Cultura y Espectáculos

Los niños que no quieren ser niños

Por: Esteban Andaur 18 de Junio 2017
Fotografía: Maite Alberdi

En medio de una realidad que no es explorada a menudo en el cine, Alberdi encuentra grandes dosis de humor y dos historias de amor que son el centro del filme.

La once (2014) es uno de los mejores documentales chilenos del último tiempo. Cuando lo critiqué hace dos años, me cautivó la profundidad de la película, la simpleza con la que estaba contada, tanto así que la experiencia se puso a veces incómoda, algo propio de un relato ta íntimo y revelador como aquél. Los niños (2016), el largometraje documental con el que la realizadora nacional Maite Alberdi regresa a la pantalla grande este año, produce las mismas sensaciones con un tema personal, desprendido de la hija de su abuela Teresa de La once.

En Los niños, Alberdi se involucra en la rutina diaria de un grupo de adultos con síndrome de Down, todos entre 40 y 60 años, quienes asisten desde hace años a la misma escuela, donde participan del mismo taller de gastronomía y les imparten los mismos cursos. A estos adultos los tratan como niños, aunque los hacen ser conscientes de su adultez.

Pero la película pregunta si la adultez es un concepto que se adquiere y se vive con la edad, o si es un punto en la madurez de una persona cuya vivencia y apropiación depende de la sociedad. Los protagonistas de esta película, todos únicos y divertidos, usan su ingenio para sobrevivir a sus personalidades fuertes, curtidas por las rutinas antiguas, y, además, para sobrevivir a sus respectivas familias, quienes les imponen tales rutinas para mantenerlos a salvo… ¿de qué, o de quiénes?

Una de las grandes virtudes de Alberdi es criticar a la sociedad no desde lo panfletario, sino desde la observación, como cuestionó la historia de las mujeres en Chile en La once.

Los niños no es la excepción y ofrece una crítica áspera a cómo la cultura chilena se resiste al cambio, específicamente, respecto del trato de los marginados, ya sea tanto de la gente con síndrome de Down, como de las mujeres o de los ancianos. Aunque sintamos amor por <<los diferentes>>, los interpretamos de una manera incorrecta y somos incapaces de permitirles desarrollarse como corresponde y realizar sus sueños. ¿Hay tanta distancia entre los límites de ellos y los nuestros?

Alberdi encuadra a sus protagonistas en imágenes de una proximidad muy intensa: utiliza sobre todo el plano medio corto, el primer plano y el primerísimo primer plano, además de una paleta de colores pastel y una musicalización que inspira dulzura y curiosidad. Todas las personas en la película que no son síndrome de Down, están desenfocadas, y son vistas por encima del hombro de los protagonistas; sólo vemos con claridad a ciertas ancianas que interactúan con estos últimos de vez en cuando.

Alberdi quiere que veamos sus rostros lo más cerca posible, que no les tengamos miedo, que accedamos a sus mundos interiores y los integremos a nuestros ritmos, nuestros códigos. ¿Sería tan difícil? Ella los mira desde el amor al prójimo, desde la compasión más pura, y, por lo tanto, también nosotros. Es una de las cineastas más genuinamente humanistas que he visto, y sus imágenes están colmadas de aquello inefable que hace buenas a las personas, además de una implícita continuidad temática en su filmografía.

Y lo más sobresaliente de Los niños es la gran dosis de humor que posee. Al igual que en La once, aquí abundan las risas, y uno se pregunta si la vida real está escrita por un diestro guionista de comedias. Los niños es un filme importante, que funciona tanto como un entretenimiento y como un documento social, y confirma a Maite Alberdi como una cineasta magistral.

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