La película de Yorgos Lanthimos es una de las más oscuras del último tiempo. Ganadora del Premio al Mejor Guion del Festival de Cannes en 2017.
El sacrificio del ciervo sagrado (2017). Qué nombre críptico. Pensé en Bambi, cuya madre fue asesinada. ¿Tiene algo que ver con esto? El director griego Yorgos Lanthimos (The Lobster [2015]) ganó el Premio al Mejor Guion (junto con el coguionista Efthymis Filippou) en el Festival de Cannes del año pasado, donde la película fue descrita como la más chocante del certamen. Y no estaban exagerando. El filme es uno de los más oscuros del último tiempo, aunque uno de gran genio. Además, es la segunda colaboración de Cannes entre Colin Farrell y Nicole Kidman luego de El seductor de Sofia Coppola, que encuentro mejor y me gusta más.
Steven Murphy (Farrell) es un cardiólogo casado con Anna (Kidman), oftalmóloga, y ambos viven en los suburbios con sus dos hijos. Farrell es un exalcohólico, lo que afectó su desempeño profesional en un momento. Lo que no sabe es que pronto tendrá que pagar por los errores del quirófano.
¿Dónde empieza y dónde acaba la responsabilidad de un médico? Si surgiera alguna situación en la que hay que asumir una responsabilidad, ¿cuán posible es determinarla?
Solemos pensar en la eventual muerte de un ser querido: ¿quién sería?, ¿sería justo?, ¿sería conveniente?, ¿cómo reaccionaríamos?, ¿cómo cambiaría nuestra vida? Son preguntas con las cuales enfrentamos la muerte, que está presente en nuestras vidas como un miedo sin cara, un peligro que hay que evitar a toda costa. No hay que morir, no hay que causar la muerte. Mas no la conocemos, sólo somos testigos de la muerte de otros.
Las respuestas a las preguntas siempre varían, y escapan de nuestra mente en medio de suspiros, miradas suspendidas y escalofríos. Tales son las sensaciones que Lanthimos genera en nosotros con El sacrificio del ciervo sagrado, y su genio retorcido obliga a su historia a entregar las temidas respuestas, las cuales, desde luego, no pueden ser categóricas. El horror estriba en la incertidumbre.
Los sustos no llegan como sobresaltos en la butaca, sino como breves vistazos a las tinieblas del alma que sostienen nuestros sentidos con fascinación y desconcierto, mientras vemos la putrefacción progresiva de los personajes, a menos que ya hayan estado podridos de antes, la cual es una fuerte posibilidad en este caso.
El sacrificio del ciervo sagrado comporta una narración laberíntica en cuanto los personajes avanzan dentro una trampa de caminos enmarañados, saña y sadismo, hacia una conclusión que tal vez no permita que vean el sol cuando salgan. Esto es, si es que salen. A menudo nos confunden las intenciones del director, claras al principio, en un primer acto concentrado en establecer con solidez el estado de ánimo y la actitud del filme. Luego, mientras acaecen hechos escabrosos, no sabemos qué nos quiere decir la película, quizá porque estamos asombrados por el espectáculo de la miseria humana ante nuestra mirada, aunque también puede ser porque los personajes están tan bien desarrollados, que escapan a los conceptos pueriles que podamos asignarles en un thriller convencional.
Ésta es una metáfora existencial sobre la vida moderna. No es para nada algo novedoso, mas está elaborada con tal astucia, que Lanthimos consigue despertar pensamientos sombríos, valiéndose de sugerencias a cuentos de hadas, embrujos, moralejas y rituales, recurrentes en la literatura del guion, desde los diálogos hasta el propio título. Hay un claro elemento sobrenatural que no es manifestado tácitamente.
Las conductas son extremas y los personajes, despectivos. De hecho, la absurdidad del asunto raya en la ironía, presente en acciones patéticas, hiperbólicas, y que implican consecuencias graves para los personajes, por lo que cuando uno se da cuenta de que algo es gracioso, no nos reímos, sino que nos horrorizamos aún más por el nihilismo brutal y absoluto del filme.
