Diez años después del taquillazo que fue Mamma Mia!, estamos de vuelta en la isla griega donde floreció el amor veraniego al ritmo de ABBA. ¿Será todo más de lo mismo?
Algo extraño me pasa con Mamma Mia! (2008). El filme basado en el popular musical de Broadway, a su vez basado en las canciones de ABBA, tiene un montaje antojadizo y entrecortado; la escenografía es demasiado realista en los exteriores, del todo artificial en interiores, y la luz es excesiva en los fondos. Las canciones son tan recurrentes, que dejan poco espacio para que una historia sea contada, y ésta es de plástico. Sin embargo, el número musical de <<Slipping Through My Fingers>> me conmovió hasta las lágrimas, pues, si lo recuerdas, expresaba una emoción genuina entre los personajes de esa escena, una emoción que merecía una canción; ese único momento fue hermoso y compensó, para mí, lo kitsch y lo forzado. Por lo mismo, puedo entender a los fans de Mamma Mia!, que están en todo el mundo. Es el tipo de entretenimiento que produce un placer estético muy específico y contagioso.
Diez años después, Mamma Mia! Vamos otra vez (2018), la secuela (que nadie esperaba, ya que no hay un antecedente teatral que la sostenga), nos da el mismo elenco, la misma música, y algo más. Tiene ese je ne sais quoi. Debo decir que cuando fui con mi mamá al cine, pensé en aquellas madres que acuden perplejas con sus maridos e hijos a ver la nueva Star Wars. La vida encuentra su equilibrio.
La historia transcurre cinco años después del primer filme, cuando Sophie Sheridan (Amanda Seyfried) está a punto de reabrir el hotel de su madre Donna (Meryl Streep). Por supuesto, habrá una fiesta de reinauguración y, por supuesto, sus tres papás estarán ahí y, cómo no, cantarán y bailarán el repertorio completo de ABBA. O casi todo. Sophie se siente muy cercana a su madre, aunque no la tenga cerca; es decir, está embarazada. Así que la película nos cuenta cómo Donna conoció a los tres padres de su hija en 1979, y lo que tenemos son dos historias más o menos paralelas, a lo El Padrino Parte II (1974). ¡Bienvenido a la fiesta!
La fotografía de Robert Yeoman posee gracia, y el montaje de Peter Lambert provee de viveza a los números musicales y de fluidez al metraje. Ahora bien, podrías tener un problema con que las mejores canciones aquí, ya hayan sido usadas en Mamma Mia!, como <<Waterloo>>; pero, en general, funcionan, puesto que surgen de la historia, a diferencia de la cinta original que las forzaba. Los números de la tonada del título y <<Dancing Queen>> son, particularmente, electrizantes.
Esta secuela es una mejora consciente de su antecesora: los diálogos están más pulidos, son ingeniosos y cómicos; hay un desarrollo lógico de los eventos según el cancionero del grupo escandinavo; y hay una innegable melancolía en esto.
Es que los temas de ABBA son melancólicos; son melodías bellas, bailables y siempre catárticas. Es imposible no reaccionar a esta música, fue hecha para sentirse, lo cual es, de hecho, redundante para todo tipo de música.
Por su parte, Mamma Mia! funciona como un wurlitzer al que uno se acostumbra por casi dos horas, hasta que llega el gran momento de honestidad y te desmoronas, y es mágico y lo agradeces. En cambio, Mamma Mia! Vamos otra vez ofrece lo mismo, pero bien hecho: la peli es consistente y sincera en sus emociones. Aquí el remezón a lo <<Slipping Through My Fingers>> llega con un número dentro de una iglesia, pero es todo lo que voy a decir.
En cuanto a las habilidades para cantar del reparto masivo, a Pierce Brosnan no le exigen tanto como en 2008, y su voz suele confundirse con el coro, lo mismo que pasa con Stellan Skarsgård y Colin ‘Darcy’ Firth. Christine Baranski y Julie Walters, al igual que sus respectivas versiones jóvenes, Jessica Keenan Wynn y Alexa Davies, tienen perfecta química y sus escenas son las más entretenidas de la película.
Mas si hay alguien que sobresale, es Lily James como la joven Donna, al punto que opaca la interpretación de Meryl Streep en la primera; pero no es culpa de Meryl, sino del guion de ésa. James es luminosa y espontánea como su personaje, y su voz es la mejor del filme después de la de Seyfried.
Es una lástima que Meryl tenga tan poco tiempo en pantalla, pero el guion está bien así, cuya historia estuvo a cargo, en parte, de Richard Curtis (Cuatro bodas y un funeral [1994], El diario de Bridget Jones [2001]), y su mano es evidente, tal vez porque ciertos diálogos son tan graciosos, que vuelven a serlo una vez que los repasas en tu cabeza. Algo muy Curtis. Y hay escenas que son verdaderas sorpresas, como cuando conocemos el nombre del Sr. Cienfuegos (Andy García), el mánager del hotel; o como la apoteósica aparición de la abuela de Sophie, Ruby Sheridan, interpretada por nada más ni nada menos que Cher.
Ruby es un alter ego de Cher, y es genial ver a esta gran actriz haciendo comedia, lo que sabe hacer mejor en el cine. Y cantando, lo que sabe hacer mejor en la vida. Y cantando canciones de ABBA. Y cantando canciones de ABBA junto a Meryl Streep. ¡Dos gigantes de la música y el cine juntas! Mi cara se derritió.
No obstante, hay algo que debo objetar, pues me distrajo durante la proyección: la edad de los actores. Cher es sólo tres años mayor que Meryl, ¡no puede ser su madre! ¿Cómo lo sé? Porque Meryl y Cher protagonizaron Silkwood (1983) de Mike Nichols, y ambas tenían casi la misma edad en la cinta, dado que… ¡ambas tienen casi la misma edad en la vida real!
La ausencia de Meryl no nos hace olvidar la mínima brecha etaria. Esto es muy relevante, puesto que en un elenco lleno de estrellas, interpretando personajes un tanto lábiles, uno acaba viendo a la estrella, el carisma, no al personaje. Mas, lo reitero, el filme es tan efectivo que en absoluto importa. A mi mamá no le importó, eso es seguro. O quizá el director Ol Parker espera que lo veamos como teatro musical, en cuyo caso sería válido, pues sabríamos que todo es artificial. Lo perdono.
Mucho de Mamma Mia! Vamos otra vez es absurdo, y no hay mucha justificación detrás de su producción. Mas si con Mamma Mia! sentí que había una buena historia que, simplemente, aquellos que realizaron la película (y los que antes crearon el musical) optaron por ignorar en pos de explotar la nostalgia, aquí esa buena historia emerge con claridad: es la de una madre y su hija en el pasado y en el presente, sin un uso constrictivo de la música, sino dejándola infundir nuestras emociones, dentro de lo posible, de significado, y elevando a quien esté dispuesto. Es elemental y, tal vez por ello, visceral también. Y, mamma mia, ¿cómo podemos resistirlo?