Nicolás López nos ofrece su mejor película hasta la fecha. Protagonizada por su musa, Paz Bascuñán, No estoy loca es un entretenimiento agridulce, efectivo, e inusual para su director.
Ya, si tal vez pude haber sido muy duro con Sin filtro. A varias mujeres amantes del cine que conozco les gustó. Reconozco que tiene varios chistes que funcionan, y actuaciones comprometidas de Paz Bascuñán, así también como de Carolina Paulsen y Antonia Zegers. Le concedo que funciona bastante bien por su espíritu alegre y algunas acertadas observaciones de la experiencia femenina.
A su vez, No estoy loca confirma que el director Nicolás López trabaja sólo con amigos, para rodar bien sus películas, sintiéndose como en familia. No lo culpo. Es más, veo en eso una señal de que en él hay un buen director, hasta (que me parta un rayo) un autor. Y pensé que eso al fin le habría permitido hacer un trabajo que me dejara satisfecho como espectador. Sin filtro fue un indiscutido paso adelante, después de todo.
La loca de la película
Carolina (Paz Bascuñán) es una periodista exitosa pero frustrada por una vida monótona y entregada a los demás, postergándose a sí misma. ¿Suena parecido a Sin filtro? Pues lo es; hasta que su marido decide dejarla por su mejor amiga, el mismo día que su médico le confirma que es infértil. La pobre Carolina no logra ver una salida al desastre que es ahora su vida, sumergiéndose en el alcohol. Toca fondo cuando luego de un intento de suicidio, es internada en la Clínica Psiquiátrica Edén, de donde no saldrá hasta que deje de ser un peligro para sí misma y los demás, pese a que ella afirma que no está loca. Hilaridad y terapia sobrevienen.
Tratándose de López, No estoy loca posee varias escenas cómicas, algunas de un humor grosero y adolescente, y efectivas en su mayoría. Ahora bien, en general, la risa no suele ser explosiva, como uno esperaría de él. Es más una risa tímida, porque emerge del reconocimiento de los personajes en el mundo real. Resulta una comedia a menudo incómoda de ver.
Consideremos la escena de la revelación de la infidelidad del marido de Carolina. Toma lugar en un restaurante glamuroso, y la dinámica de la escena es bien predecible una vez que los personajes empiezan a hablar. Sin embargo, el diálogo descubre más verdades, oscilando entre lo trágico y lo gracioso. Es aquí cuando me di cuenta de que el filme se inclinaba más por el drama, y me sorprendí por el sano equilibrio entre los temas pesados y el humor.
López demuestra habilidades para escribir más pulidas que antes, y maneja la crisis de Carolina, partiendo desde una desagradable fiesta de cumpleaños hasta el intento de suicidio, con gusto y tacto.
Si bien las escenas que preceden al psiquiátrico contienen un par de diálogos de segunda mano (extraídos de comedias románticas de hace casi 20 años) y el filme se siente como el hijo de Inocencia interrumpida (1999) y 28 días (2000), éste posee, asimismo, actuaciones sólidas por parte del elenco femenino, y es suficiente para darle credibilidad al relato.
Paz Bascuñán está mejor que en Sin filtro, ya que López le entrega un personaje con un arco más claro y con capas en su comportamiento. Gabriela Hernández interpreta a su madre, un compendio de los rasgos caricaturescos de las señoras de clase alta. Pero el director le da diálogos que, aunque estén estructurados como chistes, son las cosas que una madre como ella le diría a su hija; tal vez no en un psiquiátrico, pero sí en la cotidianeidad. Creemos en esta relación madre-hija.
Todos están locos
Cuando Carolina ingresa a la clínica, uno se pregunta, al igual que ella, si quizá todos a su alrededor están locos, incluyendo los cuerdos. Allí conoce a una variedad de pacientes, como una mujer bipolar (una conmovedora Antonia Zegers), una chica borderline (Josefina Cisternas), y una mujer que tiene una fijación con oler axilas (Alison Mandel). Al principio, estos personajes emergen como simples caricaturas, y temí que la película no rescatara la humanidad detrás de sus comportamientos patológicos. Pero sí lo hace.
