se ha renovado y ha cobrado más legitimidad y popularidad que nunca, La esposa tendrá una repercusión especial en sus espectadores.
Está basada, para variar, en un libro de Meg Wolitzer. Y no es sorpresa que lo haya escrito una mujer. Me hace pensar en por qué la autora habrá escogido 1992 como el año de los hechos de su novela, ya que en 1991 y 1993 el Nobel de Literatura fue concedido a dos mujeres, Nadine Gordimer y Toni Morrison, respectivamente. Así, el filme tiene las agallas de reescribir la historia del premio, con tal de ofrecer con ingenio un comentario oportuno sobre dinámicas de género.
Los diálogos entre Joan y Joe implican un intento obvio del guion por soslayar la <<verdad>>, y retrasar a propósito la revelación de ésta hasta las intensas escenas finales. Es un artilugio, mas si a este matrimonio no lo conociéramos de la vida real, del cine y, por cierto, de la literatura, no nos intrigaría lo que está por pasar. Es interesante que el director Björn Runge haya elegido infundir su narración de misterio cuando no hay ninguno. ¿O será que los Castleman están tan acostumbrados a sus códigos, que no son conscientes de lo que están viviendo? ¿La mentira se ha convertido en la verdad? En su viaje a Suecia, estos dos se encaminan a la crisis de sus vidas, y Runge observa el itinerario con lujo de detalles.
Glenn Close logra transformar a su personaje en un enigma tangible, con mínimos matices en las inflexiones de su voz, o evitando pestañear antes de confesar o mentir sobre algo. La forma en que endurece su quijada nos confirma que ese torrente de palabras debe estar siendo canalizado por otra vía. La cara de Close no puede ser más dramática y es su mayor virtud, y es en sí misma la acción principal de la película, compensando la elegante verbosidad. Es una muestra del amplio rango actoral que ella ha desplegado en una luciente carrera en el cine y el teatro.
Joan es, como ella misma lo afirma, muy timorata, y lo ha sido desde joven: ya en los años 50, en la universidad, puso en ejercicio su pasión por escribir, pero su timidez y el hecho de que era, pues, una mujer, mermaron sus esfuerzos por ser publicada. La versión veinteañera es interpretada en elocuentes flashbacks por Annie Starke, la hija de Close: la semejanza física es evidente y Starke consigue estar a la altura de su legendaria madre, creando una Joan determinada, soñadora, y con los rasgos conductuales que permanecerán en el futuro; algo natural, considerando que el desarrollo vital de esta mujer se vio estancado cuando asimiló los obstáculos que su sexo imponía para sus aspiraciones. Su arco dramático es lógico y bello gracias a ambas actrices.
Las escenas de la redacción de las novelas, cómo los Castleman debaten sobre qué es buena literatura, y las profundas inseguridades que acarrea el talento, poseen un enfoque realista y austero, sin adornos románticos. Y va a sonar demasiado cursi, pero vi a una verdadera escritora en la esposa.
Jonathan Pryce equilibra el asunto como Joe, en una interpretación que es ostentosa, estruendosa, dada la naturaleza del personaje, el polo opuesto de su reprimida cónyuge, y haciendo un acento de Brooklyn que nos hace olvidar que el actor es galés. Joe tiene una libido voluble y es un hombre vulgar, debido a una añosa filosofía machista. Tampoco es prudente, soliendo avergonzar a sus seres queridos. Uno se pregunta si alguna vez tuvo la oportunidad de ser diferente; empatizamos con él, debido a que Joan lo ama. ¿Qué le verá a este ser patético?
Runge reconoce que ésta, al ser una historia sobre un matrimonio, es, asimismo, una historia de amor. Uno tóxico, masoquista, muy de escritores. Mucho de este vínculo escapa a nuestra comprensión, y pienso que el filme es sabio en dejar a este amor como el misterio más grande, dado que nadie conocerá jamás por qué una persona insiste en pasar el resto de su vida con otra. Son las incertidumbres de la vida.
La puesta en escena es bien teatral, consistiendo en su mayor parte en interiores; las escenas suelen involucrar a los dos personajes principales, rodeados de silencio, y el tormento moral emerge con pureza. Uno presiente que no es la primera vez que los Castleman pelean sobre quién obtiene el crédito. Fíjate bien en lo que dice Joe sobre su <<musa>>: bien podría ser lo que diría Joan en su lugar, si no hubiera sido pisoteada por el marido y éste haberse quedado con la autoridad. Es el colmo del descaro, tanto así que resulta gracioso. Y en ese humor perverso yace un potencial subversivo que la narración no explota a menudo, pese a que todo desemboque en la ironía del clímax.
¿Puede ser letal para un hombre que una mujer recupere su grandeza y reclame su identidad? ¿Es un triunfo genuino si ella confina su don al secreto y no puede vivir su grandeza? ¿Será demasiado tímida o aún no se ama lo suficiente?
La escena final no es satisfactoria porque no es concluyente. Joan demuestra su decencia y su exquisito léxico una vez más, pero hay ideas que quedan flotando en el aire, y La esposa precisaba ser categórica en su provocación. Sin embargo, nos quedamos con un minucioso estudio de personajes, llevados a la vida en toda su complejidad. El mensaje es urgente, la película les confiere inteligencia y relevancia a asuntos mundanos, y Close y Pryce están soberbios.