La mejor película de Sebastián Lelio: Desobediencia
26 de Mayo 2018 | Publicado por: Esteban Andaur
El primer filme en inglés de Lelio fue estrenado el año pasado en Toronto. Y llegó a Chile luego de que su director ganara el Óscar por Una mujer fantástica hace dos meses. Su fortaleza son excelentes actuaciones y un guión sólido.
Una llamada telefónica desde Londres le informa a Ronit Krushka (Rachel Weisz) de la muerte de su padre, rabino de una comunidad judía ortodoxa; tiene que volver a su ciudad natal para su funeral. Ronit ha vivido dedicada a su profesión de fotógrafa en Nueva York, con pocas relaciones sentimentales y nula comunicación con su padre. En Londres, el único hombre de la comunidad que la recibe con cierto afecto es su mejor amigo de la infancia y aprendiz del padre de Ronit, Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), quien está a punto de convertirse en el nuevo rabino; pero pronto ella descubre que está casado con Esti (Rachel McAdams), con quien Ronit tuvo un amorío en su adolescencia, el cual, tras ser descubierto por su padre, lo motivó a expulsarla de la comunidad y de Inglaterra hace ya décadas.
En la primera escena, el rabino está en medio de un sermón acerca del libre albedrío y vemos que está incómodo ante la congregación. Una vez que termina, se desploma. La escena de la muerte del rabino introduce la libertad y la conciencia como los temas centrales del filme, y desencadena el drama. Ahora bien, es una escena bien operística, mas de una sobriedad que nos informa que Desobediencia (2017), basada en una novela de Naomi Alderman, será un melodrama introspectivo y elegante del director Sebastián Lelio, quien le trajo el segundo Óscar a Chile con Una mujer fantástica (2017). Es su primer trabajo en inglés.
Prácticamente, Ronit fue forzada a apostatar debido a su identidad sexual y su regreso a Londres significa, en gran medida, retomar su espiritualidad. Pero esto le es difícil en un ambiente en que las mujeres de la comunidad se muestran hostiles hacia ella, excepto por una tía que la acepta sin miramientos. El resto de las mujeres le arroja palabras mordaces, repudiándola por atreverse a elegir su libertad por sobre la fe, mientras que los hombres no la juzgan tanto, mas guardan su distancia. Weisz le confiere a Ronit una presencia bulliciosa y desafiante, ya que su personaje tiene que ser sarcástico para defenderse de los ataques sutiles que recibe de sus parientes, incómodos en su compañía. La actriz es perspicaz al mirar a su alrededor con ávida curiosidad, como escudriñando reacciones despectivas que confirmen su resignación general.
La única otra mujer que es cariñosa con Ronit es Esti. La primera vez que se encuentran, luego de tantos años sin verse, la agitación en sus miradas es palpable, una buscando los ojos de la otra sin que nadie más se dé cuenta, sus voces lánguidas atenuando su emoción, sus movimientos rígidos reprimiendo el ímpetu de un contacto efusivo.
McAdams entrega una de sus mejores interpretaciones con su Esti, y tiene genuina química con Weisz. Esti usa ropa conservadora y una peluca como parte de la indumentaria de su religión, y, además, esto le sirve para ocultarse de sí misma y confundirse con el resto. Su vida sexual también es rutinaria; ha tenido sexo con un solo hombre en su vida, su marido. Sin embargo, siempre se ha sentido atraída hacia las mujeres y Ronit comporta una reanudación tardía de su adolescencia que le permite saldar una gran deuda consigo misma.
Ronit termina hospedándose en la casa del matrimonio Kuperman hasta el funeral. Durante las interacciones entre los tres, McAdams es ingeniosa en dotar a Esti de una gestualidad liviana y fluida, mientras que un afable Dovid se mantiene a raya, observando con cautela. Naturalmente, Esti se desinhibe cuando está con Ronit, pero la propuesta dramática de McAdams nunca es obvia, sino que yace en los pequeños detalles del comportamiento de Esti, los cuales suelen ser reforzados por la partitura misteriosa de Matthew Herbert (quien también compuso la música de Una mujer fantástica).
Dado que Ronit, Esti y Dovid crecieron juntos, y adoctrinados por el padre de la primera, es natural que los dos últimos hayan terminado casados. Esti no tenía oportunidad de escapar, o de ser expulsada, así que tuvo que conformarse con olvidar a Ronit (en la medida de lo posible) y ceder a las reglas de la comunidad para sobrevivir. Pero uno puede sentir que Dovid no se aprovechó de las circunstancias. Él siempre estuvo enamorado de Esti.
En una escena en que les está enseñando a unos jóvenes la Torá, Dovid lee un pasaje del Cantar de los Cantares, e interpretan el erotismo del texto. Con un semblante imperturbable, Nivola transmite la experiencia de Dovid influida por el texto y su personaje atiende a las preguntas de los muchachos con certeza: Dovid entiende que el amor y el placer físico funcionan como una expansión del espíritu y, en lo personal, del vínculo con su esposa.
Usar el Cantar de los Cantares para establecer los elementos eróticos de la historia puede sonar cursi, pero aquí el espíritu es inseparable del cuerpo; el segundo obedece al primero en Desobediencia.
Lelio y el director de fotografía Danny Cohen elaboran la escena de amor entre las dos mujeres con planos intensos, cerrados, de sus cuerpos y rostros. El propósito es crear una imagen clara en nuestra mente de lo que ellas hacen en la cama, no explotar sus cuerpos, y el montajista Nathan Nugent lo organiza al estilo de un collage, como una rapsodia de caricias y gemidos. El carácter fragmentado de la escena parecería arbitrario, de no ser por las actuaciones de Weisz y McAdams, quienes han construido a sus personajes de modo que ese momento de intimidad sea crucial e insoslayable. Lo que tenemos es una expresión visual que es fiel a lo que viven los personajes: el deseo desatado de una relación donde hay confianza y amor, donde la saliva se vuelve la representación material del alma de las amantes, fusionándose ambas en éxtasis.
Weisz brilla en el primer acto, McAdams en el segundo, pero es Nivola quien comprende que el punto de la película depende del desarrollo de su personaje en el tercer acto. Su Dovid nos conmueve. No es cruel con Esti, aunque sienta enojo y decepción; su amor por su esposa es profundo, mas no puede luchar contra quién Esti es, ni soportar la idea de que el amor que ha cuidado por tanto tiempo ya no tendría posibilidad. Ahora bien, el odio no es posible en él; su fe lo habilita al amor y a la compasión, sobre todo, dentro de esta familia insular que conforman Esti, Ronit y él.
Que los tres actores principales tengan la oportunidad de lucirse, evidencia un guión atento a la psicología de los personajes. Por su parte, Lelio se despliega con holgura en unos pocos y caprichosos planos que duran más de lo necesario; no obstante, él puede hacer esto: la contemplación, aunque efímera, enfatiza la atmósfera etérea del filme y nos permite habitar en los personajes con plenitud.
Desobediencia arguye a favor de lo queer dentro de la religión, debido a cómo las personas queer iluminan lugares divinos de la existencia humana que son insondables a la tradición. Por lo tanto, la transgresión es saludable.
Si el máximo regalo del amor es la libertad, entonces la muerte del rabino fue generosa, en cuanto le concedió a Ronit un cierre indulgente y liberador. Al director le interesa concentrarse en mujeres al margen de la sociedad para hablar de verdades universales: la muerte aquí, al igual que en Una mujer fantástica, implica sanación y renacimiento; el dolor no es en vano, sino que se revela como una bendición. Desobediencia es el mejor trabajo hasta ahora de Sebastián Lelio.