Esta biografía satírica sobre la complicada vida de Tonya Harding, nos sumerge en el escándalo en el que se vio involucrada en 1994, el cual terminó con su carrera en el patinaje artístico sobre hielo. Pero no terminó ahí.
Recuerdo haber visto hace como quince años en el canal E! un programa sobre una serie de escándalos de la farándula estadounidense. La decadencia de Hollywood a través de la historia, o, al menos, de las últimas cuatro décadas, desfiló ante mis ojos. Aquélla fue la primera vez que escuché el nombre de Tonya Harding, y sobre el incidente que ensombreció para siempre la luminosa carrera que tuvo en el patinaje artístico sobre hielo.
La historia era lo bastante loca como para no guardar un lugar especial en mi memoria por años: Tonya Harding, la primera patinadora de hielo de EE.UU. en lograr un salto triple Axel en competencia, mandó a atacar a Nancy Kerrigan, su principal contendiente, para sacarla del campeonato nacional, que las llevaría a las Olimpíadas de Invierno de 1994. Que la película de una historia tan fascinante como ésta no se haya hecho hasta 2017 me desconcierta profundamente.
Pero se hizo.
Yo, Tonya es una biografía satírica de Tonya Harding, con altas dosis de humor negro, que termina siendo a veces doloroso por la tragedia que implica. El guion escrito por Steven Rogers sigue el estilo de un falso documental, con entrevistas a los involucrados en la vida de Harding (todos actores) y en el escándalo del ‘94. Debido a que las declaraciones son contradictorias, la mayoría de las escenas son flashbacks de estos narradores no fiables. Entonces el filme posee la estructura dramática de Rashômon (1950), pero el montaje, el lenguaje, y el comentario social sobre los valores estadounidenses son reminiscentes a Buenos muchachos (1990), con la violencia doméstica y su extensión en el deporte de Toro salvaje (1980).
La influencia de Kurosawa y Scorsese no es gratuita: quienquiera escuche los pormenores de la vida de Harding, con un válido nivel de incertidumbre incluso después de esta película, sabe que es el enfoque estilístico pertinente. Además, los personajes suelen romper la cuarta pared. La irresistible Yo, Tonya es una de las más grandes películas de deportes que he visto.
Margot Robbie interpreta a Tonya, su mejor personaje en el mejor filme que ha hecho hasta ahora, y que también produjo. La actriz es temeraria en ceder su belleza a la apariencia desgarbada de Harding, a quien personifica desde sus diecinueve años hasta sus treinta y tantos. Harding era lo que se llama <<basura blanca>>, perteneciente a la población obrera blanca de EE.UU. Comenzó a patinar desde que tenía tres años, mas no le fue fácil: no podía comprar sus atuendos, por lo que su madre tenía que diseñarlos y coserlos. En una escena desgarradora, y no lo digo como broma, el padre de Harding despelleja conejos que cazó para hacerle a su hija un abrigo de piel. Eran así de pobres.
Harding era atormentada por sus compañeras de patinaje debido a su clase social, por su comportamiento rudo y su estilo poco femenino, y por los arranques de ira de su madre, quien maldecía bastante frente a las niñas. (Yo, Tonya cuenta con subtítulos chilenos, mucho más fieles a los diálogos.)
En la pantalla, Harding posee la fuerza de una mujer que ha tenido que sobrevivir una y otra vez. El rostro de Robbie configura rictus complejos, de emociones simultáneas, y su actuación cambia nuestra percepción de la atleta, al hacernos acceder a su estado mental con un misterio que nace de su crianza y vida doméstica, y no de la fantasía que explotaron los tabloides en los 90. Era una atleta que enfatizaba la emoción y la fuerza física en lugar de la elegancia y la estética. Lo primero la hacía sentir que seguía viva.
Prefería patinar al compás de ZZ Top y no de música clásica. Competía para ella misma, lo cual no caía bien con los jueces ni con la imagen que la Asociación de Patinaje Artístico de EE.UU. quería proyectar de sus patinadoras. Por supuesto, eran conservadores, y Harding no coincidía con su visión del orgullo americano. Ahí empezaron los problemas de Tonya.
