El periodista parecía avezado. Al menos, hacía notar sus años de circo con voz profunda, una excelente dicción y un lenguaje cargado de epítetos que, entonces, no alcanzaba a comprender. Yo era apenas un inmaduro estudiante de segundo año de periodismo. Ni siquiera tenía claro si el camino elegido, el del periodismo, era el más indicado. Pronto lo confirmaría.
Con todo, siendo fan de la música de Los Tres, sabía que la pregunta que siguió a una larga introducción, sería la ocasión para que Álvaro Henríquez diera rienda suelta a su ironía. “Si tuvieran la oportunidad de conversar con dos connotadas figuras del mundo o el país, digamos el Papa y el Presidente de la República… ¿Qué le dirían?”, fue la consulta del hombre de comunicaciones.
Henríquez, al igual que el guitarrista Ángel Parra, lucía gafas, pero ellas no impidieron a los presentes percatar su hastío. El cantante esbozó una sonrisa y respondió: “No sé… al Papa que use condones y a Frei… ¿Qué le decimos?”, interrogó, mientras buscaba complicidad en Pancho Molina. “Presta luca”, complementó el baterista.
El anterior, es el primer recuerdo que tengo de Henríquez siendo reportero. Fue en el segundo semestre de 1998, cuando la banda ya había lanzado “Fome” y su relación, con cierto sector de la prensa, ya había experimento cambios decidores. El hombre detrás de Los Tres ya no era el simpático músico de provincia que tiraba la talla en programas juveniles, primero, y estelares nocturnos, después (parte de ese proceso se puede apreciar el documental “Los Tres de Chile”, exhibido por TVN en 1999). Por lo anterior, su respuesta no me extrañó.
Sigo a Los Tres desde que vi el video de la “La Espada & La Pared” en un programa de trasnoche (trabajo que no era exhibido por todos los canales, pues era víctima de censura al igual que “Déjate caer”). Desde la emisión de dicho contenido, no le perdí pisada a la banda. Los descubrí tarde, pero lo suficiente como para no perderme nada de la que, en mi opinión, fue su mejor época, desde la edición del tercer disco hasta su “receso indefinido” en 1999, tras el lanzamiento de “La sangre en el cuerpo”.
En la jerga cinéfila se suele decir que las segundas partes nos son buenas y, pese a que sigue siendo un gran compositor (“Cerrar y abrir” y “A palos con el águila”, son buenos ejemplos), Los Tres han experimentado en carne viva esa sentencia. Peleas internas, salidas de integrantes y errados intentos de reunión, han sido parte de un corolario que ha tenido su lamentable pick con la difícil situación que afronta el autor chiguayantino.
Su estado de salud no es bueno y ello quedó en evidencia el pasado 19 de enero, durante un show de Los Tres en Talagante, cuando no pudo cantar ni moverse con normalidad. Entonces salió a la luz, a través de una crónica de La Tercera, el complejo panorama hepático que padece, producto de su poco responsable comportamiento a la hora de beber y alimentarse. También surgieron, desde las redes sociales, las críticas pasionales tanto de seguidores como de detractores. Algunas de ellas, referidas a su carrera, claramente injustas.
Más allá de su comportamiento erróneo e, incluso, poco solidario con algunos de sus colegas (alguna vez me comentaron que bautizó a la banda de Manuel García como “Mecánica Impopular”, situación que no pude comprobar), es un hecho que Henríquez, junto a Los Tres, se encargó de musicalizar buena parte de la década del noventa (período de transición política y también musical), y en ese proceso contribuyó y colaboró con destacados músicos como Los Bunkers, Mauricio Redolés, Buddy Richard, Los Prisioneros y Julieta Venegas. Fue, además, uno de los primeros artistas en rescatar, para las nuevas generaciones, el valor artístico de figuras y conjuntos como Violeta Parra (produjo el disco “Después de Vivir un Siglo”, 2001), su hermano Roberto y Quilapayún.
Como es sabido, la trayectoria de Henríquez comenzó con los Dick Stones, un grupo de adolescentes amantes del rock de los años ’50 y ’60, que el productor y cineasta Ricardo Mahnke califica en el libro “ConcEnOff: Relatos de Rock Penquista” (de pronta edición) como “pura cultura musical”. Luego, vendría la corta de vida de Los Ilegales (una sola tocata, de hecho), antes de dar paso a Los Tres la banda que con la que facturó, en su primera etapa, cinco discos de estudios y cuatro álbumes recopilatorios, incluyendo el multiventas “Unplugged” (1996).
