Dirigido por Rian Johnson, el Episodio VIII de la saga situada en una galaxia muy, muy lejana, es la mejor película de la franquicia desde El regreso del Jedi. Además, contiene la última aparición de Carrie Fisher como la Princesa Leia.
Algo que no deja de sorprenderme en cada estreno de medianoche de una película de Star Wars, es que el público bulle de felicidad. El sentimiento es predecible, por cierto, mas no dejo de reaccionar con incredulidad ante esto. Y el evento siempre me deja recuerdos indelebles. Por ejemplo, dentro de los asistentes disfrazados de sus personajes favoritos de la ópera espacial, como es costumbre, la que más llamó mi atención fue una mujer, de aproximadamente 40 años o quizá un poco más, disfrazada como la Princesa Leia en La guerra de las galaxias (1977), el personaje de la fallecida actriz Carrie Fisher. Su atuendo era certero en cada detalle, y de vez en cuando me giraba para verla: ella estaba casi resplandeciendo de alegría. Era como ver a la Princesa de Alderaan en vivo. Fue enternecedor.
Star Wars también ha influenciado la vida de muchas mujeres, pese a que algunos digan lo contrario, y eso es evidente más que nunca en Star Wars: Los últimos Jedi (2017), dirigida por Rian Johnson, el filme que contiene la última aparición fílmica de Fisher en el papel de su vida. Además, este Episodio VIII es la mejor forma de celebrar las cuatro décadas que se cumplen este año del estreno del Episodio IV, el filme original de George Lucas, y, sobre todo, porque Los últimos Jedi es la mejor entrega de Star Wars desde El regreso del Jedi (1983). Veamos por qué.
¿Quiénes son los últimos Jedi?
El título original en inglés, The Last Jedi, se puede traducir tanto en singular como en plural; por lo tanto, uno puede pensar que sólo hay uno o quizá más Jedi que serán los últimos de la religión galáctica. Si es uno, puede ser Luke Skywalker (Mark Hamill) o Rey (Daisy Ridley), la temeraria muchacha que lo fue a encontrar a un remoto planeta dentro de la galaxia muy, muy lejana, donde él vive en una isla.
Claramente, Rey será entrenada por Luke o, al menos, ella intentará que él la entrene. La dinámica que se establece aquí entre ambos personajes es bien similar a la del propio Luke con Yoda en El Imperio contraataca (1980). Sin embargo, esto no es un elemento derivativo en el filme de Johnson: la saga de Star Wars es una narración arquetípica, tanto en la sucesión de eventos como en los personajes que intervienen en éstos. Johnson consigue un equilibrio en la Fuerza entre el legado de la trilogía original y el actual episodio, repitiendo algunos patrones de comportamiento entre sus personajes como un amuleto que es traspasado de generación en generación; es decir, como el amor por esta historia que nuestros padres nos han traspasado, y así sucesivamente. Es una tradición. Johnson sabe bien que ésta es la historia de una familia. ¿Una familia disfuncional? Una verdadera familia.
Ahora bien, imaginemos que Luke es el padre de Rey, que ha sido mi teoría personal desde que vi Star Wars: El despertar de la Fuerza (2015). La tradición de los Jedi sería bastante endogámica, ya que quedaría todo dentro de la familia, y no sería justo con la religión: Yoda iría a visitar a Luke en espíritu sólo para reprenderlo con sus frases al revés. Ahora pensemos que Rey no tiene nada que ver con el linaje Skywalker: ahí la cosa sería más democrática, algo, además, fiel al espíritu de los Rebeldes; y Luke emergería como un verdadero maestro Jedi, al igual que los que él mismo tuvo, Obi-Wan Kenobi y Yoda, incluso su papá Darth Vader (si algo aprendió de él, fue la redención).
Pero ¿cuál de los dos prevalecerá a las intensas aventuras de Los últimos Jedi? ¿Cuál de los dos será el último, o ambos serán absorbidos por el Lado Oscuro de la Fuerza?