Allison Janney, quien recientemente ganó el Óscar a la Mejor Actriz Secundaria por esta película, interpreta a LaVona Golden, la madre de Harding. La suya es una actuación ostentosa, sin embargo, el guion nos hace entender que así era en la vida real. Si quería que su hija se convirtiera en una campeona, tenía que llamar la atención de los entrenadores; no poseía otros medios para formar a su hija en el deporte excepto su personalidad fuerte, subrepticiamente monstruosa. LaVona fumaba en los entrenamientos (en todas partes), era grosera, bebía casi todo el día, y maltrataba a su hija desde pequeña.
Uno podría argüir que la vehemencia con la que esta mujer le exigía a su hija ser la mejor era su forma de salir del parque de tráilers en el que vivían, y también que la disciplina de Tonya, al igual que su autenticidad, eran la forma de esta última de huir tanto del parque como de su terrible madre.
Las escenas más trágicas y aterradoras de la película involucran a ambas. No obstante, hay bastante humor en esta relación madre-hija. En su único momento de lucidez, LaVona le da un sabio consejo sobre el matrimonio a Tonya, pero es tardío, y uno vislumbra su sentido del humor retorcido, desplegado para humillar y condenar a su propia hija. Lo más triste, quizá, es que el momento es hilarante, gracias a un trabajo de Janney tan complejo como el de Robbie.
El matrimonio de Harding con Jeff Gillooly (un sobresaliente Sebastian Stan) fue desastroso. Fue el típico cuadro de violencia doméstica que Harding replicó luego de salir de casa de su madre, por lo que lo aceptó con resignación. Era lo único que sabía hacer: sobrevivir a los golpes y escapar en la pista de hielo.
Los amigos de Jeff eran unos idiotas, y proveen mucho de la comedia negra de la película. Si consideramos que esto pasó en la vida real y que esta gente existe, uno se pregunta si el guion de Yo, Tonya no fuera biográfico, ¿hubiera sido producido?
Es aquí cuando el filme nos presenta <<el incidente>>, como le llaman los personajes. El hecho es que Jeff fue quien planeó eliminar del campeonato nacional a Nancy Kerrigan (de clase social más alta), contratando a un tipo que la golpeara en su pierna de aterrizaje. Sin embargo, los testigos fueron pocos, los malhechores estúpidos, y cada uno tiene su propia versión. Fue un espectáculo entre la princesa de EE.UU. y la bruja que intentó arruinarla, y de fondo una cohorte de canallas.
Con un montaje cinético y retórico, Yo, Tonya se mueve en espiral, hacia adelante y atrás, con la fuerza de puños y los cortes de cuchillas sobre el hielo, como si la vida de Harding fuera un show de patinaje al son del rock. El relato nos encoleriza, nos desafía y expresa la empatía justa hacia estos personajes, por lo menos, hacia Tonya Harding, quien ya ha ofrecido suficientes disculpas.
Opino que el castigo que recibió fue desmedido en relación del hecho fáctico que le ocurrió a Kerrigan. Al final, todo se trata de la guerra de clases, sin tregua, sin compasión. El país, representado por la Asociación de Patinaje Artístico y el sistema judicial, usó a Harding para vengarse por la vergüenza mundial, y para declarar y reiterar sus salutíferos valores: si no eres una princesa, no puedes unirte al grupo. No puedes demostrarle al planeta que nuestro sistema falló y no les sirve a todos.
La película nos hace comprender a Harding mejor, tal vez de una forma por completo distinta, sin amnistiar por completo a la atleta del ataque, que muchos aseguran que la propia Harding planeó y ejecutó. Éste es un trabajo sublime de genio, empatía, arte y técnica, y mantiene fresca una controversia y libre su percepción. Me compadezco de Tonya Harding. Y cuando tú veas Yo, Tonya, ¿qué pensarás sobre ella?