Rascacielos: Rescate en las alturas es una película de acción reminiscente a las cintas de los 70 y 80. La intertextualidad interferiría con el relato, si no tuviera un mensaje inclusivo novedoso y una carismática actuación de La Roca.
Después de colaborar en la subestimada y muy efectiva Un espía y medio (2016), el director Rawson Marshall Thurber y Dwayne ‘The Rock’ Johnson se reúnen para Rascacielos: Rescate en las alturas (2018), una peli de acción y desastre que mezcla las premisas de Infierno en la torre (1974) y Duro de matar (1988). La intertextualidad es fastidiosa si entras a la sala de cine con una actitud cínica. No obstante, si entras esperando un rato entretenido lleno de emociones vertiginosas, saldrás con una sonrisa de oreja a oreja.
La historia tiene a Johnson como Will Sawyer, un exagente del FBI, retirado luego de una misión fallida en que su pierna fue amputada. Varios años después, él está viviendo en Hong Kong con la enfermera que lo rehabilitó tras el accidente y que ahora es su esposa, Sarah (Neve Campbell, la inolvidable heroína de la franquicia de terror Scream), y sus dos hijos. Los Sawyer habitan un apartamento en un alto piso del rascacielos La Perla, el edificio más alto del mundo y del cual Will es el asesor de seguridad.
Desde el principio, el guion nos informa sobre parangones entre La Perla y la Torre de Babel, por ejemplo, y la tecnología del rascacielos es tan avanzada, que uno de sus pisos, apretando los botones correctos, permite ver todo alrededor de una persona, inclusive la ciudad bajo sus pies. El dueño y arquitecto de La Perla lo asimila al Cielo, algo bastante obvio, sobre todo cuando dice esto dentro de un edificio elevado por encima de las nubes.
Rascacielos: Rescate en las alturas está más preocupada de desarrollar el tema de la fuerza de una familia en circunstancias adversas. Los Sawyer son una familia muy unida y se profesan amor incondicional. Pero los problemas comienzan cuando Will es engañado por uno de sus amigos, coludido con un grupo de terroristas internacionales, quienes planean encubrir un atraco a La Perla incendiando algunos pisos y dejándola inerme ante su amenaza. Pronto el caos y el desastre se apoderan del coloso, con la familia de Will dentro, y éste tiene que ir a rescatarlos y, de paso, impedir que el rascacielos quede destruido.
No sólo la familia es lo central en este filme, sino también la discapacidad. La pierna protésica es un elemento clave de la narración: es un recordatorio aflictivo del trauma que cambió la vida de Will, y a la vez es un recurso inusitado, puesto que deposita en la prótesis sus últimas fuerzas y esperanzas cuando las situaciones colman sus capacidades. Es en esta extensión de su cuerpo que la película encuentra su mayor virtud, y entre las piruetas de superhéroe que componen la gran hazaña del personaje principal, vemos que hay un ser humano de verdad en su interior, nos involucramos en su historia, y contenemos el aliento con cada vista de altura hacia el abismo metropolitano en el que nuestro héroe podría perecer.
Ningún fragmento de las secuencias de acción que dependen de la prótesis, son materia de comedia insensible, y le proveen al personaje que la porta una vulnerabilidad que, en otro filme, no poseería; es como una especie de amuleto con el que Will atraviesa un infierno y sube hacia alturas celestiales para encontrar su redención, y desprenderse de la culpa que ha acarreado por años. Podrá ser espiritualidad en términos básicos, pero funciona para la modesta pretensión de Rascacielos, que es entretener de una manera estruendosa y excesiva, a veces bordeando la absurdidad, mas dejamos que la pantalla haga su trabajo.
Asimismo, Hong Kong es una locación curiosa. No podía ser Los Ángeles, pues es el territorio de Bruce Willis. Tampoco San Francisco, donde tomó lugar Infierno en la torre y el propio Johnson filmó Terremoto: La Falla de San Andrés (2015). Menos Nueva York, ya que poner allí un edificio como La Perla habría sido problemático para los espectadores. Pero la historia cristaliza del todo su mensaje inclusivo y optimista, transcurriendo en medio de una cultura ajena a los Sawyer.
Viendo Rascacielos, la empatía que la pantalla generó en mí me hizo pensar en lo bien que se sentirían espectadores que compartieran las circunstancias vitales de Will. Es un pensamiento bien conmovedor, es un alivio y un signo de buenos tiempos. Sin embargo, otro pensamiento se formó en mi mente, uno menos favorable: ¿cuántos de esos espectadores podrán ver ésta o alguna otra película en el cine? Las salas de cine no están acondicionadas para personas con discapacidades; se limitan a reservar en la primera fila uno o dos puestos vacantes, desprovistos de butacas, para que asista público en silla de ruedas. Eso es injusto. El ejercicio de ver Rascacielos hace mella, debido a cómo uno la visiona, cómodo en una butaca que uno puede elegir con total libertad, y no a la orilla de la primera fila del cine, de lejos la ubicación más incómoda y que no permite la mejor apreciación de una pieza cinematográfica. Quizá el multicine deba revisar sus estrategias comerciales e intentar incluir, apropiadamente, a gente con capacidades diferentes. Aún nos queda un largo camino por recorrer.