El origen de Rey es clarificado sólo lo justo y necesario en el Episodio VIII, y creo que abre nuevas interrogantes sobre su identidad para ser exploradas en el Episodio IX, a ser estrenado en 2019. Ya que, si hay algo que Los últimos Jedi hace de manera espléndida, es desarrollar a sus personajes.
El despertar de la Fuerza nos presentó a nuevos y excelentes personajes, además de Rey, a Finn (John Boyega), Kylo Ren (Adam Driver), Maz Kanata (Lupita Nyong’o), y, por supuesto, al droide BB-8. Si estos personajes emulaban el desarrollo de aquéllos del Episodio IV en el filme de J.J. Abrams, en Los últimos Jedi descubrimos facetas distintas tanto de ellos como de los personajes originales, los hermanos Luke y Leia.
Los Skywalkers
A propósito de la Princesa, el filme está dedicado a la memoria de Carrie Fisher, quien completó la filmación de Los últimos Jedi justo antes de morir. Debo decir que el tratamiento de su personaje aquí es lo más conmovedor del filme, y quizá una de las cosas más emocionantes de la saga; Leia emerge etérea, sabia, y el hecho de que ya no aparecerá siendo interpretada por Fisher, profundiza más la melancolía. Sus escenas son hermosas.
También vemos a Luke más sabio, así también como más cascarrabias, y tan etéreo como Leia. Pero Johnson escribió un arco narrativo para su personaje que es igual de conmovedor que el de su hermana, y está lleno de sorpresas que no te dejarán indiferente.
Asombro
Eso es lo que produce Los últimos Jedi, tanto en su narración como en su visualidad. Los giros en la trama son impredecibles, y nos presentan personajes nuevos, como Rose Tico (Kelly Marie Tran), una valerosa Rebelde, además de criaturas galácticas sorprendentes, como los Porgs, que han causado polémica entre los fans desde su primera aparición en los tráilers iniciales. Pero tranquilo que, si ya te desagradan, no ocupan tanto espacio de la película, y al final su presencia excéntrica es bastante graciosa.
Es innovadora la adición de personajes femeninos con cargos políticos importantes, como la Vicealmirante Amilyn Holdo (Laura Dern), lo que demuestra lo que dije más arriba, que las mujeres son bienvenidas a Star Wars. Son tan fuertes como los hombres y, definitivamente, más perspicaces. (Para hacerlo fácil, Jyn Erso [Felicity Jones] era una mezcla entre Rose y Holdo.)
El diseño de producción es novedoso, por ejemplo, en las escenas del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis). Es aquí donde vemos el color identificativo de Los últimos Jedi desplegado de una manera imponente y opresiva: el rojo que envuelve a Snoke y Kylo hace a sus escenas aterradoras, insuflando al relato un sentimiento apocalíptico que aumenta hacia el final. ¿Resurgirá la esperanza en la galaxia?
La violencia es mayor que en las entregas anteriores, aunque no vemos sangre, ya que ésta es sugerida por la brillante escenografía. Las secuencias de acción poseen una brutalidad que nunca es gratuita, porque todo está al servicio de los personajes. Si hay oscuridad, surge de ellos, y no les es impuesta a la fuerza por el guion, dotando a cada uno de los 152 minutos de metraje (la duración más larga de una peli de Star Wars) de una emotividad profunda. No le quitaría ningún segundo a Los últimos Jedi: el montaje es perfecto.
La partitura de John Williams es la más efectiva desde las majestuosas composiciones de Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma (1999), elevando el romanticismo del filme (que al fin es restaurado en la saga) y el sentimiento de heroísmo, desgarrador e inspirador como en Rogue One: Una historia de Star Wars (2016). Y el final… No, no lo revelaré, pero no te asombres si se te cae la quijada. Mejor dicho, asómbrate.
Esperanza
Rian Johnson ha creado un entretenimiento épico, despertando en nosotros la pasión y la añoranza imperecederas de la franquicia más importante de la historia del cine. La Fuerza continúa acompañando a Star Wars.
Y Kathleen Kennedy, lee esto, J.J. Abrams no debe dirigir el Episodio IX, sino Johnson. Él es nuestra única esperanza.