Carolina logra establecer vínculos de amistad con estas mujeres y comparten todo tipo de emociones, desde lo más alegre a lo más perturbador. Debido a que las pacientes están <<locas>> como Carolina, los comportamientos desplegados siempre están al borde de volverse un peligro para la protagonista, capturando la vulnerabilidad de cualquier persona internada en un psiquiátrico. No estoy loca se beneficia de esta dosis de realismo como, creo, ninguna otra película de López, convirtiéndose, además, en su trabajo más empático. Estas personas son graciosas, pero de una manera digna, no a costa de la enfermedad.
Asimismo, los intercambios entre Carolina y el psiquiatra a cargo de su caso, interpretado por un carismático Luis Pablo Román, son del todo creíbles, pues son las conversaciones de un terapeuta y su paciente en la vida real. Ahora bien, las escenas suelen ser algo claustrofóbicas y reiterativas; más si Carolina está internada, no puede hacer muchas cosas, por lo que esto no es, necesariamente, un problema. Y puede que la historia se ponga a menudo empalagosa; pero eso es lo que el guionista/director sabe hacer.
Si No estoy loca hubiera sido más oscura, o incluso más cínica, podría haber sido más profunda y relevante. En su lugar, es un entretenimiento agridulce e inusual para su director. Y aún así tiene cosas que decir sobre las relaciones adultas, que podemos saberlas de antemano, pero son cosas que emergen en un proceso terapéutico que, en la pantalla, es lógico, nos afecta, y al final nos hace sentir muy bien.
Los problemas
La iluminación es excesiva. En varios momentos, vemos bloques de luz intensa impactar el rostro de Bascuñán, de tal manera que el tono de su piel se pierde y, con ello, su expresividad. Y lo peor de todo es que, por lo menos, en dos planos vi la sombra del micrófono de caña sobre la cara de la actriz. Eso no puede pasar nunca. (Si ves No estoy loca en una pantalla extragigante, los problemas técnicos serán más evidentes.)
Por su parte, el intento de suicidio no está bien fotografiado, ya que Bascuñán pareciera flotar en el aire; tenemos que ver si está en un balcón amplio o en un techo, para saber qué es lo que está en juego.
La moda es mejor, más deseable, que en Sin filtro. Pero cuando Allamand sale con una polera de Ni una menos, o cuando las canciones en las sesiones de baile terapéutico son súper optimistas, o cuando notas que abunda el product placement… En fin, el enfoque en-tu-cara no funciona. Yo le pediría a López que trabajara más la sutileza.
El montaje pudo haber sido un poco más fluido. Individualmente, las escenas poseen un buen ritmo, aun cuando la cámara tienda a dejar a personajes o elementos contextuales fuera. Mas la película pareciera no tener una cadencia unitaria, pese al desarrollo orgánico de los personajes. Es necesario advertir los problemas del filme, porque son errores ingenuos que López ya debería haber superado, y que nos distraen de la que es, no obstante, su mejor y más emocional película a la fecha.
Estreno estratégico
El estreno de No estoy loca en verano no es arbitrario. El propósito de la productora Sobras, fundada por López, es establecer el taquillazo nacional veraniego, confirmando lo que ya sugería en mi crítica de Sin filtro: <<Quizá el estreno de Sin filtro en enero, tenga que ver con la posible pretensión de empezar a lanzar películas comerciales chilenas en verano, como se acostumbra en, ejem, EE.UU. De ser así, apoyo la iniciativa, ya que Chile necesita una industria cinematográfica. La gente del espectáculo nacional suele hablar de la “industria”, un término que queda en el aire. ¿De qué industria me hablan? Tal vez de la televisión. Pero no del cine.>>
Cómo me encanta tener la razón.