Y, no obstante, el nihilismo es natural en este relato. Para que los médicos trabajen bien, deben en cierta medida despersonalizar a sus pacientes. Los Murphy están tan acostumbrados a esto, que terminan despersonalizándose a sí mismos en cada ámbito de su vida familiar. ¿Hay un psicópata dentro de cada uno de nosotros? ¿O nos olvidamos de la moral dependiendo de las circunstancias? ¿Es ésta una especie de comedia de psicópatas donde éstos tratan de superar al otro en la maldad que puede emanar de ellos?
Colin Farrell está excelente como el culposo Steven, alguien que está en cada momento a punto de estallar en ira o desesperación, y Nicole Kidman demuestra que es una de las mejores actrices de su generación al no temer navegar en la oscuridad más profunda en su filmografía. Ambos personajes desafían nuestras concepciones de lo que un padre y una madre están dispuestos a hacer en circunstancias extremas.
Barry Keoghan sobresale del elenco como el extraño Martin, el adolescente que visita a Steven a diario en el hospital; quiere que él lo introduzca a la profesión para convertirse en cardiólogo cuando sea adulto. O, al menos, eso es lo que dice querer de Steven. Keoghan es increíble burlando nuestras expectativas: su Martin luce un aspecto normal y cotidiano, su rictus es impasible y su lenguaje, torpe; lo que sea que albergue dentro de sí resulta inescrutable… y el miedo aumenta.
Uno puede rastrear las influencias cinematográficas desde el inicio. Stanley Kubrick está presente en los fotogramas, a cargo del director de fotografía Thimios Bakatakis, habitual colaborador de Lanthimos. Los sets amplios y plenamente iluminados, y los limpios planos dolly en pasillos de hospital (al igual que el uso de violines agudos en escenas ominosas) evocan visiones del Hotel Overlook en El resplandor (1980); aunque aquí Bakatakis no graba desde el suelo, sino lo hace (en la mayor parte) desde el cielo raso, como para sugerir que hay una presencia superior y desafecta que acecha a los desamparados Murphy, que los manipula cual títeres humanos hacia su desgracia.
Ojos bien cerrados (1999) también se viene a la mente con la mera presencia de Kidman, de nuevo casada con un médico, con un peinado similar al de la cinta de Kubrick, y que asiste con su marido a una fiesta opulenta de médicos en las primeras escenas. Y, asimismo, porque el sexo que vemos en El sacrificio es extraño, es demasiado bajo e impersonal para ser cómodo, lo cual es el propósito del director, por supuesto.
Si las cintas mencionadas de Kubrick (de sus mejores trabajos, debo decirlo) se filtran en el estilo de El sacrificio, pues Funny Games (1997) de Michael Haneke es la referencia central en cuanto a su contenido. Como en aquella película, aquí hay una persona extraña que ingresa a una familia con intenciones macabras, haciendo que el filme funcione como un thriller al mismo tiempo que una exposición y crítica de los vicios del género, y de su frecuente vacuidad. Todo se vuelve más evidente en el clímax, un homenaje directo a Funny Games, y que termina por dotar a El sacrificio de profundidad psicológica, del tipo que puede satisfacer visionados ulteriores para algunos espectadores.
El desenlace es brillante. Luego del clímax, la historia pareciera transcurrir en un plano alternativo a la realidad, pese a que el diseño de producción sea de lo más mundano, y, sin embargo, uno no imaginaría a los personajes principales en ese contexto, menos aún luego de lo que les ha pasado. No es un final literal, es figurativo, y las reacciones que arrojan los personajes son propias de éstos, no del director, ni de los guionistas ni del público. Tenemos que responder y llenar los espacios por nuestra cuenta, como adultos responsables, como personas inteligentes. Es imperativo de la película, de la vida, y de la muerte también.