La franquicia de El planeta de los simios ha fascinado por generaciones a los espectadores del mundo por su osada visión del futuro, especulando sobre un planeta donde los simios (de donde evolucionamos los humanos) dominan a los humanos, y nosotros somos los animales domésticos.
Es una visión cargada de ingenuidad, pero, al mismo tiempo, de pertinencia, puesto que la premisa es crítica de la posición que el ser humano ha tomado, históricamente, en torno a la naturaleza, el cuidado del medio ambiente y las especies que habitan en la Tierra. La provocación de la mera idea de un planeta de simios es tal, que hacer películas al respecto, cuyo origen está en una novela del francés Pierre Boulle, siempre será profitable. Sobre todo porque, con los líderes políticos actuales y el escenario ecológico que sólo nos sugiere un inminente cataclismo, pareciera que ya estamos dominados por simios.
Por fortuna, en estas películas los monitos son bien intencionados, aunque no por ello menos complejos, y la reciente trilogía de precuelas de El planeta de los simios, que contó con sus primeras dos entregas en 2011 y 2014, respectivamente, dota a los humanos de una humanidad (la redundancia no es gratuita) similar.
En la tercera y última película, El planeta de los simios: La guerra (2017), César (Andy Serkis, el mejor actor de motion capture en su mejor papel desde Gollum) es el líder de una resistencia de simios, entre los que se cuentan chimpancés, gorilas y orangutanes, entre otros, quienes se encuentran en guerra con los humanos. Un virus catalizó una mutación en el ADN de los simios, quienes desarrollaron inteligencia y lenguaje; el virus, además, ha matado a gran parte de la población humana y ha amenazado su hegemonía en la Tierra.
El grupo de simios rebeldes de César vive oculto en un frondoso bosque, y son de manera constante acechados por ejércitos de seres humanos; lo curioso es que estos últimos también cuentan con simios traidores entre ellos. Tras una cruel emboscada a la guarida de César al inicio de la película, secuencia reminiscente de clásicos bélicos sobre la Guerra de Vietnam como Apocalypse Now (1979) y Nacido para matar (1987), César decide cobrar venganza, y se embarca en una travesía con tres de los simios más leales, incluyendo su mejor amigo Maurice, para encontrar al humano que le hizo tanto daño y darle muerte.
César es el héroe de la historia, cualidad que se hace más innegable por la estructura narrativa del filme, que es un viaje del héroe, pero sus motivaciones lo convierten durante gran parte del metraje en un personaje cuestionable. Y son éstas decisiones narrativas las que permiten que la historia emerja como algo mucho más complejo en su moral de lo que uno esperaría de ella y de cualquier taquillazo hecho en nuestros tiempos. César no es un villano, es un simio que está de luto y no sabe cómo seguir adelante.
Las profundas transformaciones de César van desde lo interno a lo simbólico. Las heridas y torturas que recibe lo acercan a una figura como Cristo, y las referencias bíblicas se hacen más evidentes cuando el relato cobra un cariz parecido a los relatos del Éxodo. Sin embargo, esta intertextualidad no es forzada, sino que nace de la película; es en su misma esencia una película poética y bella.
En el camino, los simios encuentran a una niña desamparada que no sabe hablar, y la acogen para llevarla a su nuevo asentamiento. La escena en que Maurice y la niña interactúan por primera vez, está compuesta por primerísimos primeros planos en los que los personajes miran directamente a la cámara. Es una escena maravillosa, breve y sin diálogos, pero que demuestra el poder del cine de narrar visualmente con pocos elementos; sin embargo, en el cine el rostro siempre será el elemento más poderoso de cualquier fotograma, capaz de transmitir todas las emociones, y el director Matt Reeves lo sabe.
Hacía tiempo que no había visto este uso de los primerísimos primeros planos donde los personajes miran a la cámara. Jonathan Demme estaría orgulloso.
Si aquí los héroes descubren su oscuridad interior y permiten que inspire sus acciones, pues los villanos se muestran vulnerables y condenados a hacer el mal. Woody Harrelson interpreta al Coronel, un humano resentido, líder de un ejército antisimios, el enemigo a quien busca César. En la escena en que ambos se enfrentan en la oficina del primero, predomina el diálogo, y es extensa para las convenciones de un blockbuster, pero demuestra el compromiso de los realizadores con la excelencia de la narración en lugar del dinero recaudado en la taquilla.
El Coronel le explica a César por qué quiere crear un muro gigante que separe a los humanos de los simios, y obligar a que los propios simios lo construyan. Pero me parece que ya hemos escuchado algo parecido en las noticias desde hace un tiempo. Esta sola escena debería bastar para que la Academia considere para el Óscar tanto a Serkis como a Harrelson.
El planeta de los simios: La guerra, es una mejora sobre las dos entregas anteriores, cuyas inconsistencias se vieron ensombrecidas por la enorme entretención que proveían. Ésta es una ciencia ficción épica, generosa en tragedia, poesía y comentario social. Una vez que La guerra termine, te quedarás pensando en ella por mucho tiempo.