Tras su aventura solista, primero con Pettinellis, la banda con que la instaló un par de exitosos sencillos en la radio (“Hospital” y “Ch ba puta la hüeá”), y luego con su poco valorado disco homónimo (que contó con la participación de músicos de Los Bunkers y Café Tacvba), Álvaro Henríquez retomó el trabajo con la banda que había disuelto en 1999 y con la que sigue hasta a la fecha.
Aunque poco se sabe o se recuerda de otros interesantes trabajos del compositor fuera de Los Tres. Un ejemplo de ello es “El desquite” (editado en 2001), probablemente, su primer trabajo solista. Se trata de la banda sonora de la película, del mismo nombre, que el cineasta Andrés Wood (“Machuca” e “Historias de Fútbol”) realizó para la televisión sobre la base de un guion de Roberto Parra. Algunas de las ideas trabajadas por Henríquez en este álbum fueron a recalar a su único trabajo con Pettinellis (2002).
Sus colaboraciones son tema aparte, partiendo por “Corte en trámite” (1995) el disco que produjo y compuso para Javiera Parra. El debut de la cantante y Los Imposibles fue clave en su carrera, en particular, tras los singles “Te amo tanto” y “Humedad”. Menos conocida es su labor de producción en otro esencial disco de los ’90 como “¿Quién mató a Gaete?” (1996) del músico y escritor Mauricio Redolés.
Pero eso no es todo. Bajo la supervisión del ganador del Oscar, Gustavo Santaolalla, Henríquez grabó guitarras en el disco “Bueninvento” (2001) de la mexicana Julieta Venegas (con quien estuvo casado), justo antes de la explosión mediática con el disco “Sí” (2003). También participó en el emblemático “Similia Similibus” (1999) de Santos Dumont, aunque lo hizo bajo el seudónimo Enrique Álvarez, “porque temíamos tener problemas con su manager y su sello”, ha relatado el líder de la banda, Mauricio Melo.
A lo anterior, se suman variadas colaboraciones con artistas mexicanos y dos destacados trabajos con José Alfredo Fuentes, “El Pollo”, y Los Bunkers. Al primero, le produjo “Corazón loco” en 2005, un disco con el cual Fuentes retomó su carrera discográfica tras años dedicados a la televisión. En el trabajo suenan, además, cuatro composiciones de Henríquez, entre ellas, “Calderero”, el single del disco.
“Álvaro me sacó la foto sobre quién soy yo, realmente. Él se dio cuenta de las cosas que quedaron en el camino y que no hice”, dijo Fuentes, en noviembre de 2005.
Historia particular es “Canción de lejos”, el álbum que significó el despegue definitivo de Los Bunkers y que, años después, en medio de una visita a México, Henríquez desconocería por su distanciamiento (y pelea) con los hermanos Durán.
En el arte del disco, editado en 2002, la banda destaca a Henríquez y Carlos Cabezas, quien ofició de ingeniero de grabación, como músicos que enriquecieron su sonido. El líder de Los Tres, además, cantó y tocó guitarra en dos temas: “Canción de lejos” y “Lo que angustia”.
Mucho se ha especulado sobre el quiebre de Henríquez con la más exitosa banda penquista en México, así como su breve alejamiento de Jorge González (siguen siendo muy amigos), el líder de Los Prisioneros con el que grabó un tema en el disco “Mi destino: Confesiones de una estrella de rock”, sin embargo, todo ello daría para un artículo distinto.
Lo cierto, es que en medio de un proceso de salud complejo, donde las versiones casi nunca son coincidentes, y las personalidad del músico no genera consenso, es bueno, al menos, detenerse en su obra y los logros obtenidos, pese a las dudas que, incluso, generaba en algunos de profesores, cuando era apenas un adolescente en Concepción. Lo anterior, por cierto, nunca le importó y así lo dejó graficado en una publicación, hoy de culto, llamada “La paja”. Por ahora, sus discos y sus canciones, parecen ser su mejor herencia.