Cultura y Espectáculos

Crítica de cine - Premios Óscar: Todo el Dinero del Mundo

Por: Esteban Andaur 25 de Febrero 2018
Fotografía: Todo el dinero del mundo

Jamás he estado casado, pero imagino que debe ser, en un gran sentido, similar a nacer: en ambos casos, ingresas a una familia que tal vez no pidió, exactamente, que tú llegaras, pero aquí estás, tienen que aceptarte, y debes aceptar todo el bagaje de la familia que está abriéndote sus brazos. No es cómodo, pero es requisito para la sana convivencia. O así me han dicho. Ése es el precio que tienes que pagar.

Todo el dinero del mundo (2017), de Ridley Scott, aborda la anterior aseveración de una forma brutal, y con un sentido del humor siniestro, aunque esperable del nihilismo presente en la filmografía de Scott. El filme se trata sobre el secuestro en 1973 de John Paul Getty III por parte de una red de crimen organizado en Italia. Él era el nieto del magnate del petróleo J. Paul Getty, dueño de Getty Oil, la compañía petrolera más grande del mundo en aquel tiempo y él, el multimillonario por antonomasia, infame en el planeta debido a su parquedad.

La película empieza con el momento exacto del rapto de Getty III, y luego vemos una serie de breves flashbacks en los que somos testigos del origen de la fortuna de J. Paul Getty (Christopher Plummer); el desapego entre él y su primer hijo, John Paul Getty, Jr.; cómo su esposa Gail Harris (Michelle Williams) lo persuade para pedirle a su padre un trabajo en su compañía y así salir de la bancarrota; el descenso de éste a las drogas y su eventual divorcio. Los Getty ya eran, profundamente, disfuncionales, pero el abismo familiar pareció abrirse ante ellos (parafraseando un diálogo del viejo Getty) aún más al intentar enmendar los vínculos. El secuestro del nieto fue la gota que rebasó el vaso.

Ésta es una de las primeras ironías del filme, una bien soterrada en el intenso desarrollo de la trama.

Ahora bien, si esta secuencia de flashbacks le confiere energía y profusión estética al inicio del relato, es más o menos trivial: la puesta en escena es demasiado grandilocuente para diálogos tan breves y fáciles, algunos expositivos. Encima, hay una narración en off de Getty III, afirmando cuán necesario es que sepamos estos antecedentes familiares para entender lo que está por venir; narración que nunca más escuchamos por el resto del metraje. Hay un sólo fragmento de aquí que es retomado más adelante con gran efectividad, y, aún así, esta sección de la película pudo haber sido mejor manejada.

Los baches en la introducción dan paso a una historia sólida y fluida, sostenida en excelentes actuaciones y el diestro manejo del suspenso de su veterano director.

Kevin Spacey había interpretado al viejo Getty en el corte original. Sin embargo, luego de múltiples acusaciones de acoso y abuso sexual en su contra, escándalo en medio del cual salió del clóset (como si fuera una sorpresa), Scott decidió reemplazarlo por Plummer, su primera opción para el personaje, y sus escenas fueron rodadas en diez días. Es necesario destacar esto, pues la actuación de Plummer, a sus 88 años, es una belleza interpretativa (y porque nunca me gustó Spacey como actor, lo encuentro demasiado ensayado y cínico cuando no es necesario; por ejemplo, me encanta Los siete pecados capitales [1995], y quizá porque sólo aparece en el último acto).

Plummer es una muestra viviente de lo que es la vocación por el oficio; habita en la piel de su personaje de una forma majestuosa, ingeniosa, y tan lúcida, que nos conmueve. No es coincidencia que las mejores escenas y los mejores diálogos le pertenezcan a J. Paul Getty, quien emerge como un ser humano de carne y hueso ante nosotros, aunque, mejor dicho, como un enigma de carne y hueso.

En medio de los cinco meses que duró el secuestro (no especificados en el filme), Getty abuelo se negó a pagar el rescate, cuyo precio inicial era de 17 millones de dólares.

En su lugar, lo vemos comprar una pintura antigua. Una madona. Uno se pregunta si esta es la forma que el anciano elige para conectarse con su nieto a la distancia, adquiriendo obras de arte para su contemplación personal. Ésa es la única forma en que aflora su sensibilidad. Para él, es más fácil relacionarse con objetos que con personas. Cuando uno llega a tener una fortuna tan grande, la gente te quiere alrededor por tu dinero, no por quién eres. Getty no ha podido restablecer su confianza en la humanidad, y la sustituye por la perfección inmutable de los objetos. Es una asociación lógica en su situación, pero malsana, y desvirtuó su juicio.

La Gail de Williams es una mujer igualmente parca, pero en emociones. No se quiebra en ningún momento, no llora siendo asediada por periodistas. Creo que se mantuvo firme durante todo este tiempo, pues si demostraba alguna emoción al resto, haría que los detectives y policías bajaran la guardia, y su hijo entonces correría verdadero peligro de muerte. También era su forma de sobrevivir, preparándose para un desenlace fatal. Anular emociones era la mejor forma de mantener la cabeza fría y clara por el bien de su hijo.

Por su acento de la alta sociedad, pensé en una Faye Dunaway interpretando a una aristócrata a principios de los 70, y en Jackie O. Asimismo, su gestualidad es similar, haciendo de Gail una mujer tan elegante como inteligente. Mas su interpretación me pareció a veces, evidentemente, afectada. No creo que sea su culpa. El guion se dedica por completo a J. Paul Getty, dejando a los otros personajes a su propia suerte, y el trabajo de Williams es, con todo, digno y eficiente.

Pero quien sobresale del reparto es el actor francés Romain Duris como Cinquanta, uno de los secuestradores que cuida a Getty III y se hace su amigo, además del encargado de hacer las negociaciones del pago del rescate con Gail. Tampoco es un desafío dramático, mas Duris insufla a su personaje de una actitud empática y una ambigüedad moral que un actor menor habría olvidado explorar. Cinquanta puede ser un criminal, pero no más que Getty por no querer pagar. El problema es que el personaje hace vocal esta declaración. Y es que los diálogos no son muy ambiciosos ni sutiles: escuché dos veces el título de la película hablado por los personajes, lo cual no es indicio de una escritura pulida.

Todo el dinero del mundo no te cuenta lo que pasó después con Getty III. Que incursionó en el cine, tuvo una vez en su círculo cercano a Andy Warhol, y que sucumbió a la drogadicción, al igual que su padre. Sólo nos esclarece que la fortuna de su abuelo fue donada a la beneficencia. Lo que le interesa al filme es el dinero, al igual que a Getty o a los captores de su nieto. De ahí su nihilismo.

No obstante, es un entretenimiento efectivo que, pese a sus torpezas, deja suficiente espacio para discusiones inteligentes sobre sus temas.

Y posee un sentido del humor siniestro. La mayoría de éste proviene del propio Getty, de su sarcasmo insufrible y su desinterés en su propia sangre cuando no los puede llamar <>. En cierto sentido, que él se negara a pagar un rescate que dependía de él, era su forma de reclamar autoridad sobre uno de sus seres queridos. Y en el camino, le enseñó a su exnuera Gail, quien nunca quiso dinero, a acostumbrarse a negociar con todas las personas. La prensa, la mafia, la policía, coleccionistas de arte, su propia familia. El secuestro de su hijo fue el precio que tuvo que pagar antes de obtener todo lo que jamás necesitó. Adivina quién ríe último.

1 nominación: Mejor Actor Secundario (Plummer).

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