Cultura y Espectáculos

Al fin acabó: Cincuenta sombras liberadas

Por: Esteban Andaur 10 de Febrero 2018
Fotografía: Cedida.

La saga (supuestamente) erótica de Christian Grey, llega a su fin con esta tercera entrega, carente de sensualidad y generosa en incoherencia.

Anastasia ‘Ana’ Steele (Dakota Johnson) y Christian Grey (Jamie Dornan) se casan al inicio de Cincuenta sombras liberadas (2018), la última parte de la trilogía basada en las novelas (supuestamente) eróticas de E.L. James. Luego, el matrimonio Grey pasa la siguiente media hora, al menos, comprando propiedades y solazándose en las que ya tenían. En medio de esto, se dan cuenta de que la familia Grey está siendo acosada por un misterioso hombre.

Es en estas circunstancias que Christian le asigna a cada miembro de la familia un guardaespaldas, incluyendo a Ana, quien se queja de que es un exceso de seguridad. Esto es un pretexto para que Ana dé señales de empoderamiento femenino, increpando a Christian sobre su posesividad; sin embargo, si consideramos que ella se casó con él tras sostener un noviazgo que implicaba firmar un contrato de confidencialidad y exclusividad en cuanto a las sesiones de sexo sadomasoquista que Christian exigía en pos de una relación, pues uno se pregunta dónde Ana dejó su cerebro hasta ese momento de repentina rebelión.

El sexo es terrorífico en lugar de sensual. El cuarto rojo de Christian es la antítesis del erotismo, donde el control obsesivo del hombre inhibe la verdadera liberación y el consiguiente éxtasis de las pasiones de la carne, y donde la mujer obedece a los deseos del hombre. Esto es demasiado tradicional para ser erótico, el cual debe ser transgresor. ¿Y tiene Ana deseos sexuales propios? ¿Está satisfecha con su extraña vida sexual? Por lo menos, debe estarlo con la vida de lujos a la que la condujo un contrato de maravilla.

Lo erótico es el cuerpo de la otra persona y lo que su mente le permite hacer a su cuerpo de forma creativa. Con todos los artefactos estimulantes que Christian almacena en su cuarto, me pregunto si él, siquiera como creación literaria, tiene imaginación. No es así, pero la película piensa que sí, porque su fortuna lo habilita para comprar los juguetes sexuales que se le antojen.

Pero el filme tiene momentos sexis, aunque escasos, y todos suceden fuera del cuarto rojo, elemento en torno al cual no se generan dinámicas conyugales creíbles ni muy inteligentes para mí, haciendo de éste un matrimonio patético. Los Grey hacen el amor, viajan, salen de compras, hablan de negocios, de quién se acuesta con quién… ¿Exactamente qué tienen en común? La película no sabe.

Lo cual me lleva al origen de Christian Grey, por lo demás, uno incompatible con el de Ana y con sus intereses, más el libro ya fue escrito. Christian fue un niño que creció en hogares de huérfanos y adoptado cuando era pequeño, y tal inestabilidad psicológica lo llevó a convertirse en un multimillonario sadomasoquista. Está claro el punto de vista del filme: si eres un niño adoptado, serás un pervertido, pero tendrás mucho dinero y la oportunidad de protagonizar el cuento de hadas de una mujer despistada.

Es un mensaje cruel, lo sé. No obstante, Cincuenta sombras liberadas no es un trabajo empático ni con los personajes ni con los espectadores, por lo que no entiende ninguno de sus temas; sólo le interesa arrojarlos al público para llenar las poco menos de dos horas de metraje que Universal Pictures pidió, y todo está tan a la deriva aquí, que cuesta determinar si el sexo es más relevante que el despilfarro, o al revés. Decide tú.

Los diálogos pueden ser atroces, pero lo son en un nivel jocoso y reminiscente al de un melodrama clásico a estas alturas: The Room (2003) de Tommy Wiseau. Y abundan los diálogos estilo Wiseau, como cuando el filme recuerda que es también un thriller y Ana y Christian revisan un video de vigilancia del supuesto acosador, lo pausan, hacen un zoom a su rostro difuso, éste sigue difuso, y Ana exclama: <<¡Oh, Dios mío, es Jack!>>. Dudé de mis ojos.

O como cuando la amiga de Ana le ilumina su presente de esposa: <<Ana, estás tan… casada>>. Y está aquel momento en que Christian le dice a Ana algo más o menos así: <<No sabes por lo que he pasado este último tiempo>>. ¡Cómo no va ella a saber, han vivido juntos todo ese tiempo!

Ah, y el product placement. Durante una persecución en auto, de las más gratuitas y menos emocionantes que he visto, el matrimonio Grey escapa en un Audi deportivo, y gris, cómo no. El auto hace unas piruetas geniales en la carretera hasta que llegan a la ciudad, mostrándote todo lo que los últimos modelos deportivos Audi pueden hacer en cualquier contexto. ¡Espectacular! Y eso es cuando el filme es un comercial de autos. Cuando se vuelve un comercial de joyas, es como si la película quisiera distraerte de su monumental incoherencia diciéndote <<¡mira, mira, un objeto que brilla!>>.

Por otra parte, es bastante perturbador que un filme que es vendido como entretenimiento erótico para mujeres heterosexuales, muestre a Dakota Johnson en topless en varias escenas, mientras que lo único visible de Jamie Dornan son sus nalgas en sólo un par de éstas, y por mezquinos segundos. ¿La película le tiene miedo al cuerpo masculino? ¿Le tiene miedo a los hombres? ¿Le tiene miedo al sexo y a pronunciarse inteligentemente al respecto?

Por fin, la trilogía terminó, y habiendo alcanzado la sima más honda con esta tercera entrega, es un alivio, ya que final digno no es. Ahora bien, si eres fan puedes encontrarle algo de valor a esto. Tal vez. O bien puedes perderte el clímax. Hasta un guatero calienta más que esta mugre.

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