Todos conocemos el nombre de Steven Spielberg. Es el director más exitoso y famoso del planeta, y al menos hemos visto una de sus películas. Quizá dos. Ya, bueno, tres. Él es así de trascendente.
Spielberg (2017), el nuevo documental recién estrenado en HBO y dirigido por Susan Lacy, se adentra en la ilimitada imaginación de este gran artista de la cinematografía mundial, abordando sus filmes más importantes, su proceso de maduración personal y cómo esto ha afectado su trabajo, pero, aún así, escaso en detalles y en comentario sobre su vida privada.
Sabemos los eventos más generales: que sus padres se divorciaron cuando era un adolescente y que eso influenció Encuentros cercanos del tercer tipo (1977); que perteneció al grupo líder del New Hollywood de los 70; que pocos directores como él utilizan los efectos especiales y la tecnología al servicio del efecto dramático de sus películas; y que no cobró honorarios por su trabajo en La lista de Schindler (1993), ya que vio su labor como algo más espiritual.
Más allá de esto, no hay una perspectiva crítica a su legado, que ayudaría a verlo de una forma más íntegra. Tampoco hay espacio para chismes en el filme de Lacy, y es razonable que Spielberg, cofundador de DreamWorks Pictures, no quisiese revelar mucho de sí mismo, sino poner la información pública respecto a él en un orden narrativo. Después de todo, él es un empresario poderoso, debe cuidar su imagen tanto como sus fotogramas.
Spielberg se reduce en un justificado elogio de casi dos horas y media al cineasta, a veces bastante superficial y redundante. Lo pude disfrutar por las celebridades entrevistadas, y porque reencontrarse con sus películas siempre es grato.
En lo personal, fui influenciado e inspirado por el cine de Spielberg, y le agradezco por la felicidad que éste le ha dado a mi vida. El documental me recordó aquella dicha, y , por lo tanto, funciona como una celebración del séptimo arte, imperfecta, mas eufórica.