Rememorando la primera temporada de Stranger Things
29 de Octubre 2017 | Publicado por: Esteban Andaur
La serie sensación de Netflix ha estrenado su segunda temporada, pero antes conviene analizar el impacto de la primera y justo a tiempo para Halloween.
Feliz cumpleaños, Winona Ryder
Ya se estrenó Stranger Things 2 (2017), la segunda temporada de la serie de Netflix que causó una gran sensación en el invierno de 2016. Fueron ocho capítulos de ciencia ficción, misterio, terror y nostalgia ochentera. Es lo que muchas personas verán este Halloween, y justo hoy, 29 de octubre, 46° cumpleaños de Winona Ryder, la estrella de Stranger Things (y mi actriz favorita desde que la vi en Sirenas [1990]), es la fecha perfecta para revisar la primera temporada del show. O, mejor dicho, freakshow.
Muchas historias en una
En la serie, Winona interpreta a Joyce Byers, una madre divorciada con dos hijos: Jonathan, un muchacho interesado en la fotografía, y Will, fan de los cómics, películas de terror, y poseedor de una gran imaginación. Una noche, luego de jugar todo el día con sus amigos, Will ve algo extraño en el bosque que queda camino a su casa, y pronto desaparece sin dejar rastro. Luego, todo el pueblo de Hawkins, Indiana, se verá envuelto en una sucesión de hechos paranormales que parecen involucrar al gobierno… ¿Y a criaturas de otra dimensión? ¿O del espacio exterior?
Lo interesante de Stranger Things es cómo la historia se divide en cinco focos narrativos y cómo éstos se hilvanan de manera orgánica. Está la familia de Will; sus tres mejores amigos; los hermanos mayores de éstos; el sheriff Hopper, quien perdió a su hija años atrás y se compadece por lo que está atravesando Joyce, e insiste en resolver la desaparición de Will.
Y una misteriosa niña con telequinesia, conocida como Once o <<Ce>> (por el tatuaje 011 que lleva en la muñeca), quien no sólo es el personaje más intrigante de la historia, sino también el más carismático. Sin embargo, todos conocen y se refieren al personaje como Eleven, su nombre original en inglés y, aceptémoslo, suena mucho mejor. Todos los personajes convergen en las cosas cada vez más extrañas que suceden en Hawkins, y que impactan profundamente, dolorosamente, en sus vidas.
Nostalgia pura
Stranger Things es, en esencia, una oda a los 80, quizá la década favorita de muchas personas y, definitivamente, la mía. Aparte de estar ambientada en 1983, pareciera haber sido realizada en esa década, que para algunos fue de las más débiles del cine estadounidense, y durante la cual proliferaron franquicias de ciencia ficción y aventuras, e historias fuertes en contenidos emocionales, como el amor, la familia y la amistad; todos elementos presentes aquí, por cierto.
Podrán decir que Stranger Things es derivativa, y podrán tener razón. Pero lo es desde el amor por la estética cinematográfica de los 80, por la pureza de la fotografía y la narración, y por la diversión pueril con la que muchos crecimos gracias al VHS y la televisión por cable en los 90. Las referencias a la cultura pop no son arrojadas para generar breves momentos de reconocimiento en la pantalla, sino para contextualizar la intención estética del relato, que trasciende sus citas pop.
La firma de Steven Spielberg, el rey fílmico de los 80, está escrita en cada cuadro. Las dos mayores influencias de esta serie son las clásicas películas Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y, sobre todo, E.T. el extraterrestre (1982). Y le siguen una plétora de referencias a George Lucas, J.R.R. Tolkien y hasta Jim Henson, dirigidas a la generación del siglo XXI.
Y es ésta la generación que más se destaca en el elenco de la serie. Mike, Dustin y Lucas, los amigos de Will, son los personajes más originales y divertidos que he visto en una serie en mucho tiempo. Se parecen al grupo de amigos de la película Cuenta conmigo (1986), basada en el relato The Body de Stephen King (cuyo título toma prestado un capítulo de la serie). O tal vez sean como los amigos del hermano mayor de Elliott, si éstos hubieran sido los protagonistas de E.T.: les encanta andar en bicicleta.
Joyce es como la versión femenina del personaje de Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos, pero tiene diferentes motivaciones: puede parecer una loca, más ella se queda con su familia. Y no es sólo mi admiración por la actriz que la interpreta: considerando que su primer papel estelar fue como la adolescente Lydia en Beetlejuice (1988) de Tim Burton, a los 17 años, Winona pudo haber interpretado a Joyce a esa edad con el mismo resultado. La actriz nunca ha sido madre, pero su talento preternatural logra transmitir la fatiga de una maternidad difícil, la cual empeora con la desaparición de su hijo menor. Joyce no es una mujer excepcional, pero ama a sus hijos más que a nada, y es ese amor lo que le da la valentía e inteligencia necesarias para convertirse en una heroína. Ver a Winona todavía entregándose de lleno a sus personajes, es algo de verdad conmovedor.
No obstante, quien se roba el foco de atención es Eleven, interpretada por Millie Bobby Brown, una joven actriz británica que deslumbra por su enorme talento. No tiene muchas líneas de diálogo, y tampoco aparece en varias escenas; pero hay que darle crédito por el poder de su actuación, ya que cuando Eleven no está en pantalla, uno se pregunta dónde está, qué hará cuando la veamos, y si sobrevivirá. De alguna forma, ella es lo más extraño de la serie, ¿es humana?, ¿un ente sobrenatural?
Mientras que Eleven carga con el misterio de Stranger Things, Joyce es, en una curiosa paradoja, el centro racional, y ambas son el corazón de la historia, conduciendo a los amigos de Will a través de la aparente conspiración política y científica que encierra su pueblo.
¿Por qué funciona Stranger Things?
El nexo emocional de la historia yace en sus personajes; nos preocupa lo que les pase. Podemos reconocerlos en la vida real, comportándose de la misma forma que en la serie. Son creaciones honestas, apoyadas en actuaciones comprometidas. Stranger Things es tan inteligente, su nostalgia es tan deliciosa, y tal es su arrojo en encantar al público, que se vuelve irresistible.
No obstante, entiendo a quienes quedaron frustrados por no saber mucho acerca de lo que pasó en estos ocho capítulos. La serie no explica muchas cosas, sembrando en nuestra imaginación más preguntas que respuestas. Eso puede ser frustrante, de hecho, puesto que el vínculo que los personajes generan con el espectador es bastante profundo y sólo quieres saber más de ellos.
Fue una estrategia narrativa astuta por parte de los creadores, los Hermanos Duffer, para no agotar el potencial de la historia en su primera temporada. Debían dejar suficiente material inconcluso para la segunda temporada de nueve capítulos, que de seguro sumará más aficionados ahora, cuando en Hawkins pasen cosas aún más extrañas.