Coco derrite corazones, e incluso a ese corto de Frozen
16 de Diciembre 2017 | Publicado por: Esteban Andaur
La nueva película de Pixar posee una narración irregular y es algo predecible. Sin embargo, la segunda mital del filme es enérgica y su conclusión es profunda y emotiva.
21 minutos!
Al entrar a ver Coco (2017), esperaba ver antes de su proyección el nuevo corto de Frozen (2013), que serviría para calentar los motores de Frozen 2, que se estrenará a fines de 2019.
Pero jamás imaginé que duraría 21 minutos. Es mucho, ¿no? Olaf’s Frozen Adventure (2017) comienza con tres números musicales… ¡seguidos! Después empieza la historia, en que Olaf intenta rescatar tradiciones alrededor de Arendelle justo a tiempo de Navidad, para que así Elsa y Anna tengan una tradición propia con la cual celebrar, pero, bueno, encuentra problemas en el camino, algo bien predecible. Luego todo se resuelve al más puro estilo Disney: con una canción.
En cuanto a la narración, es atolondrada: no hay espacio para respirar entre canciones, muchas para un corto de 21 minutos, lo cual es obsceno. Un espectador subió hacia mi butaca (la función era la última del día y éramos pocos en la sala) y me preguntó si era ésta la proyección de Coco. Le dije que sí, que éste era un corto previo al largometraje. Una cosa es que no sepas que van a pasar otra película antes de la que pagaste por ver, y que te diviertas tanto que no te importe; sin embargo, es otra cuando el corto es tan largo que no te engancha y sales a hablar por celular al pasillo del multicine, como hizo este tipo.
La historia es trillada, hay un par de chistes que funcionan, la mayoría no, y recicla los sentimientos y la moraleja de Frozen. No es encantador ni ligero como Frozen Fever (2015), el corto de unos decentes 7 minutos que precedía a La Cenicienta (2015). Lo peor es que el corto de Olaf te deja agotado antes de ver Coco, que de por sí dura dos horas. Y mi reacción debieron compartirla muchos espectadores alrededor del mundo, porque ya en ningún país proyectan la aventura de Olaf antes de Coco.
La fórmula de Pixar
Cuando supe que Pixar iba a hacer una película sobre el Día de los Muertos, la tradición mexicana, concluí que ahora sí que se les habían acabado las ideas. Barrunté una copia de El Libro de la Vida (2014), la preciosa película de animación producida por Guillermo del Toro, también sobre dicha festividad, animada en CG y con un reparto estelar en la voces.
Coco suena como un producto de Pixar. En primer lugar, el título rima, porque tiene que ser un nombre corto y accesible para los estadounidenses, no para nosotros. Es como una marca dependiente de otra mayor.
En segundo término, la película no es muy diferente a casi ninguna de las más aclamadas cintas de Pixar, en las que el protagonista se pierde en un lugar y necesita la ayuda de los amigos que hace en el camino para regresar a casa. Hemos visto esto desde Toy Story (1995). Bichos: Una aventura en miniatura (1998), Los Increíbles (2004), Valiente (2012) y Monsters University (2013), por ejemplo, no han seguido esta línea narrativa. Más la historia de Coco sí, la cual transcurre en el presente en un pueblo sin nombre de México.
Una macabra saga familiar
En la familia Rivera (¿será éste un homenaje a Diego?), liderada por las mujeres, como en toda típica familia latinoamericana, está prohibido escuchar, tocar e incluso pensar en la música, debido a un antiguo trauma de la tatarabuela que es una suerte de herencia familiar. Miguel sabe tocar la guitarra, pero lo hace a escondidas, y está seguro de que su tatarabuelo es Ernesto de la Cruz, un famoso cantante de rancheras muerto hace décadas, de quien cree que heredó el talento musical. Y es esta creencia ingenua lo que conduce a Miguel a la Tierra de los Muertos, justo a la medianoche del Día de los Muertos, y deberá acudir a los muertos Rivera (así es) para volver a la Tierra de los Vivos antes de <<morir>> (sí, literalmente) ahí.
¿Suena familiar? Por supuesto. El Viaje se reserva para las ideas más ambiciosas del estudio, y, por lo tanto, Coco se hace predecible desde el momento en que Miguel pone un pie en el puente de fulgurantes hojas anaranjadas que conecta ambos mundos. La paleta de colores utiliza, predominantemente, amarillo, naranja, violeta, celeste y café; por lo que la animación transmite afectividad y dulzura en cada cuadro, permitiendo que el concepto de la muerte sea accesible para los niños.
Cuando Miguel se reencuentra con sus antepasados, vemos que el Mundo de los Muertos es festivo y está poblado por criaturas macabras y estrafalarias; una estética reminiscente de El Cadáver de la Novia de Tim Burton (2005) y de, claro, El Libro de la Vida.
La animación es una de las más complejas y bellas de la historia de Pixar, saturada de detalles y juegos de percepción sutiles. Una escena notable es cuando Miguel conoce a Frida Kahlo: la interpretación de los realizadores de la célebre pintora es una de las cosas más tiernas que he visto, pues la tratan, bueno, como lo que era: una artista ególatra, pero ellos no ven en eso algo negativo, sino una oportunidad de representarla con fidelidad y transformarla en una mujer divertida y original; aquí también la animación es sobresaliente en su imaginación.
Pero es en estos pasajes que Coco usa demasiados chistes, la mayoría tan inocentes que no surten efecto; parecieran haber sido escritos por obligación, no por inspiración. Los diálogos tampoco son ingeniosos, y es que, de nuevo, la historia es predecible en cuanto a su estructura, y esto afecta a las relaciones que establecen los personajes: ya lo hemos visto antes.
Lo que es novedoso es que el filme es uno de los pocos musicales de Pixar. La canción <<Recuérdame>>, interpretada por Marco Antonio Solís, es la mejor canción que he escuchado esta década en el cine de animación. Debe ganar el Óscar.
El filme es, medianamente, entretenido hasta que Miguel tiene la posibilidad de conocer a De la Cruz, y es entonces que el relato adquiere una robustez y fluidez inusitadas, y que extrañé durante toda la mitad anterior. Las relaciones se metamorfosean a vínculos de verdadero significado, dejando atrás los clichés que eran. Y el humor funciona muy bien, pues Coco ya se vuelve impredecible, reivindicándose.
Esta película está llena de vida
Una de las cosas que más admiré de Coco fue su sentimentalismo. En el cine, y sobre todo en el cine estadounidense, tienes que ser demasiado valiente para tratar las emociones con honestidad y sin reducirlas a, por ejemplo, monólogos intelectuales que implican una catarsis de taller de guion. Y creo que esto es, asimismo, un homenaje a la cultura mexicana y que se extiende a la cultura latinoamericana en general: a nosotros no nos caracteriza mucho el cine, sino las telenovelas, pues no nos avergüenza el melodrama. En cambio, creo que es lo que nos hace fuertes.
Y admiré tanto este enfoque emocional, porque a través de él Coco descubre la autenticidad de las relaciones humanas y nos conduce a un final tan humano, tan conmovedor y luminoso, que no se burla de los sentimientos de los personajes. Y es por ese final, brillante y hermoso, que le perdoné todo chiste fome, toda irregularidad del guion, todo corto de Frozen. Te esforzarás por no hacerlo, pero el filme te hará rendirte a tus lágrimas casi sin querer queriendo.
Si Intensa-mente (2015) era una película sobre la mente dirigida al corazón, Coco es una película sobre la muerte que se declara sobre la vida. Tiene un gran corazón, que palpita henchido en cada fotograma. El Libro de la Vida puede ser más consistente en su narración, pero Coco entrega mensajes profundos a los niños. Y el personaje de Mamá Coco (con la voz de la escritora mexicana Elena Poniatowska), la bisabuela de Miguel, trascenderá la historia del estudio como una de sus más grandes creaciones.